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¡Y ERA CIERTO!
Lo había escuchado muchas veces
-¡La que le teje al novio, queda para vestir santos!
Te vi por primera vez en la misa de once, al recibir la comunión tú, junto al sacerdote acercaste la patena bajo mi barbilla, te miré y quedé prendida de tus ojos verdes.
Ya no volví a discutir porque me mandaban a comprar el pan para el desayuno cada domingo, hasta hacía hora para ir. Después, lógico desayunaba como si nada y como que no quiere la cosa cruzaba a la iglesia a la misa de once, o sea, a deleitarme mirando al acólito de los ojos verdes.

El tiempos corría y corría; hasta que llegó diciembre y por supuesto el Mes de María. Nosotras que éramos tres hermanas no nos perdíamos esta devoción y como ya estábamos grandes nos integramos al coro. Al comienzo cantábamos en frente de la nave central mientras el maestro Jara tocaba un antiguo armonio, pero al correr de los días nos dijo que lo hacíamos bien, que nuestras voces merecían un mejor acompañamiento por lo que decidió trasladarnos, con partituras y todo, al coro justo sobre la entrada de la iglesia.
¿Y quién era el voluntario para darle fuelle al órgano?... ¡Pues mi príncipe de los ojos verdes!
Así fue como te conocí, o me di cuenta que existías porque desde chico asistías a la misma iglesia y tu casa quedaba a sólo tres cuadras de la mía.
Comenzamos a conocernos, te declaraste como pololo según costumbre de ese tiempo y al paso del tiempo ya éramos casi novios.
Fue entonces cuando se me ocurrió tejerte un suéter que hiciera juego con tus ojos, para lo cual fui juntando peso a peso el dinero suficiente para comprar las madejas necesarias.
Lo comencé a tejer a escondidas de mamá y por supuesto de mis hermanas, para que nos se burlaran de mí.
Cuando llegó la fecha de tu cumpleaños te fui a esperar a la salida de tu trabajo y te lo entregué.
Al otro día mismo te lo colocaste. ¡Te veías tan lindo!
Pero luego comenzaron a pasar cosas extrañas, dejaste de venir a verme, sin motivo alguno.
Cuando de casualidad me encontraba con tus hermanas, ellas rápidamente cambiaban de vereda.
Después de un par de semanas, sin siquiera haber terminado conmigo, te vi caminado junto a otra niña. Por orgullo no te llamé para pedirte explicación.

Menos mal que vino a visitarnos una tía de la capital y me invitó a su casa. Más por la necesidad de no volver a verte, me quedé con ella, para ayudarla en su paquetería donde vendía…lana.
Fue allí donde volví a escuchar la famosa sentencia:
¡La que le teje al novio…queda para vestir santos!

Texto agregado el 31-08-2010, y leído por 223 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-09-2010 .Con mucho sabor .felicitaciones atte perres. perres
02-09-2010 Muy buena historia. No la conocía la frase. Me gusta tu forma de narrar, felicitaciones. ********** tequendama
01-09-2010 me gusto este cuento tan bien contado señora un gusto! sanducera
31-08-2010 Un buen cuento y una muy linda forma de narrar.senoraosa**** senoraosa
31-08-2010 Buen cuento. Muy bueno firpo
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