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¡Qué angustia!

Por increíble que parezca, al nacer la llamaron Angustia. ¿ A quién se le puede ocurrir dar ese nombre a una beba primogénita que llega al mundo? Difícilmente se pueda pensar que el desarrollo a lo largo de la vida de esa persona de por resultado una niña, joven o mujer feliz. Posiblemente sea un prejuicio, pero indudablemente debe ser un aguijón en la carne cargar con ese nombre día tras día.
Si bien durante la primera infancia ella no tenía conciencia del significado de esa palabra, sucedió que siempre fue una niña con carita triste, retraída, muy obediente y sumisa ante sus padres. Ellos la amaban con un amor tan celoso y aprehensivo que no la dejaban sola ni un instante. No le permitían relacionarse con otros niños más que para lo indispensable, como compartir las horas del colegio, pero no iba a los cumpleaños ni salía a jugar, ni invitaba compañeritos a su casa. Sus padres le decían que no había lugar más lindo y seguro que su hogar, ni personas más confiables que ellos. Vivía en una caja de cristal, con temor a todo lo desconocido porque no se le permitía conocer el mundo que la rodeaba.

- “Solo acá vas a ser feliz y estarás protegida ”- le decía su padre mirándola fijamente a los ojos.

Ella buscaba afanosamente ese sentimiento de felicidad en su ser y no lo podía encontrar. Se sentía atrapada. Miraba por la ventana de su cuarto a los niños jugando en la vereda, riendo y se preguntaba por qué no podía hacer lo mismo que ellos. Con sus manitos apoyadas en el vidrio saludaba tímidamente, esperando ser vista por alguno. Sin autorización, unas lágrimas se escapaban de sus ojos y se deslizaban sobre sus suaves mejillas hasta llegar a mojar sus delicados labios, haciéndola percibir el salobre gusto que le desagradaba.
Su otro mundo era el colegio, en él sentía la misma opresión porque lo vivía como una réplica de su hogar, donde en lugar de padres tenía maestros o profesores que le exigían, la calificaban, le pedían más de lo que ella creía poder dar. Estudiaba todo el día, se esforzaba por cumplir con sus obligaciones curriculares y nunca era suficiente, ni para sus docentes ni para sus padres quienes aspiraban a tener una hija con rendimiento excelente a costa de lo que fuese necesario.
Angustia era una joven delgada, de aspecto frágil que sentía que desde que se levantaba hasta que se acostaba, cargaba un peso que no lograba controlar. Como la tortuga carga sobre su blando cuerpo la dura y pesada caparazón que la protege, pero también la limita en sus movimientos y no la deja avanzar tanto como desearía, así sentía ella que no lograba llegar a las metas que le imponían.
Como en la vida real se siente encadenada, en sus sueños vuela y corre libremente.


