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Inicio / Cuenteros Locales / delfinnegro / CANCIONES AUDIOVISUALES PARA UNA CELEBRACIÓN NADA GRIS MENTAL.

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Si no me preocupara la idea de que mis lectores pensaran que estoy loco, les propusiera que ahora, al momento en que leen este texto apaguen las luces o se metan a un cuarto desprovisto de iluminación y se pongan a leerlo. Pero no. No quiero enterarlos de mi locura. El intento los haría felices pero sé que son demasiado juiciosos para intentar esa felicidad insólita (¿y qué momento feliz no lo es?). De modo que no les aconsejo leer esto a oscuras, aunque estoy convencido de que si lo intentan lo lograrán. Se lo digo yo, que lo he escrito sin que nadie me lo dicte (que es más difícil) y que lo he leído sobre la página en blanco de la maquinilla (antes de escribirlo). No hay imposibles para los que leemos y escribimos nuestras alucinaciones.
Y no lo hay porque un amigo que se lla­ma René Rodríguez Soriano hizo algo peor. Puso a circular su libro Canciones rosa para una niña gris metal a oscuras. La locura (mayor que la que he propuesto a mis lectores en el párrafo anterior) ocurrió el pasado 8 de septiembre (y oigan donde) en el Salón de Conferencias de la Biblioteca Nacional, a las 8 de la noche.
¿Pero –se preguntarán ustedes– y el discurso de presentación, cómo lo leyeron; los poemas que siempre lee el autor, cómo se hizo para descifrarlos sin luz; y la portada y formas interiores del libro, el público no tuvo la oportunidad de verlos; y los que estaban en la mesa directiva, cómo pudieron verlos los asistentes; y los que no conocen al autor, cómo lograron reconocerlo durante el acto; y la gente educada, los beneméritos que van a las puestas en circulación en la Biblioteca Nacional, cómo lo soportaron; cómo admitió la dirección de la institución un acto de tal especie; y las muchachas que asistieron, no corrían el riesgo de ser pellizcadas?
Veamos de qué forma ocurrió el incidente. En la medida en que se acercaba la hora de la puesta en circulación más aumentaba la migración de pares de ojos humanos (acompañados por los cuerpos a que pertenecen) hacia el salón en que se haría el acto. El público no estaba advertido de lo que ocurriría. No tenía por qué temer. El salón estaba completamente iluminado. La sorpresa comenzó cuando había pasado el tiempo prudente como para que apareciera el autor, y sin embargo no daba señas de presencia frente al público, ya aglomerado en sus asientos y comentando que el acto debía comenzar. Ni autor. Ni mesa directiva. Ni ejemplar alguno del libro en la mesa. Ni organizadores. Ni funcionarios de la biblioteca. Ni nada. Claro, la sorpresa no fue hasta afectar las coronarias porque en República Dominicana lo más que se hace es anunciar actos que no se hacen y hacer actos que no se anuncian. El público pensó que éste era uno más.
De repente, se apagan las luces. "¿Qué tíguere apagaría las luces? ¿O sería que se fue otra vez la energía eléctrica?", pensó al unísono el público, el cual iba a abandonar el salón, a no ser porque unos segundos después del apagón, se oyó un golpe musical y una de esas viejas canciones de los años 50. "¿Será cantado este libro?", se preguntaron algunos partidarios de lo insólito. "¿Qué disparate será este?" se preguntaron los más juiciosos, los que van a misa todos los domingos o al menos prenden sus velitas caseras.
Pasó esta sorpresa seguida por otra. Se oyó la voz grabada del autor, René Rodríguez Soriano, quien ofrecía sus datos personales, hablaba de los libros que había publicado antes (Raíces, con dos comienzos y un final y Textos destetados a destiempo con sabor de tiempo y de canción) dando cuenta de su nacimiento en Constanza y diciendo por qué ponía a circular su libro de esa forma. Empezaron simultáneamente a aparecer diapositivas en la pared conteniendo escenas y figuras alusivas al libro, muchachas fotografiadas en los años 7, 9, 1 7 del siglo XX, en fin a tono con la época y atuendos en relación con las canciones a las que alude el libro.
Cuando en la grabación ocurría algo que moviera a aplausos, el público aplaudía y luego seguía viendo el desarrollo del trabajo audiovisual. Poco tiempo después de iniciado este, apareció René, quien entró al salón con su habitual sencillez y silencio, pero esta vez con un atisbo de sonrisa en los labios. Evidentemente de satisfacción por lo logrado. Llegamos los muchachos del Colectivo de Escritores...Y Punto! y se integramos, al igual que Rodríguez Soriano, al público a ver la exposición. Precisamente, el libro de René es el primero de una colección auspiciada por ...Y Punto!
El audiovisual contenía: poemas, anécdotas, explicaciones del autor sobre las cosas que lo motivaron a escribir el libro, por qué no hizo un acto semejante a las puestas en circulación tradicionales, por qué había decidido desmixtificar las viejas canciones a que aluden los poemas del libro, por qué están los poemas en orden alfabético. Y finalmente la despedida.
Así transcurrió la puesta en circulación más loca que mis ojos han visto en el país. La más loca en la medida en que es insólita, Y la más insólita en tanto es diferente. Y por todo ello, la más creadoramente rica, en la medida en que la virtud creadora no es más que locura con gracia.
Tan graciosa como es el propio contenido del libro, en cuya semblanza lo defino señalando "...es una permanente respuesta a las llamadas canciones rosa que tanto anduvieron por América y el mundo en las décadas pasadas. Canciones en las que el amor aparecía mitificado, mixtificado y mistifica­do. (...) René Rodríguez Soriano se interna en ellas como en un túnel al que va destruyendo con el martillo de sus textos hasta hacerlo polvo y sacar a luz el poema de amor moderno. Lleno de vitalidad creadora, sin signos de puntuación, con un léxico y sintaxis escabrosos, creación de verbos, intromisión de vocablos extranjeros al idioma, acompañados de antiguas fotos y tipos con el aire de aquellos años y otros elementos formales que hacen de su lectura un ejercicio lógico, juguetón, mágico, en busca de lo que hay tras cada verso".
Y así ocurrió el delito de puesta en circulación diferente, del delincuente René Rodríguez Soriano, agarrado con la masa (de textos) en la mano, que constituyen el cuerpo del delito (Canciones rosa para una niña gris metal), en el lugar del crimen (Biblioteca Nacional) en el día y hora en que yo, el suscribiente (Juan Freddy Armando) declaro y doy fe. He dicho.

Texto agregado el 24-06-2010, y leído por 167 visitantes. (0 votos)


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