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Inicio / Cuenteros Locales / milita_babilonica / CIENTO VEINTITRÉS VERSOS PARA ENRIQUE (O LA TAZA ROTA)

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Tengo la niña dolorida.
Esta niña que protejo de las violaciones sucesivas de los egos falsos,
en la que guardo la inocencia que me queda para mi vejez apresurada,
que a los treinta y dos años
me tiene el alma reumática y la memoria perdida.

La niña me sostiene.
La soga que me lanza desde su orilla quieta
me permite evadir el caudal perverso
de los días atardecidos, de tus demoras,
de tus juegos que me incitan a golpearte,
violento vuelo de cóndor,
violento vuelo de escritor de cuneta.

La niña dulcifica las horas cantando.
Lleva dos decenas de años sosteniéndome la mano
pero no crece y sí aumenta mi dolor de taza rota,
sí aumenta mi tortura de dedal de oro en las vías férreas,
mi testimonio de pujo inútil,
el canto solemne de la nota blanca,
dos corcheas juntas que se suicidan en el pentagrama.

Tengo la niña silenciada.
Esta niña que reunía las canciones
de todos los amantes que tuvieron en la mano
la moneda falsa del orgasmo,
rizos de semen que adornaron
las trenzas castañas de la niña orando.
La niña borda certezas
en las tapas de los libros malos,
los sábados recuerda al Cristo de Cartagena
y ama en clave, ama llorando.

Canto mal cuando la medianoche golpea las ventanas.

Te miro los treinta segundos exactos
que demora tu mirada en desviarse de mis ojos.
¡Por un demonio!
¿Cuántas tazas de té beberé pidiéndote que me dejes entrar?
Mido el tiempo por el ruido de las cucharitas en mi taza,
cuica la taza, cuica la vieja en la que me pruebo la boca,
ésa en la que me convertiré un día
cuando el rojo ya no se lleve en el sexo
y los pezones sean una flecha quebrada.

Tengo mares desatados que sacaron su ticket de atención
y esperaron en vano tres años.
Consolé pudúes tímidos que abandonaron
el bosque por beberte en dos versos malísimos.
Escribí cientos de cartas de postulación a tu cama
y le expliqué a los otros que te no-tenía,
que jugaba con tu ausencia y tu maltrato,
que sus amores domesticados
me resultaban amor de gaveta de supermercado,
que comprarlos dos por uno era económico pero nefasto,
que yo prefería los enanos,
los silencios,
los poraquinuncahepasado,
por costumbre, de huevona,
por ser mujer y por negarlo.

Escribía Eustaquio Arredondo:
“Vente, mi Carmen, jubilemos juntos.
Amanecer callados sin despertador.”

La puta que te parió…
La jubilación contigo me encuentra desmadejada,
partida como la tierra que nos tuvo bailando,
no puedo escuchar boleros sin pensar en tu nombre crucificado
junto a las dolientes carnes de mi cuerpo del sur.

Tenerlo todo y dejarlo ir.
Tener la desnudez amordazada,
pintar en el cuerpo que se desea atardeceres
cuando todo debió haber amanecido,
caligramas cuando debió haber sido la voz
la única certeza del alma.

¡Qué miseria la de nuestras soledades preguntándose por la atracción!
Dudando si la inteligencia nos hizo amorosos alguna vez.
Miserables.
Puercos con chaqueta.
Estirados burros nihilistas que comen pienso con tenedor de postre.
Puedo amarte en un sollozo.
Puedo amarte en los que ríen
sin saber que el prestigio se tajea,
se cuartea como una greda sin cocer,
que todo termina colgado:
Las amigas, colgadas.
Los amigos, colgados.
Los lechones, colgados
y con una manzanita en la boca, como Eva.

No te mendigo más,
allá tú con tu fe en los drenarios.
Perjuro de tu nombre inscrito en mis tobillos,
de la fe en el homo-liter-erectus,
perjuro de tus labios que quise aunque tenían sólo silencios,
y no las madreselvas,
no los copihues,
no las fresias,
ninguna de las fragancias que esperaba de mi jardín nocturno.

Perjuro.

Soy la taza rota en la que el rocío no recala,
puerto sin atracadero
playa sin vendedor de tortillas,
Enrique sin Milita,
y Milita sin ti.

Perjuro.

Alicia se te suicida en los ojos
y no será jamás en tu lágrima
pues no hay dominios entre nosotros,
ninguna parcela en la que dejar la semilla mentirosa
de un amor que nos duraría tan poco.

En tu abrazo cáustico nunca pude mecerme.
Nada hubo en ti que me incitara a quedarme
y, sin embargo, como un perro que encuentra caricias y leche
me quedé en tu puerta
mil cien días esperando
que abrieras la reja,
que encontraras la llave que venciera el óxido.
Pero me rindo y me entrego apóstata
en una estrofa que tardíamente encuentra la rima consonante.

Ciento veintitrés versos para ti,
que te destrocen a mansalva la paciencia,
que te hagan mentarme pendeja en todos los idiomas,
donde pueda poner cinta adhesiva
y cogerme a culazos tu scotch tan poco literario.

Reúno tus abandonos y les cuelgo lucecitas navideñas,
hago un inmenso ramo con tus distracciones
e hilvano en tu perineo un presagio
que me sabe a sangre desde siempre.

Ciento veintritrés versos
y un golpe seco que te abra el corazón.

Texto agregado el 30-12-2010, y leído por 742 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
26-04-2011 Bendito sea enrique por haber nacido...123 elogios para ti milita...esas cachetadas son las que me gustan....Ven a tomar tus 5 estrellas bien ganadas. alexandraenmanuel
17-01-2011 Un gran poema. fabiangris
16-01-2011 Me recuerda a Pablo de rocka, la extension del poema y algunos elementos...el ritmo como de aire contenido al hablar, varios versos notables casiopea_lamborghini
07-01-2011 Me encanta, es tremendo, es cntundente. Entre 100000 textos sin firmar, reconocería tu obra milita por el sello tan de ti. Excelso. Un cielo...dos firmamentos, y tres vías lácteas... otro_mas
07-01-2011 esta muy bueno el texto... pero muy bueno Rojosangre
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