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Mi viejo ordenador cumplió el propósito para el que fuera creado: encontrarte en el ciberespacio, sólo un par de meses después de haberlo comprado. Su llegada a mi escritorio fue todo un hito, ocupó más espacio que el antiguo 326 y su pantalla, plagada de colores, por las noches cuando trabajaba en él, me llenaban los ojos de luz y alegría.
Era casi una novedad, constituía la última palabra en tecnología y antes de darme cuenta un técnico en la materia, lo tenía conectado a la gran red del ciberespacio. No precisé de muchos días para entender cómo funcionaba el sistema y pronto me vi manejando, como si fuese lo más normal: un correo electrónico, visitando páginas Web, leyendo noticias y haciendo una distendida navegación por los diferentes rincones del mundo, que me interesaban. En una de esas oportunidades nos encontramos tú y yo, vivías en las cercanías del estrecho de Gibraltar y yo más allá del charco, como solías decir. Ni los mares, ni los vientos ni la distancia constituyeron una dificultad para que nos conociéramos como nadie lo habría imaginado jamás, y a la vez vivir la más extraordinaria aventura, que terminó con una irónica broma del destino.
Habitabas un ático en las cercanías de una playa y desde allí me hablabas de tus actividades, de tu vida sentimental, de tus idas y venidas, y me describías una soledad que te apabullaba. Yo te contaba de las tibias arenas de una playa, de las noches de luna, de las actividades diarias y tú escuchabas con atención cuando te confidenciaba sueños, desengaños, penas o alegrías.
A veces nuestras conversaciones se extendían hasta la madrugada; la diferencia horaria nos hacía reír y muchas veces nos ayudábamos con el despertador para poder decirnos dulces sueños o desearnos un buen día. Daba la sensación que hasta las palabras sobraban para entendernos y con el correr del tiempo asombrada pensé que me estaba enamorando como una quinceañera, hasta tal punto que, lo único que deseaba era que llegara la hora en que podía contactarme contigo en el ciberespacio y cuando ello ocurría, me sentía inmensamente feliz, nada era tan importante en mi vida como tu presencia diaria en ella; sin tus mensajes y correos los amaneceres eran grises y gracias a nuevos y novedosos programas de computación, cada día fue más fácil y más cómodo comunicarnos. Tu voz y tu respiración en mis oídos me enloquecían y la mía, que a veces te llegaba con ecos de distancias, te acariciaba de pies a cabeza, en una lento mimo lleno de amor.
Ambos utilizábamos un nick o nombre supuesto, era lo clásico y necesario para entrar en algún Chat de conversación. Los ínter nautas de entonces hacían de sus identidades un misterio y en la pantalla los sobrenombres más graciosos y originales ocultaban a profesionales, personas de todo tipo y aficionado a las conversaciones de trasnoche. Verdaderas pandillas de gente afines conformaban apretados grupos de amigos, que pese a las distancias geográficas, por algunas horas o minutos estaban cerca, muy cerca. Con el paso del tiempo ambos sabíamos nuestras identidades y también todo lo relacionado con quienes nos rodeaban o conformaban nuestro mundo: yo amaba a tus amigos y tú a mi gente. Yo quería tu tierra desde siempre y tú soñabas con un atardecer en mi playa o una noche estrellada bajo los cielos más limpios del mundo. Tengo que admitir que durante todo este período ambos disfrutamos de una felicidad increíble desde ese primer encuentro.
Muchas veces me he dicho que, te amaba antes de conocerte, y ahora me digo que, te volveré a amar en el futuro y en cada una de las vidas que tenga. Es el consuelo que me queda luego de la broma que me jugó el destino cuando acalló tu voz y silenció mi correo.
No sé si estás vivo o si has muerto. Nunca más supe de ti.
En mi viejo ordenador guardo fotos tuyas, y esos mensajes que me hablaban de tu amor o del sueño en común de estar juntos para siempre. Es todo lo que me queda de ti.
Mi viejo ordenador sabe que aún vives en mi corazón, y yo sé que, allí estarás mientras él lata, el día en que se canse de hacerlo, tal vez sólo entonces me enteraré lo que pasó contigo o quizás tú mismo me expliques el porque de ese silencio atroz, que lentamente mató mi esperanza.
Ahora me siento frente a una nueva y brillante pantalla plana, coloco mis manos sobre un teclado silencioso y al conectarme a Internet para ver mis correos, nunca puedo dejar de pensar – por un segundo- que tal vez te pudiera encontrar al otro lado del charco, como aquélla noche en el destino nos juntó para luego abruptamente separarnos.
Tengo que despedirme del viejo ordenador, ya no tiene memoria, no recuerda nada, olvidó cuántas cartas guardó en su disco, o cómo era el sonido de tu voz. Ni siquiera recuerda tu rostro, ni mis sueños contigo. No se acuerda de nada, no sabe nada. Sólo espera ansioso que le vuelvan a entregar información para guardarla en su gran disco duro y hacer el trabajo para el que fue creado hace ya tanto tiempo: almacenar información y esperar a que se la pidan para colocarla otra vez en la luz de su pantalla. Sólo eso y nada más que eso: esperar encerrado en una caja azul, para hacer otro trabajo, lejano a mis recuerdos y a esos sueños, que no tuvieron la oportunidad de concretarse.
Me doy cuenta que con la prisa de protegerlo de cualquier accidente que lo dañara, olvidé decirle que siempre le estaré agradecida por su colaboración durante todos estos años, gracias a él pude casi a diario guardar en su memoria tus besos, y en algún rincón de su disco duro, tu amor y ahora…tu recuerdo.
Se me hace un nudo en la garganta, igual al que me impidió decirle adiós cuando lo formatearon y toda su memoria fue traspasada a un disco plateado que hoy he insertado en este magnífico equipo y en él encontré esas canciones que tiempo atrás escuchamos juntos, de alguna manera inexplicable, mientras las oía sentí que otra vez alguien me amaba, entonces una lágrima imprudente se escurrió por la mejilla, buscó mi cuello y se perdió por mi escote, donde no estuvieron tus labios para recibirla.




Texto agregado el 13-05-2010, y leído por 190 visitantes. (3 votos)


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