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Como tantas veces antes y tantas veces después, Gregorio despertó pasadas las seis. Miró su reloj que estaba sobre la cabecera de su cama y pensó -seis y diez; no voy tarde. Lentamente se sentó en la cama y meditó por un momento que traje iba a llevar puesto hoy a su trabajo. El verde lo lleve ayer; hoy llevare el azul. Meditó por dos minutos y finalmente se levanto. Corrió las cortinas de su habitación y vio a lo lejos gente afanada. Siempre le daba la impresión que pasaban las mismas personas y que lo único que cambiaban era los días de la semana y la ropa que aquella gente llevaba puesta. Estuvo allí por uno o dos minutos observando y meditando. Era un hombre muy metódico y se había acostumbrado ya a esa rutina. Volvió al lado de su cama y la tendió. Miro nuevamente el reloj y este anunciaba las seis y veinte.

- Preciso. Dijo en voz baja.

Se volteo y abrió un armario que estaba al lado de la cama. En una bolsa estaba el traje azul. Lo tomó con cuidado y lo posó sobre la lecho. Lo miro con detenimiento. La ultima vez había visto una pequeña mota en uno de los puños de la camisa y no se había percatado de ello sino hasta que estaba en el trabajo. Recordaba que ese día se sintió muy mal por esta razón.

-Bien. Murmuro nuevamente, después de examinar el traje.

Observó nuevamente el reloj, seis y veintitrés. Después de manera muy lenta se desvistió, prenda por prenda y se dirigió al baño. Su ducha duró exactamente quince minutos. Al igual que siempre, primero había utilizado el retrete. Después se duchó y finalmente, bañó sus dientes. Salió faltando pocos minutos para las seis y cuarenta, con una toalla sobre la cintura y otra sobre la cabeza. Nunca llegaba con el cabello húmedo a trabajar, pensaba que era de muy mal gusto.

Aunque desde siempre había vivido solo y sabía que siempre iba a vivir de esa forma, nunca se había atrevido siquiera a pensar en pasearse desnudo por la casa. – Nunca se sabe quien esta espiando en la ventana- Era lo que pensaba. Entró en la habitación y lenta, pero metódicamente, se vistió. Duraba por lo general de diez a quince minutos y ese día no fue la excepción. Faltando cinco minutos para las siete de la mañana bajo al primer piso. Se peinó en el baño de ese nivel y para entonces su cabello estaba ya completamente seco. Luego se dirigió a la cocina y tomo tres sorbos de café el cual se habían preparado a lo largo de la noche anterior. Miro nuevamente el reloj y encendió el radio.

- Perfecto. Dijo.

Todos los días a la siete y tres minutos el reporte del transito era anunciado por una estación de radio: - El día de hoy transito normal, hay un corto embotellamiento en la calle cuarta pero pueden tomar la sexta si se dirigen al centro con mucho afán.

Apagó el radio y tomó las llaves del auto que estaba estacionado en un cercado que había elaborado varios años antes. Tomó un portafolio de la mesa junto a la puerta y la abrió. En el umbral mirando su reloj recordó que había algo que no había echo. Se exasperó. Tenía justo el tiempo preciso para tomar un desayuno en una cafetería y llegar al trabajo.

- ¡Maldición! Murmuro. ¿Que es lo que olvido? Se dijo para sí.

Miro nuevamente su reloj. Siete y diez. Estuvo en un lapso de uno o dos minutos observando el reloj hasta que su rostro se iluminó. Cerró cuidadosamente la puerta y corrió el seguro. Se dirigió a la cocina y abrió el refrigerador. Dentro, en la parte superior había una bolsa. La tomó con asco y se dirigió ala parte trasera de la casa. Se iba maldiciendo ya que siempre olvidaba hacer esto. Debía hacerlo apenas se levantara en la mañana para así no tener la oportunidad de ensuciar su traje. Al final de la casa, en el primer nivel, había una habitación. Un gran candado estaba sobre el pasador. La llave estaba enganchada sobre una puntilla en la pared. Tomó la llave y abrió primero el candado y luego la puerta. Para esa tarea la bolsa había sido puesta en el piso y luego de abierta la puerta Gregorio la volvió a tomar y la arrojo dentro.

- ¡COME! Grito en forma amenazadora.

En el fondo del cuarto una figura humana se retorció en el piso. Él miro duramente ala figura y cerró la puerta con un golpe. Trancó el pasador y el candado. Dejó nuevamente la llave en la puntilla y se alejó. Miró su reloj y este marcaba las siete y cuarto. Caminó mas rápido, abrió la puerta que daba ala calle, tomó las llaves del auto y su portafolio; y cerró la puerta. En el auto no podía quitarse un pensamiento de su mente. El ¿porque? Porque después de tantos años siempre era justo en la puerta cuando salía a trabajar que se acordaba de alimentarle. Tal vez porque nunca llegaría a acostumbrarse a esta situación. Pues nunca había tenido uno y ahora tenia un huésped en casa.

Capandres

11 octubre 2010

Texto agregado el 12-10-2010, y leído por 124 visitantes. (0 votos)


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