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Te doy un golpecito en la espalda, Mario Cansino Bermúdez, porque eres mi amigo, compadre de tantas y tantas. Estamos un poco ebrios. Me cuentas una travesura de infancia para vaciar algo de lo que tienes dentro. Pero tu tristeza no se alivia, lo noto a pesar del alcohol, Mario, son años de conocernos, esto es distinto.

- Estoy mal –me dices cabizbajo- , ayer se murió la Celeste.

La Celeste, una morenaza de aquellas. Dueña de unos labios que hacían sudar y que al más recatado lo convertían en cavernícola. Una sonrisa argentina, un cuerpo de ay señor mío. La Celeste, sí compadre, la recuerdo en el casorio de don Crisóstomo. Entramos por atrás, porque a esas fiestas los individuos como nosotros entran por atrás. Eran como las tres de la mañana, hora en que todos están medio cufifos y no se preocupan de lo que hay en las mesas. Nos despegamos de los arbustos como pedazos de sombras vivientes. Tanteamos el territorio, husmeando a lo lince, y nos deslizamos como fantasmas, porque somos eso, seres nocturnos. Y nos tragamos los restos olvidados por los comensales. Los viejos, copas mediante, de civilizados y decentes pasaban a frescos y manilargas ¿te acuerdas? y las señoras, que hay contrólese pues. Y el vejete lascivo le decía para qué se hace si luego nos vamos a enredar por ahí en lo oscurito ¿te acuerdas? y ella sí pero no es cosa de andarlo publicando, ya, movámonos un rato que la música está buena. Y bailaban.
La Celeste con el Roberto Santelices, ese flacuchento narigón que se cree lo máximo porque tiene auto y trabaja en el Banco. El zopenco tiene menos gracia que una gotera y habla hasta por los codos. Quería conquistarla. Vaya a saber uno qué cosas le estaba diciendo, porque ella miraba para otro lado, o cerraba los ojos y se meneaba. Con una gracia compadre. Yo estaba buscando alguna botella a medio vaciar, inspeccionando cerca del jardín. Tú la mirabas como alelado cuando al ritmo de la cumbia contorneaba las caderas, levantaba los brazos -se le subía un poquito la falda- , y giraba llena de sensualidad. El torpe del Santelices aplaudía, baboso ante la voluptuosidad de la Celeste, pura energía y juventud esa mujeraza, y un cuerpo de dios me la bendiga señorita, adónde va tan apurada.
Cuando nos la encontrábamos en la calle a ti te brillaban los ojos, y te ofrecías a acompañarla hasta el fin del mundo, al mismo infierno si quiere usté mi Celeste, y ella se reía y pasaba. Con ustedes no iría a ninguna parte, zopilotes ¿te acuerdas? y nos quedábamos con la boca abierta viéndola caminar con ese meneo rítmico. Pero tú compadre la mirabas con un poquito más de malicia, lo recuerdo, algo en tus ojos era inquietante, algo pasaba por ellos como una nube plúmbea que te ponía nervioso, esas arrugas en la frente, ese brillo licuoso distinto al de la resaca. Dime qué te pasaba con la Celeste, si tú no eres tan tonto como para haberte enamorado de ella. Eso no nos corresponde a nosotros y tú lo sabes. Qué lesera compadre, qué lesera.

- Hernández… nunca pude bailar con ella.

Cómo ibas a bailar con ella, tú, Mario Cansino, si no eres más que un borracho. Buenos amigos y todo no quita que lo reconozcamos, eres un pillo que se embriaga todas las tardes y que no tiene dónde caerse muerto. Qué cosas se te ocurren compadre. Cómo ibas a bailar con ella si la Celeste era del aire, del cielo, y nosotros somos de la ciénaga humana, lo último. Nos conocía y nos saludaba, sí, y celebraba nuestros piropos, y hasta nos miraba así de pasada como quién resbala la vista por un objeto sin importancia. Pero de ahí a pretender, a querer, no compadre, estás mal. A cada uno lo suyo y ni a ti ni a mí nos toca ilusionarnos con nada, menos con la simpatía de una mujer como la Celeste. La pobre Celeste, tan joven y hermosa, siempre con ese olorcito inconfundible que nos distraía. Y tú me decías, casi devorándola con el pensamiento, allí viene, la presiento en las narices. Esa mujer me vuelve loco Hernández, daría mi vida, que vale nada, lo sé, por tener una oportunidad, una sola, me decías, con la vista perdida y ansiosa, de abrazarla y pasar mi mano por su cintura y olerla de cerca, de meter mi nariz en su pelo y en su cuello y saborear esos labios, después me moriría en paz, te lo juro, después me moriría en paz. Yo lo tomaba a burla y te miraba con distancia, un poco para entender esa declaración tan grotesca. Tú con la Celeste, no me hagas reír Mario, te falta mucho. Eso no me importa, respondías furioso, soy hombre como cualquiera y puedo hacerla feliz también, no le veo lo extraordinario, si me baño, me afeito y me pongo ropa limpia y la invito a comer ¿ah? ¿qué pasaría?, por ella cambio esta porquería de vida que llevamos. Es al revés te decía yo, primero cambia esta porquería de vida y después veremos.

