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CIBER-BAR

Era un bar más bien pequeño, íntimo y confortablemente decorado al estilo inglés, tanto es así que muchos le llamaban el Pub Azul, cuando su nombre real era La Tortuga. El nombre no obedecía ni al barrio ni a la ciudad donde estaba instalado. Simplemente era el resultado del capricho de su dueño y barman vestido con una suerte de largo delantal con pechera de color azul y manguitas en los brazos parecía uno de esos cajeros de banco del siglo pasado.
Era un tipo bastante especial, a ratos alegre, a rato serio, a rato hosco y a ratos extremadamente comunicativo. Sus parroquianos estaban acostumbrados a sus cambios de humor. En la práctica no le hacían caso: si no quería conversar, se limitaban a pedirle el cóctel que deseaban y se lo tomaban silenciosamente en la barra. En otras ocasiones resultaba difícil ser atendido porque la conversación del barman con sus clientes era alocada, interesante y entretenida, hasta el punto de no fijarse quién entraba al local.
Quién sí estaba atento a todo y en especial a las mesas que se repartían a lo largo y ancho del local era Lucas, el mozo vestido del mismo modo que el barman; él las recorría tomando los pedidos de sus clientes, que en su gran mayoría provenían de la universidad cercana. Para él lo normal era atender a los catedráticos, que doctamente discutían temas difíciles de entender, pero igual había días en que sólo llegaban estudiantes de los distintos grados de la universidad y algunos ejecutivos de los bancos cercanos. Ultimamente, con la incorporación de los computadores conectados a Internet, (el nuevo capricho del dueño), la clientela había aumentado y de hecho en ese momento los tres aparatos nuevos estaban ocupados por dos jóvenes y una muchacha.
La barra del bar era como todas: larga y angosta y tras ella un espejo que reflejaba botellas y clientes, y en lo que podría ser un dosel o techo, una armazón de madera fina sujetaba las copas cabeza abajo; altas butacas permitían sentarse allí y disfrutar mirando aquél antiguo dispensador de cerveza, que a la postre resultaba ser la atracción máxima del lugar. Otra cosa interesante que había en el Bar y de ahí que pensaran que era un Pub, era que tenía un tablero para dardos, donde los estudiantes y parroquianos en general probaban suerte ordenadamente y muchos se jugaban el valor del consumo.
Esa noche La Tortuga estaba al máximo de su capacidad; sólo un par de mesas en el fondo estaban desocupadas. Aquél era el rincón predilecto de los enamorados: luz tenue, música lenta y suave que les permitía incluso bailar. Los muchachos de las computadoras, en un rincón especialmente acondicionado, estaban atareados con los teclados y realmente parecían embrujados con la pantalla que dibujaba cuadros en tonalidades celestes; el mundo para ellos resultaba grande, quizás inmenso, pero a la vez de una cercanía increíble.
Uno de los jóvenes era casi un chiquillo, al que posiblemente no lo habrían atendido en el pub por la edad, pero había venido acompañado de su padre, quién aseguraba que utilizando el sistema de Internet, su retoño tendría muchas posibilidades de incrementar sus conocimientos. La verdad es que mientras el padre conversaba con los amigos, el hijo navegaba feliz en los programas de conversación. El otro muchacho miraba atentamente la pantalla, y sus dedos recorrían el teclado buscando la letra correspondiente para responder a su interlocutor del otro lado del mundo; la muchacha, en cambio, miraba la pantalla ensoñadoramente: al otro lado de la línea estaba su novio lejano.
Lucas dejó de mirarlos y se concentró en la pareja que caminaba tomada de la mano hacia las mesas del fondo; no los había visto ingresar por la puerta batiente, pero supuso que lo habían hecho. El era bastante alto, ella más pequeña, conversaban mientras caminaban y al llegar a la mesa del rincón él retiró la silla para que su compañera se sentara y luego tomó asiento frente a ella. Se miraban a los ojos como no queriendo olvidar el color de cada uno de ellos, sonreían y hablaban quedamente, parecían muy enamorados. Lucas caminó despacio hasta el rincón; amablemente les preguntó qué deseaban, ellos sonrieron cómplices, y finalmente el varón dijo:
- Dos whisky con mucho hielo.
Lucas fue con su pedido hasta la barra y regresó prontamente hasta la mesa de la pareja, los que parecían vivir un instante especial o estar en otro mundo; colocó con cuidado ambos vasos sobre servilletas redondas y se alejó discretamente. La pareja levantó los vasos para brindar por la suerte de estar juntos, y lo hicieron sin dejar de mirarse a los ojos. A Lucas le llamó la atención la forma en que lo hacían: daba la impresión que se estaban descubriendo y que con la mirada memorizaban cada milímetro del rostro, pero no queriendo ser intruso, se alejó en dirección a otras mesas.
Los pedidos, consultas, incluso los muchachos de los computadores, más otros dos que se jugaban las copas del consumo en los dardos, lo distrajeron hasta el punto que prácticamente olvidó a la pareja de la mesa del fondo y cuando los recordó vio que bailaban tiernamente abrazados en el fondo del bar. El chico del computador a ratos parecía estar en éxtasis, daba pequeños brincos de alegría y su progenitor desde la barra, lo suponía entusiasmado en sus descubrimientos intelectuales, pero el jovencito leía ávidamente las letras que iban apareciendo en su pantalla, mientras la pareja continuaba bailando al son de una melodía dulce y pegajosa.

De pronto el muchacho gritó:
- Está fallando el sistema!
Y agregó casi histérico:
- No puede ser, me voy a caer!

Lucas desde casi la entrada escuchó su exclamación y entendió que la conexión tenía dificultades y que pronto se terminaría la comunicación que hasta ese momento el chico sostenía. Los términos y el lenguaje que usaban los internautas a veces parecían extraños para los novatos o para los que nada sabían del asunto, pero Lucas había aprendido rápidamente todo lo relacionado con la navegación por Internet y comprendió que por esa noche al chico se le acabaría la entretención, pese a que le habían arrendado el computador por otra hora más.
Una nueva exclamación del chico y una desesperada queja, que casi le pareció un lamento lo obligó a volver la cabeza, Lucas creyó que se estaba volviendo loco: el muchacho se mesaba los cabellos desesperado por haber salido del sistema; la chica del novio lejano se enjugaba una lágrima y al mismo tiempo, la pareja que bailaba en el fondo del local comenzaba a desdibujarse, como si algo los borrara...
Él y ella tendían los brazos en un esfuerzo supremo por mantenerse juntos... Sobre la mesa del rincón de La Tortuga, dos vasos de whisky con mucho hielo, quedaron sin consumir.


Texto agregado el 11-04-2010, y leído por 179 visitantes. (0 votos)


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