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A veces la vida nos presenta un cruce de caminos. ¿Cuál tomar…?

“Me llamo Jorge y soy ateo”, me decía a mí mismo en voz baja mientras manejaba a la salida de San Luis Potosí rumbo a Zacatecas, en un vano intento de afirmar mi personalidad, “¡si siempre he sido asertivo! ¿Por qué estoy en esta situación?”, pensé ya sin modular palabras. Por un momento la cantidad de carros y la lectura de los letreros de la carretera hicieron que enfocara mi atención en la conducción de mi automóvil y dejé de lamentarme de mis problemas existenciales.
Cuando la carretera se despejó, me cuestioné: “¿Cómo era posible, que yo, un sofisticado capitalino, sin haber salido nunca de la ciudad de México, con doctorado en derecho tributario, me dirigiera a la ciudad de Tlahualilo, Durango para hacerme cargo de recolectar impuestos? ¿La nostalgia de dejar la capital, que entre más te maltrata más la quieres, para ir a lo desconocido para mí: el desierto?”
Todavía tenía presente la imagen de mi jefe, que me dio la noticia con una mezcla de entusiasmo e ironía matizada con mal disimulada alegría: “joven Jorge su proyecto fue desechado, así que el puesto vacante se lo dieron al que presentó el mejor proyecto para la simplificación administrativa, que resultó ser el licenciado Tommasi, ¡mas no se preocupe!, usted va de jefe a la zona norte, por lo que su sueldo sigue siendo el mismo”. La zona norte, resultó ser la ciudad de Tlahualilo y sus alrededores. Recordé que sólo le pregunté: “¿Desde cuándo sabía la noticia?”, y él me respondió con sorna: “hace aproximadamente ocho días, pero usted comprenderá, que en esta semana hemos tenido mucho trabajo y si se le hubiera dicho a usted, ¡a lo mejor!, rendiría poco en su desempeño. Por lo que le recomendé a Elizabeth, no le dijera nada”.
Comprendí entonces, el desapego de mi bella Elizabeth, secretaria del jefe, que era por decir un nombre, mi pareja. Ella tenía poco tiempo que me había aclarado que solamente éramos amigos con derecho, para compartir tiempo, actividades, gustos… y la cama, sin ningún compromiso más allá que el de la amistad, que era lo moderno y con el tiempo, según nos fuera en nuestra relación ya pensaríamos en algo más serio. ¡No me quedó ninguna duda! ¡Ella ya sabía cuando me dijo lo anterior, que yo, no había obtenido el puesto y me mandaban al exilio! De seguro, ahora, Elizabeth estaría a la caza del licenciado Tommasi, un soltero apetecible, en ascenso dentro de la jerarquía del trabajo. El amor de Lizbeth, resultó ser para mí, una ilusión, un espejismo; la última vez que estuve con ella, sin saberlo, ya el destino de esta hermosa mujer que despertó a mi lado, no me pertenecía.
La carretera no era mala, al tomar la desviación después de Fresnillo, rumbo a Rio Grande, Zacatecas, tuve la sorpresa de estar en medio de una tolvanera, pero de polvo rojo, algo verdaderamente espantoso, los carros tuvieron que orillarse y parar a un costado del camino, pues la visibilidad era nula.
Durante el resto del trayecto, con la seguridad de estar ya en zona desértica, cuyo paisaje, era árido y triste; recordé mis clases de geografía en la secundaria y nunca imaginé cruzar por una inmensa estepa, como fue, hasta mi arribo a la ciudad de Tlahualilo, de 9,700 habitantes según un letrero a la entrada de la misma.

