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- Conoces a Papus?

La mujer miró de reojo la tapa que Adriano le acercaba al rostro y se retiró al escudo más alto de su defensa. Respiró fastidiada y movió el chal de seda que llevaba como señal de genealogía compartida con mujeres que no desean ser molestadas cuando van solas. Se mordió el labio inferior, volvió a su libro y, mirando la tapa de reojo y con desgano, respondió.

- No, no lo he leído.

No importa, pensó, pero esta mujer no desaparece sin conocerla. Adriano era un ser como muchos, estepario frecuente, sociable cuando se trataba de supervivencia. Buscaba a alguien que se acomodara a sus cosas como una enzima a su huésped. Intentos fallidos no lo desanimaron. Había llegado a pensar que su error estribaba en haber hallado compañía en escenarios equivocados. ¿El club?, sexo y frivolidades, ¿reuniones de trabajo?, éxitos laborales, libros de autoayuda, insoportable. ¿Rutina hogareña, burgueses desayunos? idea desechada, conocía a esas modosas mujeres que terminaban atosigando con atenciones domésticas y diálogo elemental. Pensaba con frecuencia que la pareja perfecta la hallaría rondando los estantes de una librería. Era una idea antigua que nunca le dio resultados y que la seguía madurando sorbo a sorbo. Esa silueta imaginada, de contornos finos y delineados, debería leer historias y sentirlas como propias, soñar con los personajes, vivir sus existencias. Una mujer así me daría temas de conversación, sexo, arte, sofisticación, quizá hasta tolerancia para mis furtivas aventurillas y, sobre todo, disposición para la fantasía, la novedad inacabada, pensaba.

No era reciente la idea, casi la edad de sus frustraciones. Se imaginaba caminando por pasillos atestados de libros, como olas de surfista cayendo sobre un apretado wetsuit. Se ubicaba en el letrero de literatura y esperaba que alguien se asomara, consultara sobre un libro, diera una opinión. Alguna ocasión tuvo de ensayar unas palabras con la mujer a su costado, pero, la edad era excesiva o el estante de historia, filosofía, ciencia ficción. No, el quería hallarla en novelas, solo novelas. No quiero equivocarme, tiene que estar vinculada a las mentiras que nazcan de la realidad, que entendiera que los personajes podrían ser ella misma, hurtarla de la monótona vida diaria, maquillara la dureza de la realidad. Mejor si levantara un texto de Javier Marías, Pitol o buscara a Martin Amis. Tenía que ser devota de las mismas fantasías que albergaban su mente repleta de libretos truculentos. Tomaba un ejemplar al desgaire, lo hojeaba distraído, discreto, para no generar inquietudes en los vigilantes. Miraba de reojo, lento, mientras las lectoras paseaban el local, con parsimonia, conocimiento. Las estudiaba, analizaba, sacaba conclusiones, especulaba acerca de sus gustos, maneras, carácter. Pasaba por su lado derecho, izquierdo, atisbaba el título, miraba, olía su perfume, le construía biografías, les instalaba un nombre: Amaral, Borealis, Caeli, Antara. Intentos fallidos, balbuceos imperceptibles, ejemplares cayendo, forros separados de sus lomos. Nunca pudo realizar sus detallados planes. Las veía alejarse con las compras en sus bolsos, a veces con la pareja que aparecía de pronto. Y él se quedaba de nuevo masticando su fracaso, revisando los estantes, paseando sus débiles angustias.

Vio a esta mujer desde la distancia y le aprisionaron de nuevo sus fantasías, la imaginó callada, ausente, como una columna de humo, desafiando al viento para permanecer unida a ella misma. Jean apretado, botas de taco alto, saco de cuero envolviendo el inicio de su madurez. La siguió por los cortos pasillos de la feria del libro. La observó ingresando a librerías de cuentos infantiles, gastronomía, enciclopedias, sin asomarse por ningún espacio de novelas. No importa, dijo, ésta mujer es la que busco, la abordaré, no importa el lugar. Se acercó cuando revisaba con soltura libros esotéricos, títulos sobre tarot, numerología, cábala. Con lentitud, sapiencia, separó uno: numerología avanzada, revisó el índice, algunas páginas, lo dejó. Izando un texto sobre lectura de las manos, se acercó de nuevo mientras ella tomaba el texto de Papus.

