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Después de un día agitado, conmovido hasta el tuétano por las circunstancias, me sumí en un sueño para nada tranquilo. Me revolvía entre las sábanas y transpiraba con profusión, acudían a mi mente hatijos oníricos que parecían haber sido batidos en una licuadora infernal. Uno de estos sueños le ganó la batalla a los demás y se fijó en mi pantalla mental, con todas las crepitaciones e inconsecuencias que les son propias a estos engendros de la mente.

Veía al recién electo presidente, encastillado con su guardia personal, mientras se escuchaba la metralla y el estrépito de las bombas. Parecía ser una asonada. El mandatario, sudoroso, con la corbata suelta y su cabello en absoluto desorden. Al parecer, habían transcurrido mil días desde el inicio de su mandato y tras una serie de desaciertos gubernamentales, la gente salió a las calles para proclamar sus derechos. La oposición, consciente del enorme descalabro económico en que se había sumido la nación, actuó con presteza, pidiendo el amparo de las fuerzas armadas.

En efecto, enormes tanques barrieron las calles, impidiendo que la gente ingresara al palacio de gobierno. No hubo víctimas mortales, pero los morteros atronaron el espacio. Cuando un fusil disparaba al aire, un grito me despertó. No había sido un grito, sino el ladrido de un perro. Yo estaba empapado, por lo que me desabotoné el pijama y sin darme cuenta siquiera, me volví a dormir y caí de nuevo en las fauces de tan terrible pesadilla.

El presidente se había provisto de un fusil ametralladora y corrido hacia una de las habitaciones palaciegas. Varios de sus guardianes le siguieron, cada uno, esgrimiendo armas cortas, pero igualmente mortíferas. El hombre se encerró en una habitación y antes que nadie lo evitara, se asomó a una de las ventanas que daban a la calle y desde allí, con voz desgañitada, gritó:

-¡Pueblo querido! La situación es crítica. Se siente el olor nefasto de la muerte definitiva, profunda, insondable. He hecho lo que he podido por todos ustedes, creí vivir un momento histórico cuando la mitad del pueblo me eligió en una elección soberana, correcta, ejemplar. Pero, la oposición impidió todo avance, negó la sal y el agua, quiso matar de inanición todas nuestras iniciativas, se negó a darle impulso hasta a las más mínimas reformas, nos encerró en una bóveda injusta, prepotente, desleal.

La voz del presidente se quebró un instante, pero renació con más fuerzas:
-Esto será quizás lo último que escuchen de mis labios, puesto que los ángeles oscuros del golpismo ya tocan a mi puerta. Pero, no me arredro, es el precio que pagan los hombres que fueron forjados en los crisoles de la heroicidad. Volverán los buenos tiempos, el sol alumbrará con nuevos bríos, se abrirán, una vez más, las grandes supertiendas, nuevos hombres están naciendo en estos precisos instantes para tomar más tarde el relevo que les corresponde. La historia es cíclica y regresa a sus orígenes, pero también tiene memoria y recuerda a los que fueron inmolados por su patria. Saludo a los fieles amigos, a este pueblo, fustigado, humillado, insobornable…

Y diciendo esto, acomodó el fusil ametralladora entre sus piernas y cuando iba a jalar el gatillo, un nuevo grito, me hizo regresar a mis húmedas sábanas. No era un grito, sino el aullido de, acaso, el mismo perro. Miré la hora: eran las cuatro y media de la mañana. Reacomodé las cobijas y me sumí de nuevo en un sueño aletargado. Una vez más, regresé al escenario cruento de esa desgraciada pesadilla. Otra vez, apareció el presidente, asolado por una coreográfica neblina, que nimbaba su menudo cuerpo. Yacía recostado sobre un sofá, la bruma aquella me impedía vislumbrar los detalles acontecidos, olía a pólvora. Intenté aproximarme, pero una fuerza poderosa me jalaba hacia atrás. Temí por mi vida e intenté defenderme. Sobre una mesita yacía una pistola de extraña forma, parecía cuadrada. Me volteé como pude, alargué mi brazo y disparé…
Desperté sobresaltado ante la altisonante voz de dos personas que dialogaban amablemente: había accionado el control remoto del televisor y este se había encendido con su volumen al máximo. Las personas que conversaban eran la presidenta de la república y el presidente electo, quienes tomaban desayuno en medio de sonrisas y palabras cordiales.

Me juramenté a dormir sin cobijas, cuando el verano esté en pleno apogeo. También, a dejar bastante lejos el control remoto, para que nunca más suceda esto, para que nunca más despierte sobresaltado, para que nunca más…
















Texto agregado el 18-01-2010, y leído por 389 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
02-02-2010 ¡Qué fuerte! Me gustó mucho, es un relato en el que el lector puede transitar por el pasado, el presente y, sobre todo, por el futuro... Estrellas de Anua
01-02-2010 Al leer su texto viene a la memoria hechos históricos ocurridos a muchos países. Creo que es calidad e inteligencia suya el intercambiar frases u oratorias de un presidente ya fallecido, es un acierto su escrito, el leer llevo mi mente a la reminiscencia y si parecía que estaba escuchando a Allende. Un abrazo. almanach
18-01-2010 Para que nunca más.... Un relato impresionante, plagado de historia, que ahora pretende volver usando el engaño como bandera y agitándose impunemente trás los medios de comunicación, que les sirven de escudo. Mis********* almalen2005
18-01-2010 Eso es, control remoto para alejar a los malos sueños. Aunque pudiste averiguar si el individuo se había pegado unos buenos tiros o si el arma era de fogueo, como sus palabras***** ernesto_heminguay
 
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