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Inicio / Cuenteros Locales / ximenaranda / UNA NOCHE OSCURA Y DE VELORIO

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La tierra se estremecía, emitiendo en cada sacudida sonidos provenientes de sus más recóndidas entrañas. Los muros de adobe tendido escapaban de sus tejidos fijadores y desprendían generosamente el estuco que se estrellaba sobre mesas, muebles y sillas.
Las lámparas oscilaban ancladas en el techo y sus bujías perdían fuerza hasta apagarse totalmente. Adornos y figuras de yeso, inquietas por el movimiento telúrico, perdían pie en los aparadores y se deshacían en pequeños trozos, junto a sus patas.
El salón estaba repleto de gente; amigos y parientes acompañaban a la viuda en su dolor temprano. En el centro, rodeado de flores y velas, don Emilio dormía en su ataúd. La muerte lo había sorprendido en la plaza, a vista y paciencia de la gente que pasaba por ella, era medio día y un ataque fulminante terminó con su existencia de hombre joven y buen mozo
El primer movimiento interrumpió los rezos de las mujeres, todas vestidas de riguroso luto, paralizando sus oraciones. A medida que pasaba el tiempo, las miradas giraban en torno a los presentes, la puerta de la salida, el féretro y la viuda. El segundo sacudón borró cualquier duda: aquello era más que un temblor y los varones salieron en estampida, buscando la seguridad de la calle. Tras ellos y en un grito, mezcla de oración con pavor, bajaron la larga escala las mujeres.
La viuda olvidó su dolor y también a su difunto marido, quien quedó solo en el medio del salón, mecido en su ataúd por los movimientos de la tierra, mientras las velas iluminaban tétricamente el lugar y el polvo, como una nube irrespetuosa, caía sobre él.
Un caballo galopó desbocado por la calle Pinto, y el sonido de sus cascos estremeció las conciencias de los que, en la calle, olvidados del difundo, imploraban clemencia al cielo.
A lo lejos, con la seguidilla de temblores, los muros cansados de soportar techumbres añejas, se desplomaban hacia el interior de las viviendas, como queriendo proteger – aún en su agonía – la intimidad de sus moradores. Entonces vino el grito que desató el pánico:”el mar se está recogiendo”…
La gente corrió cerro arriba, como alma en pena; las madres llevaron a sus retoños en ropas de dormir y los relojes detenidos por los sacudones, marcaron las 23:30 de una noche oscura y de velorio…
El agua llegó a la calle Melgarejo, trepó por las esquinas buscando las del tren en Aldunate y a su paso cambió de lugar la garita de los marinos, dejándola en medio de la línea férrea. Volteó con fuerza oceánica una locomotora en la estación y penetró – sin golpear la puerta – en las oficinas de la Aduana, sacando sus enseres hasta el patio.
No sólo buscó el mar las vías del tren, también las emprendió contra el barrio Baquedano e hizo navegar los botes por entre sus casas, y – en el interior de éstas – flotaron las camas para alegría de la chiquillería y espanto de sus madres.
La tierra cesó en sus quejidos y movimientos; el mar volvió a su lecho marino y el velorio continuó, don Emilio Castex Tondreau, pese a todo lo ocurrido, tuvo al día siguiente el funeral acorde a su señorío.

Texto agregado el 13-04-2010, y leído por 206 visitantes. (0 votos)


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