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Su mano recibió de improviso y al pasar, la pieza perdida. Dura, fría e imperfecta en su redondez, la perla giró entre las líneas del destino y del corazón. Sus ojos brillaron sorprendidos y sus labios modularon un grito silencioso. Ambos movimientos fueron rápidos, como los del ladrón que desvalija a su víctima mientras ésta camina distraída. Él tendió su mano empuñada y ella la suya receptiva, en un gesto automático, sin que los que les rodeaban se percataran del intercambio rápido y silencioso del objeto.
La perla quemó la palma de su mano, que cerrada como el puño de un niño, la escondió de posibles miradas intrusas. El fío y duro contacto inicial golpeó sin miramientos su memoria, en un chispazo fugaz y obediente y trajo al presente, ese momento celosamente guardado.
Supo que la había perdido, horas después cuando se vestía para asistir a una comida. Era casi un acto reflejo, salir de la ducha, revisar qué aretes usaría y qué ropa vestiría. Aún húmeda caminó hasta la cómoda, sobre la cual estaba abierto su joyero, sólo entonces notó que le faltaba una perla a una de las dos que acababa de usar. Su corazón se aceleró desmedidamente, aquéllos aretes tenían historia ancestral, habían pertenecido a su abuela y antes a otras abuelas, hasta llegar a sus manos. Se preguntó con cinismo, en qué momento se desprendió la perla y la respuesta la entregó su piel aún caliente, con un latigazo acusador, que golpeó sus fosas nasales con el aroma de otro cuerpo.
Era más fácil decir: la he perdido, que explicar lo inexplicable... Era más fácil reponerla, que enfrentarse a la verdad.
Debía reconstruir la joya, para ello buscó una de igual tamaño y forma. Un joyero le dijo: “ sólo un experto puede descubrir la diferencia de su oriente”.
Los aretes ancestrales volvieron a ser los mismo, aparentemente.
Los aros de una mujer juegan con la ropa que viste y ella había borrado de las suyas, las huellas delatoras de unas manos cálidas y fuertes, que sin prisa ni violencia, la habían desnudado aquélla tarde. Permaneció inmóvil, sorprendida y sintiendo arder su mano al contacto con la perla. Ajena a todo y a todos, revivió cada instante, cada beso, cada abrazo de ese día. Un escalofrío recorrió lentamente su columna, asustándola y avergonzándola de los recuerdos que se atropellaban en su mente. Levantó la mirada, intentando escapar de ellos y regresar al presente, al hacerlo se encontró reflejada en el brillo de otros ojos, que le sonreían cómplices.
Sin una frase que revelara su contenida emoción, la guardó en el fondo del bolsillo y con ella, el recuerdo aún latente de aquélla noche.
El movimiento de las silla le indicó que la reunión había terminado. A partir de ese momento, ella tenía que estudiar la fórmula adecuada para enfrentar las consecuencias de su extravío. Mientras caminaba en dirección a la puerta, una voz silbante como la de un reptil le dijo: “ tenemos mucho de qué hablar...”
Tocando la dura, fría e imperfecta perla, se preguntó: ¿ cómo llegó a las manos del imbécil y rastrero contador de la oficina?


Texto agregado el 15-06-2011, y leído por 166 visitantes. (0 votos)


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