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Me gusta la cumbre del corta-fuego, desde ahí domino toda la manzana y no se me escapa nada, ni siquiera Julieta La Gaviota que viene cada tarde a arreglar sus plumas, sobre el letrero de madera que dice: 1851-1951.
Con los años he aprendido que, sin grandes carreras o escándalos, puedo descubrir los ratones que intentan entrar a la bodega de abarrotes y los mantengo a raya, el único que me da trabajo es Juvencio, que debe tener tantos años como yo.
Hoy es una noche tranquila, hay fiesta en Peñuelas. Los Leones tienen una kermese y hasta los bomberos están allí; pienso que, nada interrumpirá mi letargo gatuno, pero ha llegado la locomotora y se ha detenido tras la bodega de Grace, soltando vapor y chispas de su panza gorda, con seguridad se preparaba para salir.
A lo lejos los botes se mecen en la bahía como si fueran bebés en sus cunas y filosofeo que, Septiembre es un bello mes, aunque el mío sea el de Agosto.
¡Qué extraño! Huelo humo y no obstante miro los alrededores, no veo fogata alguna, tampoco salitrones, esos son los de Año Nuevo, por lo tanto, estoy desorientado.
De pronto siento el chillido de Juvencio que sale a escape de la bodega ¡condenado! se me había pasado de largo y grita: ¡INCENDIO!
Me pregunto qué juego se trae este ratón. Está sobrepasando el límite de mi amistad. Es curioso, tiene cara de susto y chilla sin parar. Ahora veo, comienza a arder la bodega de madera pese a sus planchas de zinc que la revisten por fuera. Al igual que Juvencio grito a todo pulmón: ¡SOCORRO! llamen a los bomberos, se quema la Casa Grace.
Juvencio está desesperado y ha perdido el control, trata de salir por la tienda de Chocair, pero los fardos de géneros que almacena en su interior, también están ardiendo. La gente comienza a llegar y con ellos los caballeros del fuego. El carro de la 4º compañía se instala por el lado del mar y tira sus mangueras en la orilla; los de la 1ª se colocan por la calle Melgarejo y el agua comienza a brotar de sus pitones.
Trepan por los techos y con las hachas levantan las calaminas, el fuego se extiende a toda la manzana; el calor es sofocante y escucho la voz del comandante Aranda que grita: ¡Niños, derriben la puerta!
Me pregunto qué dirá don Guillermo Salinas, su oficina está naufragando y de ella sacan las máquinas de escribir, que les queman las manos a los voluntarios. Don Alfredo Steel comanda la 1ª compañía y es apoyado por las escalas de la 2ª, que está a cargo de don Manuel Lorca. Es curioso, todos los bomberos andan muy elegantes, con sus trajes de parada, parece que no tuvieron tiempo para cambiarse de ropa y lucen sucios y mojados. Para continuar combatiendo el fuego mojan sus uniformes y yo me pregunto ¿qué le habrá pasado a Juvencio? Después de todo, es el único amigo que tengo y juntos pasamos largos ratos corriendo por entre los fardos y por sobre los tambores.
¡Cielos! Acabo de recordar el oxígeno; está aquí cerca, al lado de la casa de la gerencia y cómo explota! Un tarro de pintura estalla en la noche y derrama su líquido caliente en la calle; la gente recoge de la vereda todo aquello que es salvado y lo hacen desaparecer entre sus ropas. Con cuchillos rompen los fardos de géneros y libran algunos metros que no se han quemado; en bolsones y canastos recogen los botones y los hilos mojados; la harina corre como engrudo por la vereda y los tarros de leche condensada, se han transformado - mágicamente – en manjar.
¿Dónde estará mi amigo? ¿Lo podrá rescatar la 3ª compañía a cargo de don Daniel Milanéz?
El fuego se acerca ayudado por el viento hasta mi corta fuego, siento que se me queman los pelos y pienso que tendré que saltar o morir calcinado. La gente asegura que los gatos tienen siete vidas y yo me pregunto ¿cuántas habré gastado ya en todos estos años?
Un bombero sube por la escala, le maúllo asustado y moja el muro, refrescando algo el ambiente. Otros voluntarios mojan las casas del frente, cuyos tapacanes están ardiendo. Las órdenes del Comandante Aranda son terminantes: evitar que se propague el fuego a casas vecinas, a como dé lugar y los carros de agua no se cansan de lanzar el líquido que don Arturo Sarzoza y su carro, extraen del mar.
El bombero de la escala me habla, no entiendo lo que me dice, pero, no lo pienso dos veces y me subo en su escala y bajo como puedo por ella. En la calle el agua salada hace ríos y corro hacia el lugar donde vi la última vez al ratón. Tiene que estar por ahí. No me puede hacer la faena de dejarme solo a esta altura de la vida, sobre todo ahora que he perdido trabajo y hogar.
El fuego está siendo controlado, deben ser como las cuatro de la mañana, pronto amanecerá y las mangueras quedarán tendidas en la calle, las cuidará don Freddy Newman que vive en el pasaje Virgilio. Corro por entre ellas, mojado, con algunos pelos chamuscados y busco a Juvencio. Lo llamo a viva voz, me responde el silencio, trayéndome sólo el sonido lejano del mar.
¡Maldito sea! Nunca más le hablaré si se ha muerto.
Jamás volveré a darle ventaja para que arranque y nunca más le diré cuándo y dónde está el queso que tanto le gusta. ¡Lo prometo!
JUVENCIO, ratón pillo y mal nacido ¿dónde estás?
Huelo humo, no puede ser, fuego otra vez…No es posible, sí aún hay tanta agua por todos lados.
Entonces escucho una voz que grita:
- SOCORRO, INCENDIO, SE QUEMA LA CASA GRACE OTRA VEZ….
¡Qué alegría más grande! Es Juvencio, el muy bandido está vivo. Por entre las llamas que renacen corro al encuentro de mi amigo, le abrazo con toda el alma y esta vez escapamos juntos y nos asilamos en la manzana siguiente, protegidos por el aserrín y la viruta de la Barraca Canelo.
Los bomberos vuelven a la tarea, aún deberán trabajar todo ese largo día para apagar el fuego…
A partir de hoy, mi nueva dirección será: Melgarejo entre Las Heras y Benavente, y mi atalaya: los muros de los Baños García.
Juvencio tendrá todo el pasaje Virgilio para recorrer y en los días fríos, buscaremos los dos, el abrigo de la madera de la Barraca de los Balanda.




Texto agregado el 13-04-2010, y leído por 295 visitantes. (1 voto)


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