- Le interesa el esoterismo?, insistió

La mujer se desplazó a un extremo del estante, incómoda. Adriano la siguió con la mirada, observando mejor su quebrado perfil. Menuda, nariz perfilada, labios carnosos, mirada inquisidora, cejas delineadas, cabellera frondosa sin arreglos de peluquería. Repuso en su lugar el libro del antiguo personaje.

- No, prefiero la quiromancia

Le alcanzó el suyo. No podía fallar. Fue el gesto que aplacó las distancias. Recibió el ejemplar, agradeció con una venia.

- Sabe, me he aficionado a leer sobre estos temas. Pero me veo perdido entre tantos títulos que desconozco, dijo, nervioso.

Con el ejemplar en sus manos, ella volvió su mirada franca hacia Adriano. Estableció contacto, aceptó el abordaje. Escuchó su voz clara, delineada.

- En verdad son cuatro temas: cartomancia, quiromancia, numerología y astrología. Creo que es todo, lo demás es accesorio.
- Y dime, ¿en qué libro podría averiguar si seremos amigos?, ¿hay algún número, señal, carta que lo afirme?

Fue el instante de la sonrisa. Mucho gusto, soy Adriano, dijo, Emilia, hola, estirando su mano. Respiró hondo, tenía superado el obstáculo mas complicado. ¿Qué hago ahora?, ¿regalarle un libro?, no, sería comprar su voluntad, ¿invitarla al cafetín?, era horrible, no aceptaría, ¿pedirle que lea mi mano?, me creerá estúpido.

- ¿Me recomiendas algún texto?, quiero iniciarme en estas cosas, mintió de nuevo.
- El de Papus que revisabas no es bueno, está desactualizado, hay cosas nuevas para interpretar el Tarot. No sé, depende qué quieres conocer. Te recomendaría un libro de Emilio Salas, mira, aquí está, dale una mirada. Es general, básico, luego hasta podrías “echar las cartas” si quisieras. Sonrió en confianza.
- Bueno, no quiero llegar a tanto, solo entender, conocer.
- Bueno así se empieza, como yo, y luego te metes al tema sin dejarlo.
- ¿Tú lees el Tarot?, ¿sí, cierto?
- Solo de vez en cuando, a determinadas personas, amigos, amigas.
- ¿Podría ser esa “determinada persona”?, ¿sí, podría?

Le contestó quizá, quién sabe, con el Tarot no se juega, son cartas especiales, tienen magia, espíritu, energía propia. Se desplazaron hacia la salida. Pagaron sus libros. La midió con tensión, ella segura, desafiante.

- ¿Me das un número para ubicarte?, ¿sí?, ¿es posible?
- Sí, como no, si apuntas sería mejor: mi número y mi dirección, Toulouse Lautrec, 400, apartamento 8.
- ¿Tienen estos números que ver con la numerología?, preguntó. observando la armonía de las cifras.
- Ah, sí, es una historia, una historia corta, contestó, sin ánimo de dar más relleno.

Se despidieron con rapidez y Adriano prefirió abandonar la feria. No quiso echar por tierra todo el instante que su fantasía había anticipado con meticulosidad. Mientras caminaba hacia el estacionamiento, vio que Emilia subía a su auto, no muy lejos del suyo. Tomó el número de matrícula.

Dejó pasar unos días, antes de llamarla. Tuvo tiempo de leer el tratado de Salas. Lo subrayó con meticulosidad e hizo anotaciones. Sí, le resultó interesante, sobre todo el breve análisis de la cábala, y los detalles acerca del origen de los arcanos mayores, figuras. ¿Cómo se organizó tamaño conocimiento?, sobre el vacío, nada más usando el afán inocente de los humanos por saber el futuro, adornar sus vidas con días no vividos que los separen de la inaceptable realidad.

Tocó el timbre el día indicado. Lo recibió en un saloncito pequeño. Un escritorio, dos sillas de madera, y el mazo de Tarot de Marsella sobre un tapiz granate.