Angustia se recibió de contadora y entró a trabajar en un estudio contable prestigioso gracias a su buen currículum estudiantil. Eligió esa profesión por su gran facilidad para las matemáticas y porque en el desempeño de la actividad no requiere de demasiada relación con otros, lo que la inhibe hasta paralizarla. Ella con su calculadora y fórmulas se siente segura y puede cumplir eficazmente su tarea, pero siempre está latente la incertidumbre de si su jefe aprobará lo hecho. Sabe que es buena en lo que hace, pero en la vida que le tocó vivir, aprendió que los otros mandan y ella obedece y por eso nunca pudo confiar demasiado en sí misma.
Vive pensando que nunca ascenderá ni logrará un cargo de mayor jerarquía porque no nació para dar órdenes sino para recibirlas y acatarlas.
Su carácter débil y dócil la hizo una presa fácil para Fortunato, un cliente que supo ganarse su confianza y con el tiempo le propuso casamiento, prometiéndole una vida diferente, con buen pasar, sin necesidad de trabajar y mucha felicidad, rodeada de hijos que le colmarían la vida. Angustia vislumbró un futuro promisorio y aceptó con alegría, pensando que podría compartir con su esposo la dicha de formar una familia diferente a la que tuvo.
El machismo de Fortunato no demoró en hacerse ver. Las dulces palabras del noviazgo se convirtieron en una voz autoritaria que no la dejaba opinar. Debía tener la casa impecable, ocuparse de los hijos, hacer comida casera y tenerle las camisas planchadas a diario, etc. Día a día sentía que las paredes la oprimían y no podía respirar. Los muebles se le venían encima, el techo bajaba y le apretaba la cabeza, las cortinas la envolvían quedando enredada en ellas.
Su marido llegaba del trabajo siempre cansado sin ganas de hacer otra cosa más que tirarse en un sillón y exigir que se le atendiera. Nunca quería salir, ni consideraba la posibilidad de algún día de permitirle a ella descansar invitándola a cenar afuera. Predicaba que los amigos no eran necesarios, se tenían el uno al otro y a sus hijos y eso era más que suficiente.
Al comienzo de la vida matrimonial se puede decir que tuvieron una vida sexual aceptable, que los gratificó a ambos, aunque siempre primaron los momentos, las ganas, las posiciones y el humor de Fortunato. Con el paso de los años, hacer el amor se convirtió en un deber más a cumplir sin derecho a reclamar. Era más un acto administrativo que un sentimiento compartido.
Angustia se sentía usada, su vivencia de receptáculo del torrente de semen impulsivo sin caricias ni palabras dulces la asqueaba y en la oscuridad de la habitación, en silencio, sus lágrimas recorrían su rostro como cuando era niña. Mentía y decía que lloraba de felicidad pero la desdicha que vivía le perforaba el alma. El jadeaba como un perro, acababa y de un giro se acomodaba dándole la espalda... al instante estaba roncando.
No soporto más este secuestro eterno, no encuentro la salida en este laberinto con puertas y ventanas ficticias como las del castillo Pittamiglio. No tengo vida propia, siempre viví para los demás y me dejé hundir en la oscuridad e insignificancia. Del mundo que conozco no tengo escapatoria. Sólo seré libre no perteneciendo a él.
Esa mañana salió a hacer compras, regresó cuando sus hijos estaban en el colegio y su marido trabajaba.
Subió a su dormitorio, se quitó la ropa y se puso un lindo y cómodo camisón que había comprado en una casa de prendas muy caras. Trancó la puerta con llave, cerró la ventana herméticamente, tomó una dosis de somníferos mayor a la indicada por su médico, prendió la llave del gas de la estufa. Vistió la cama con un acolchado nuevo de color celeste estampado con nubes y aves volando, se tendió sobre él y cerró sus ojos.

Texto agregado el 11-05-2010, y leído por 326 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
02-11-2010 Me atrapó la lectura. Te felicito, consigues llevar la tensión del relato paso a paso en "crescendo". A pesar de lo descontado del final se sigue con interés. Me gustó mucho la forma de suicidarse. Es decir ,ell } haberse compardo coasas nuevas ,costosas y bellas para ELLA. Siempre pensé que los padres tienen una parte de responsabilidad en la elección del nombre de un hijo. Yo tenía una compañera de colegio que se llamaba VENUS y tenías que verla a la pobre. Felicitaciones ninive
17-10-2010 Este excelente relato, me dejó pensativa. Conozco a la perfección todo aquello por lo que pasó Angustia. Ni hace falta tener ese nombre para vivir como ella o mucho peor. Como símbolo es perfecto. Lo que acá escribe josesur, es muy cierto: "¿O hay un momento en que de víctima se pasa a victimario de uno mismo?". Creo que es así, hay un momento de esos...Todas las estrellas!!! MujerDiosa
19-09-2010 Pobre chica. ¡Condenada por sus padres y luego por su marido, pero sobre todo, por ella misma! Hay tantas, pero tantas Angustias en esta existencia, de ahí, la necesidad que tiene el ser humano, y en este caso, la mujer, de saber hasta dónde llegan los límites de lo permitido. Muy aleccionadora tu historia, la cual plasmas de manera directa y sencilla. Un llamado a despertar consciencia y a no dejarse avasallar por nada y, sobre todo, por nadie. Nadie, absolutamente nade, tiene derecho a cortar las ilusiones y necesidades de otro. ¡Qué no se nos olvide! Hay victimarios porque hay víctimas; éstas últimas existirán hasta que aprendamos a enfrentar hasta lo que creemos más temible. Te felicito. Una muy buena historia para reflexionar. Un abrazo SOFIAMA
05-08-2010 todo tiene un límite,lo bueno es no llegar a ese punto de hartazgo de si mismo. buen trabajo! divinaluna
27-07-2010 Doloroso relato en que la protagonista no logra vislumbrar su riqueza interior. Si no se pasa por la experiencia de ser objeto de amor, cuesta más poder sentir un buen grado de autoestima, y por ende poder entregar ese amor a los demás. 5* Susana compromiso
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