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( escrita para el reto "vacaciones fantasticas" )


La casa tenía la particularidad de dar a una calle lo más común y corriente que pueda imaginarse, con casas grisáceas que alguna vez se habían diferenciado entre ellas por sus colores vivos y variados, y al mismo tiempo era diferente, muy diferente de las otras casas, de todas las otras casas. La puerta principal la usábamos para los quehaceres cotidianos como ir a trabajar o estudiar, a comprar el pan o el diario. La particularidad residía en la singular puerta del patio trasero, una puerta de madera gruesa y reseca, horadada por un agujero en forma de corazón que permitía ver hacia el otro lado, y ese otro lado no tenía nada que ver con el callejón al que daban las demás puertas traseras del resto de la cuadra. La llamábamos simplemente la puerta de madera, y a pesar de estar siempre presente en nuestras mentes nunca mencionábamos el “otro lado” en nuestras conversaciones, era nuestro secreto familiar.

Nos turnábamos para poder pegar el ojo al pequeño corazón y respetábamos escrupulosamente el día correspondiente a cada miembro de la familia durante el cual podía deleitarse mirando a su antojo, la mayoría de las veces sin poder ver casi nada, a lo más una que otra forma fugaz, o una sucesión de manchas de colores que éramos incapaces de interpretar de manera racional.
 
Un domingo la abuela dijo con tono anodino mientras servía el postre que tenía algo que decirnos. Como movidos por un resorte todos nos miramos adivinando que ese “algo” debía tener relación con ese “otro lado” que tanto nos atraía. Anoche tuve un sueño, siguió diciendo, alguien me entregaba una clave para abrir la puerta. Sobrevino un largo silencio en que apenas respirábamos hasta que el tío Alfonso carraspeó y le preguntó con delicadeza para no perturbarla si se acordaba de la clave a lo que la abuela respondió que la tenía clarita en su memoria, pero que no podía decírsela a nadie. ¿Y no soñaste nada más? volvió a preguntar el tío mientras rogábamos para que la abuela no se trancara y siguiera contándonos el resto de su sueño, cosa que hizo después de un tiempo que pareció interminable: vamos a poder pasar al otro lado, todos juntos, y una sola vez. Eso bastó para que todos empezáramos a hablar al mismo tiempo durante un buen momento hasta que por fin nos pusimos de acuerdo: viajaríamos durante las vacaciones de verano, y serían sin duda nuestras mejores vacaciones.
 
A las cinco de la mañana del día señalado nos reunimos frente a la puerta de madera, el aire fresco matinal nos vivificaba despejando la modorra. La abuela se agachó a tomar una piedra puntuda y nos ordenó cerrar los ojos. Si uno solo de ustedes trata de ver lo que voy a escribir o dibujar, nos perderemos y no podremos volver desde el otro lado, agregó, y eso bastó para que apretáramos los ojos hasta que nos dolieran, mientras tratábamos de seguir el sonido rugoso de la piedra sobre la madera.
 
Sin saber cómo, nos encontramos al otro lado, obnubilados ante el espectáculo de luces y sonidos que nos rodeaba, la luz cambiaba tenuemente de tonalidad en fase con el sonido que evolucionaba en gamas sucesivas. Nos encontrábamos infinitamente bien a pesar de haber perdido toda referencia conocida, allí no existía ni arriba ni abajo, ni norte ni sur, flotábamos libremente en ese espacio sin tiempo ni distancias. Poco a poco los colores empezaron a sucederse según los tonos del arcoíris, y tuve entonces la certeza de que cada uno de los siete colores se descomponía en una cantidad sin fin de tonalidades; cada una de ellas producía en mí sensaciones que podía distinguir exactamente unas de otras.
 
Pasado un tiempo, tal vez algunos segundos o la eternidad, quién puede saberlo, nos encontramos sentados a pleno sol y frente a la puerta, todos callábamos tratando de retener los detalles de lo que acabábamos de vivir. Después de un buen rato, la tía Saruca susurró: “nunca me hubiera imaginado que algún día volaríamos sentados en un pegaso...” Todos la miramos asombrados. ¿Qué pegaso? preguntó la abuela, si estuvimos todos en el Caleuche, me acuerdo de cada detalle. “Yo conversé con los pájaros”, dijo la Maiga, “no, si estuvimos en la época de los dinosaurios”... Yo ni siquiera mencioné mi arcoíris, no tenía sentido, cada uno de nosotros había hecho un viaje fantástico hacia su deseo más recóndito, al igual que generaciones de otras personas que habían tenido acceso a la puerta mágica y su corazón traslúcido que, ahora lo sabíamos, no desvelaría jamas su secreto.














Texto agregado el 01-09-2011, y leído por 508 visitantes. (15 votos)


Lectores Opinan
17-11-2012 Me recordó el ropero de Narnia; vaya a saber uno cuántas asociaciones nos regala la lectura de algo bien escrito, y con magia. remos
05-11-2012 Me recordó al jardín secreto de la película, pero tu puerta es aún más especial, porque cada cual experimenta sensaciones distintas, tal si fuese la vida misma, en la cual tomamos roles diferentes y nos solazamos con ello. Me gustó mucho... gui
09-05-2012 Extraordinario!!! La palabra puerta se repite, dando idea de algo que se abre a nuestra imaginación! ¡Gracias! efelisa
04-04-2012 E X C E L E N T E ZEPOL
22-01-2012 Me encantó....La magia está en todos los seres humanos, no importa la edad****** pithusa
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