El tiempo cuando está uno ocupado pasa rápidamente, ya va para un año mi estancia en Tlahualilo; de mi trabajo no quiero comentar mayor cosa, salvo que me llevé la sorpresa de encontrar que mis compañeros son amables, con mucha disposición para las labores que les tocan y algo que no encontré en la capital, ¡no están enojados!, al contrario tienen siempre buen ánimo.
Viajo para supervisar todas las ciudades de la Región Lagunera de Durango: Tlahualilo, Bermejillo, Mapimí, Ceballos, etcétera; mis informes los llevo a Gómez Palacio y las juntas de trabajo son en la ciudad de Durango, capital del estado, incluso podría vivir en Gómez Palacio, pero prefiero vivir en Tlahualilo, en la casa de huéspedes de la Sra. Refugio, conocida como doña pelos, por su mal carácter, pero es la mejor cocinera que he conocido; las delicias de su comida no tienen parangón: las gorditas, los burritos, la carne de cerdo en los diferentes asados, la delicia del cabrito, en fin la sazón de sus guisos y desde luego las divertidas y sabrosas carnes asadas que seguido se organizan; además la casa de doña Cuca, construcción de adobe, con paredes anchas, altas y techo de vigas, es fresca en verano y cálida en invierno. Por ser yo, uno de los consentidos de mi hospedera, me facilitó, eso sí, a una elevada renta, un cuarto independiente con una pequeña salita y un cuarto de baño completo.

Una actividad extra que tengo, es dar clases en la preparatoria dependiente de la Secretaria de Educación Pública, donde conocí a Lupita, maestra también de la escuela. A diferencia de Elizabeth siempre bien maquillada y cuyo arreglo es toda una obra de arte, el atractivo mayor de Lupita para mí, era su cara lavada, si acaso un poco de color café claro en las cejas, por ser güerita; en los ojos: una tenue sombra de azul en los párpados y el uso de un fino delineador; en los labios sólo el uso de brillo, me imagino que es por el calor, que descompone cualquier maquillaje. Esta jovencita tiene una alegría de vivir contagiosa, sonríe siempre y su risa alegra los corazones de todos los que la rodeamos, su clara mirada era para todos, no puedo decir que sólo para mí. ¡Qué más quisiera! ¿Sería ella, la curación a mi mal de amores?, no lo sabía, lo que es cierto es que en todos los tiempos libres, yo la buscaba para platicar con ella, las miles de tonterías que se platican cuando uno empieza una nueva ilusión.
A ella le gustaban estas pláticas y debo decirlo, también apreciaba mi compañía. En Tlahualilo, mis molestias físicas, como la migraña, que eran casi continuas, las agruras y todos los síntomas que los médicos me dijeron que eran producto del estrés han desaparecido, hago ejercicio y mi condición de salud es inmejorable.
Como el tiempo me alcanza para todo, aprecio lo que al principio me atemorizaba: el desierto, que para conocerlo no hay que darle tan sólo una mirada, hay que hundirse en su misterio, además hay muchos lugares que visitar: el puente de Ojuela, maravilla arquitectónica hecha por el hombre a finales del siglo XIX, y cerca están las grutas del Rosario, donde la naturaleza se encargó de pulir su belleza, lo mismo que de las Dunas de Bilbao en la región lagunera de Coahuila, que es un impactante desierto de arenas finas; algo semejante, sólo lo había visto en el cine en películas que mostraban el desierto del Sahara en África. Podría extenderme en la descripción de otros lugares como las pozas de Cuatrociénegas, y el rio Nazas, pero lo que quiero contar es mi experiencia en un lugar único: La Zona del Silencio.

Participé en una excursión de tres días, para recorrer la Zona Del Silencio en bicicletas de montaña, además de las bicicletas, llevamos todo lo necesario, camionetas, casas de campaña, etc., y es mentira que no hubiera ruidos en la Zona, lo que pasa es que se bloquean los teléfonos celulares y los radios; sólo se escucha estática, al parecer por la cantidad de metales que existen en el área que impiden las señales acústicas. En fin, lo importante fue que el sábado treinta y uno de enero del 2009, en la noche acampamos en un lomerío, para ver la lluvia de estrellas. Era una noche fría en el desierto, las estrellas brillaban en todo su esplendor, lo mismo que la luna llena, se observaba la vía láctea y parecía que uno la puede tocar con la mano, ¡qué fantástica ilusión óptica!
La lluvia de estrellas, meteoritos que arden al atravesar la atmósfera terrestre, hicieron con su belleza, que mi espíritu descreído y muchas veces al borde del suicidio, más que nada por la falta de sentido en mi vida, sufriera un vuelco. Que me perdonen mis filósofos existencialistas a los que he leído con pasión, no estuve de acuerdo en ese momento con Jean Paul Sartre de que el infierno, era debido a estar en el mundo en contacto con los demás. ¡No es cierto Sartre! El infierno está en uno mismo, mi conflicto era conmigo y con nadie más. Comprendí y le di la razón a la Santa Sede al afirmar: “Cuando el hombre elimina a Dios de su horizonte, todo se reduce. Se vuelve triste, frio e inhumano”. Por primera vez pensé aunque sea un despropósito: “sigo siendo ateo, aunque ya no tanto”.