- A esta hora debe estar bajo tierra Hernández, ¡para siempre!... Pero el deseo de abrazarla lo tengo pegado al cuerpo, y siento como si una aguja me inyectara chispitas en la mismísima sangre.

Una contracción te tensa la nuca, y las arterias del cuello se te hinchan. Apenas mueves los labios para hablar. Cuidado Mario Cansino, soy tu amigo, tu compadre, hermanos del alma, pero cuidado, te estás volviendo iluso. Qué es eso de que tus ganas y tus ganas, qué lesera es esa, ella se murió y no hay remedio, lo demás es locura. Estas diciendo disparates, olvida eso y tomémonos otro litro de pipeño mejor será, dile al Wily que nos ponga otro botellón y que después se lo pagamos, mañana recolectamos unas monedas por ahí y venimos a pagarle y a seguir tomando a la salud de la Celeste, o de quién sea. Mira que andar pensando en cosas que ya no fueron. Es una pena tremenda pero se murió y punto, tienes que olvidarte, hemos visto morir a mucha gente querida, pero nosotros seguimos aquí, como se dice, al pie del cañón, sobreviviendo, hasta que llege nuestra hora. Mientras tanto tomémonos otro vasito y verás que mañana todo será menos triste.
Te quedas pensativo, en el vacío. Hablamos de otra cosa pero tu voz ya no es la misma. La atmósfera se hiela y nuestra conversación poco a poco decae, hasta sumirnos en el mutismo. Te pones serio y te concentras en algo que te aflige. Y te paras tambaleante, y sales a la calle sin despedirte. Apenas me diriges una fugaz y desencajada mirada antes de salir. Después de pedirle al Wily que anote nuestro consumo en la cuenta, y de oírle gritar ¡borrachos de mierda, nunca me voy a librar de ustedes!, salgo y te sigo.
A pesar de todo lo que tomamos caminas con firmeza, largas zancadas, decisivas. Pasamos por la plaza iluminada a medias, serán las cuatro de la mañana. Te grito que me esperes, te haces el desentendido y sigues. Subes por Los Álamos, llegas al final y doblas a la izquierda. Hemos caminado media hora y estoy cansado, acalorado, te logro alcanzar y volteas a mirarme, ¡Mario! ¡A donde vas compadre! Tus ojos han crecido y pareces un demente, nunca te había visto así. No me escuchas y te vas. A unos metros de la entrada del cementerio te desvías a la derecha, bordeando el enrejado. Hay una abertura por donde pasas, y te pierdes entre las tumbas y las cruces como sonámbulo, poseído por una determinación ciega. La oscuridad es benévola y deja apreciar ciertos detalles y contornos tenebrosos. Te paras frente a una lápida, me acerco, leo la inscripción, "Celeste Pereira", miro aterrado y te pregunto en voz baja qué pretendes. Buscas las herramientas que por ahí cerca dejaron los sepultureros, enajenado, y empiezas a cavar.

Texto agregado el 17-02-2011, y leído por 284 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-07-2014 ***** y sigo leyendo. Abrazo vaerjuma
02-02-2014 Uf, mejor ni pensarlo. No esperaba el final macabro, sino que esperaba algo más melodramático (un puente, un atropello...) Pocos escritores consiguen despistarme de esta manera :) ikalinen
07-03-2011 Me gustó mucho. Destaco cómo logras mantener la atención del lector, y la manera en que haces que el propio texto se cuente solo. Saludos. kary-rv
03-03-2011 Aún no he encontrado a españoles que escriban así, con ese tempo pausado entre mate y mate, reteniendo cada acción envuelto en una descripción de concienca que hace innecesaria cualquier acción posible. Me recuerda a otro cuentero que hace no mucho paraba por aquí Volpi, de gran talento también. Quizás me falle un poco la tensión de la trama. Egon
02-03-2011 Me gustó tu cuento, kroston. Un finalcito morboso, pero coherente con la personalidad que pintaste. Entretenidísimo. Saludos Dhingy
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