- Pensé que olvidarías tus impulsos, Adriano. Eres persistente.
- Pues si, no sé si ya lo sabes, pero organicé este encuentro con anticipación. Con tus percepciones, digo, me imagino que sabes más que yo.

Se río con ganas, barajó las cartas.

- No, estos temas no dan para saber tanto. Pero veremos qué te sale. ¿Qué quieres consultar?
- Un poco de aquí, otro de allá. Lo de siempre, tú sabes.
- Bueno, corta aquí. Veremos, ¿te parece?, el amor, la salud, los negocios. ¿Sí?
- Está bien, así sea.


Fueron largos minutos de observar a Emilia repartir las cartas sobre el tapete granate, con destreza, conocimiento. Y luego escuchar las líneas de su futuro. Te casarás, tendrás un niño. ¿Dónde sale eso?, aquí, en el arcano de los enamorados, en el as de copas, en varias cartas, estás rodeado de señales similares. ¿Negocios?, pues bien, la rueda de la fortuna aparece persistente, rodeada de oros, siempre.

- Y dime, Emilia. ¿tienes familia?
- No, vivo sola, pero sigamos, faltan algunas cartas. Estoy usando el método zíngaro, ¿lo reconoces?, antiguo, completo. Veo tu salud algo complicada. Pero nada grave.

- Bueno, qué quieres, bromeó Adriano, los años ¿no?

Emilia lo miró sonriente. Bueno, no te equivocas. Sonrió más.

Terminada la lectura, Adriano no sabía cómo preguntar si le debía algo. Ella adivinó la pregunta y dijo: no, no te preocupes, es cortesía del Tarot. Más bien, hazme un favor: quiero me consigas alguien que arregle un goteo molesto en mi baño que no se cómo controlarlo. Tú estas en estos temas, quizá me ayudes.

- Si, claro, mañana vengo con un técnico. ¿A qué hora, te parece?
- A media mañana, ¿está bien?

Parecía que no quedaba nada por decir. Ya conversaría después, insistir en algo más no estará bien. Se despidieron con un beso en la mejilla. Volteo para mirar desde la distancia. Emilia le observaba desde su ventana.

Al día siguiente, con el gasfitero más confiable, se acercó al 400 de Lautrec. Tocó el timbre. Esperó un buen rato, insistió. Finalmente alguien de otro piso salió por la ventana.

- ¿Si?, dígame, ¿a quien busca?
- Ah sí, perdone, a Emilia, Emilia Ortiz.

Se retiró de la ventana con el rostro serio. Parecía que consultaba con alguien detrás de las cortinas.

- No señor, Emilia Ortiz no vive aquí hace más de un año. Sí, vivía, vivía aquí, pero ahora el apartamento está vacío.
- Oiga, disculpe, pero, si ayer la vi, aquí, ella me atendió.
- Debe ser un error, si quiere insista. Tiene una hermana que viene de vez en cuando, revisa, limpia y luego se va. El apartamento se está alquilando.

Cerró las cortinas con algo de fastidio y Adriano terminó de acomodar la información en su aturdida memoria. El gasfitero lo miró con desconfianza y se retiró unos pasos.

Caminó un trecho. Se tomó la barbilla y subió a su auto dejando al gasfitero en la vereda. De la esquina echó un vistazo al 400 de Lautrec y se perdió en las anónimas calles circundantes. Quizá la matricula del auto, le de alguna pista.






Texto agregado el 18-08-2010, y leído por 339 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
21-10-2010 creía haber comentada este texto,tal vez no fue así pero si sé que lo lei y disfrute****** shosha
28-08-2010 Adriano, es el personaje central de tu historia, promete ser interesante este sujeto porque no a mucha gente se le ocurre pensar que “la pareja perfecta la hallaría rondando los estantes de una librería.” Dos personajes, Adriano y Emilia Ortiz, que se mueven entre libros de quiromancia, tarot y otras cosas afines. Interesante final tiene este capítulo que con un dejo de misterio, nos motiva a seguir indagando. Como siempre, amigo Margrave, una narrativa para respetar y una historia que de seguro nos hará reflexionar. Un abrazo. SOFIAMA
 
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