... y abro un libro antiguo...
hace mucho tiempo, mientras intruseaba un mueble que había pertenecido a mi difunta abuela, lo encontré... está arrugado en su exterior, con pliegues que le hacen ser el padre de mis posteriores libros. Parecen sus arrugas unas líneas dibujadas, o algún trueno en ese cielo de palabras... es que el tiempo quizá también pasa por la vida del emisor atrapado tras dos tapas.
Lo abro despacio... veo unas rayas o garabatos, seguro que el único uso que le di después de encontrarlo fue comprobar si se me daba el arte. Rayas que quizá, por esperar tanto tiempo perdieron su significado, incluso una de ellas llega al mismo punto de inicio, (como esos libros que aparecen al principio de la vida y no se olvidan hasta su final) y en su figura cerrada veo una paloma con las alas plegadas, cayendo con una expresión pensativa... pero en fin, seguramente, cuando trazaba líneas con ese lápiz negro, hice otro “dibujo elaborado”, mejor que una paloma asesinada o suicida, pero ahora mi mente sólo es capaz de anidar ideas así, y ver en todo un reflejo de cierta decadencia...
Emana del libro un aroma único, ese luto que guardan los años, cobrizo, tal vez castaño, u hojas de árboles escritos, que por pasar tantos inviernos, en un estante, prisioneras de un involuntario olvido, se humedecieron y no suenan. Pero luego, cuando quiero comenzar mi lectura, el tronco de este instrumento maravilloso, rechina como puerta. ¿y no es acaso eso? Una puerta a mi niñez, pues cuando pasa el tiempo, la niñez de hace subjetiva y comparable con la “realidad”, pero en el fondo se destruye el papel mural de la pieza, o los juguetes tirados en el piso; con el libro, imágenes, y de ellas momentos.
Ahora sí, me dispongo a leer de buena gana, embriagada en su olor, pero encuentro un bulto unas páginas mas allá, unos pétalos lilas, de esas florcillas de papel, que inundan los callejones de este pueblo. Pero cuando las deposité allí, (o quien sabe quien lo hizo) no habitaban mis nubes ni mis soles en este terreno de casas dormidas y gente muerta. ¡Cómo se conservan intactas!, y me refiero a su virtud de ser flor, sea como sea, tras los años que hayan pasado, siguen siendo bellas. Intento ignorarlas, pues entre tanto pensamiento, y tras haber despertado el interior del libro, quizá éste quiera volver a dormir. Pero, es tan interesante la manera, en que las hojitas de las flores descansan entre parte de su ser... pues eso son las páginas de mi libro, reencarnaciones de vivencias, como flores, aspirando a ser más, y no tener que desprenderse de su árbol, o la salvación de las mismas, agradeciendo no ver morir sus raíces.
¡soy tan poco! Ojalá pudiera de mí, desprenderse un libro, un par de páginas roseadas por inquietudes, que se ven mas bellas con cuerpo...