Nota antes de comenzar: Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.

Fue el último en llegar. Cuando abrió la puerta de la sala, oscura, tenebrosa, inundada por un espeso humo que apenas permitía distinguir a los allí presentes, se lamentó de no haber podido optar a una opción mejor. En su vida terrenal no había sido malo, al menos no lo suficiente como para encontrarse en ese lugar. Su problema fue la consecuencia de una indefinición en cuanto a su situación religiosa. Origen islámico, criado en un entorno cristiano, hizo que, al morir, la entrada de su alma fuera denegada por el encargado del paraíso musulmán. Jabibi, le había dicho, tú no has hecho méritos para entrar aquí. Eres un renegado, un infiel. No te sabes ni un versículo pequeño de una Sura coránica. Nunca utilizaste turbante, no peregrinaste a la Meca… Definitivamente este no es tu sitio. El recién muerto, comprendió que el sarraceno guardián tenía razón. Encaminó sus pasos al paraíso cristiano. Allí un vejete, tras consultar con varios folios sacados de un grueso tomo de expedientes, negó con la cabeza. No, -le dijo. Usted no puede pasar aquí. De entrada no ha sido bautizado, nunca ha colocado un Belén en Navidad y no sabe cantar villancicos. Tampoco ha pertenecido a ninguna cofradía de Semana Santa, no ha hecho penitencia… Joven, lo siento pero este no es su lugar. ¿Por qué no se va al paraíso islámico?
- Ya lo intenté, pero allí tampoco me admitieron.
- Pues mala solución va a tener esto. Usted, su alma, no puede estar vagando en tierra de nadie. Mire, se lo recomiendo, váyase usted al infierno. Es común para ambas religiones y allí no ponen tantos problemas a los inmigrantes. Las almas de allí quieren salir, no entrar. Tome su expediente, preséntelo a la entrada y ya le dirán donde descansará su alma desde ahora hasta la eternidad.
Así lo había hecho. No tuvo problemas con el acceso y un demonio apestoso y mal encarado le había dirigido, sin demasiada amabilidad hasta esa sala en la que ahora estaba. ¿Quién es el jefe de aquí? Preguntó al demonio portero.
- El jefe de la sala le reconocerás de inmediato. Es un argentino condenado por que dedicó su vida a alcoholizar a sus congéneres y a estropearles el hígado con alcohol de garrafón. Es su experiencia organizativa la que le ha llevado a convertirse en el encargado de esta sección.
- ¿Quién más hay?
- Un gallego. Un protestón irredento, ateo, indisciplinado y amante del buen vino y de las malas mujeres. Con este currículo no se podía esperar que fuera admitido en el cielo.
- Ya, entiendo. Hubiera roto la paz celestial.
- Efectivamente, y por esa razón tenemos aquí a otro condenado. Inicialmente fue al paraíso, empezó, como parece lógico pensar a recitar poemas del Cantar de los Cantares. Pero en lugar de hacerlo de una manera pausada y relajada, se puso a lanzar grandes voces, a teatralizar declamando los cantos de David y de los profetas mayores y menores. Dios dijo que era insoportable y echó una buena bronca a Pedro por haberle dejado pasar. Llamaron a seguridad y nos lo trajeron aquí.
- Pues es raro, un alma buena en los infiernos.
- No es la única. Hay otro. Un ciego. Murió durante un viaje en avión. Se empeñó en ir el solo al lavabo. “No necesito que me acompañe nadie”, -dijo enfadado. Abrió la puerta que no era y se puso a mear entre las nubes mientras caía. Pero no es la única vez que se equivocó de puerta. Después de estrellarse y terminar reventado contra el suelo, iba buscando la entrada al paraíso. Llamó aquí. “Buenas, es este el cielo, supongo… “ Le abrimos la puerta y cerramos una vez entró.
- ¿Por qué no le dijisteis que estaba equivocado? Después de todo es un ciego.
- Tío… ¿Eres gilipollas? Somos demonios y tenemos que mentir. Si es ciego que se joda. Ahora solamente es un alma en pena más.
- Perdona, tienes razón… No había caído en el detalle. ¿Falta alguno?
- Si, el íncubo, el lascivo, el corruptor de menores. Le reconocerás de inmediato en cuanto empiece a hablar pues de su boca salen obscenidades que han llevado a la perdición a más de un alma inocente.
- Joder, menuda tribu…
- Si, y ahora tu formas parte de ella. ¿Qué es lo que sabes hacer?
- Escribo, escribo cuentos.
- ¡Ah! Ahora entiendo la razón por la que estás aquí. Verás, antes lo habitual era castigar a los penados de una manera tradicional. Ya sabes, pinchazos con los tridentes, aromas de azufre, calderas individuales con aceite hirviendo… Muy terrorífico pero muy anticuado. Ahora, una comisión demoníaca, de la sección nuevas tecnologías, ha llevado a cabo un estudio de I+D y, en vista del precio del aceite y de la crisis energética y laboral en la que nos hallamos inmersos desde que un tal Zapatero ha sido elegido jefe de todos los demonios, se han implantado otros tipos de torturas a las almas pecadoras. Los relatos que aquí se cuentan son emitidos a todas las salas y los condenados tienen que escucharlos durante toda la eternidad. Este es el castigo que tenemos adoptado y ya hemos recibido las primeras quejas de Amnistía internacional de los infiernos. Un éxito, un verdadero éxito. Más barato que el aceite hirviendo y sobre todo mucho más cruel. Venga, chico, busca al jefe, dile que te de turno, agarra el micro y empieza a relatar. Tu público te espera. Tienes toda la eternidad para ti.
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