Al día siguiente de esta excursión, cuando en la mañana encontré a Lupita en la preparatoria, iba con la firme determinación de declararle mi amor. La vi acompañada de un joven de apariencia clásicamente norteña, alto, bien parecido; ella al verme de inmediato, me lo presentó, sus ojos brillaban de gusto pero no por mi persona sino que sus tiernas miradas iban dirigidas a él. “Licenciado tengo el gusto de presentarle a Iván, acaba de terminar en Monterrey sus estudios de medicina, viene a hacer su servicio social a nuestra ciudad en el Centro de Salud, y aprovecharemos para casarnos, ya sabe que está invitado…”, me dijo en rápida sucesión. Como pude, nobleza obliga, los felicite y salí en franca huida, sin pensar en las clases que tenía que dar.

Parece mentira, pero en la tarde de ese aciago día, sonó mi teléfono celular y el indicador de llamadas me indicó que era de Elizabeth la llamada, sorprendido, pues desde que salí de México no había tenido contacto con ella: “Cariño —me dijo amablemente— te tengo la buena noticia de que fracasó el proyecto del licenciado Tommasi y están empleando el tuyo con magnífico resultado, es necesario que mañana estés a medio día en la oficina central y el puesto que tanto ansiábamos será tuyo”. Tengo que reconocer que Elizabeth es lista, pues me siguió diciendo: “Me comunique a las líneas aéreas pero desgraciadamente el vuelo nocturno y el de la mañana de Torreón–México ya están completos, pero puedes en la central camionera de Torreón tomar un autobús de paso en la noche, que hay muchos según me informaron y estarás mañana a buena hora en México”.

¡Claro!, de inmediato en automóvil me dirigí a la central camionera de Torreón donde dejaría el auto en el estacionamiento de la misma. Al parecer todos mis problemas estaban solucionados. Aunque era corta la distancia de Tlahualilo a Torreón, al principio se me hizo muy larga.
Al estar en la porción de carretera que está en el cauce seco del rio Nazas a la entrada de Torreón, en la hora del crepúsculo, me detuve a ver los bellos colores que se miraban en el cielo arriba de una distante montaña; baje del carro, algo indefinido me sucedió, me vino a la mente la palabra inglesa crossroad, pero no en su acepción de cruce de caminos, sino en la que significa momento crítico, cuando se tiene que decidir entre varias opciones.
¿Cuál era mi dilema? ¿El amor? ¿Elizabeth y la sombra de la duda? ¿El desengaño con Lupita y su perversa coquetería? ¿Qué me esperaba en México? ¿La indiferencia de una gran ciudad? ¿Un trabajo que me podría llevar al éxito, pero vivir siempre en continuo estrés con sus consecuencias? En ese momento crucial de mi vida, al imaginarme el paisaje del desierto, inmensidad abajo y arriba, donde el hombre puede encontrar su destino, las cosas se aclararon para mí. Subí a mi automóvil y regresé a Tlahualilo.
¿Qué me sucedía?, en lo más profundo de mi subconsciente lo sabía, aunque me costaba asimilarlo. Sentí que una nueva espiritualidad invadía mi alma, me adentré en el misterio del desierto, su fascinación y […]

Texto agregado el 30-04-2011, y leído por 270 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
19-08-2012 Aunque un poco largo para publicarse en Internet (no nos gusta leer mucho en la pantalla de la computadora). El cuento me parece excelente. El misterio no está en el desierto, la selva etc., sino en el alma del hombre mismo. Terryloki
 
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