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Todos los días te arreglas para presentarte ante un público en un teatro que es la vida misma, eliges la mejor ropa, el mejor maquillaje y sales. Te ves radiante, la gente te felicita "miren qué hermosa es, qué hermosa se ve". Actúas sonriente. Aparentas muy bien. Mas, por dentro estás desnuda. Jamás vistes tu alma, nunca la arreglas, ni te preocupas de que luzca bien. La realidad es sólo una proyección de muchos mundos internos.
Eres como el Sol, hermosa Luna: giran al rededor de ti, tu luz les atrae. Pero nadie puede acercarse a lo que eres esencialmente, pues se queman mucho antes de lograrlo. Eres un libro que no ha dejado páginas en blanco. Tienes ya todo escrito, desde el príncipe azul hasta la caída de un reino sin reina. No crees en ninguno de tus prejuicios, los sabes falsos, pero ahí están, impidiendo tu felicidad. ¿Y yo? No quepo en tu pequeño mundo.
Y me he acercado a ese reino, con espadas y escudos y caballos blancos. Me he acercado a esa ciudad gris, con mi actitud indiferente y un disfraz de ego. Me he acercado a ese mundo, simulando seriedad y misterio. Y, pues precisamente, sólo eso he logrado, acercarme, sin tocar jamás sus anchas veredas, sus llanos infinitos, sus pensamientos individuales.
Porque cada vez que cierro los ojos veo cadenas, y cuando tiro de ellas se sueltan, pero jamás se quiebran; me aprietan, pero siguen ahí, cruelmente flexibles. Y tú corres y corres, pero yo no puedo correr tras de ti. A veces te acercas y preguntas "por qué estás atado" y no puedo más que mirarte tristemente. Juegas con esas cuerdas de acero, te parecen frágiles, pues tú, tú sí que eres libre.
Otras veces me encuentro nadando en mis emociones, ahogándome en ellas, arrastrado por olas tremendas. Y, cuando al fin puedo sacar un poco mi cabeza para respirar, me doy cuenta de lo simple que es la vida y que más allá de mi mar interno, hay una playa hermosa en la que veo tu cuerpo disfrutando de la arena. Pero me hundo nuevamente; me hundo en mí. Veo tu mano, pero me es tan difícil tomarla.
Siempre mudo, no digo nada pero espero que me entiendas en un mundo lleno de palabras y ecos y ruidos y gritos y susurros. Yo, el callado, pido que entiendas el silencio; mi silencio. Já. Como si un rico pudiese pedir al pobre que entienda lo que es la riqueza material; como si un santo pudiera pedirle a un mortal que entendiese la divinidad. ¿Lo harás? ¿Me entenderás? Te pido lo imposible y mi orgullo se enfada cuando no me das lo que no tienes ni sabes.

Finalmente no soy yo el que te odia, es mi orgullo, mi ignorancia en el amar, mis esperanzas en ti. Te trato como un espejo. Me veo en ti. No te veo a ti, sino a mí, con la expectativa estallando en todo tu ser, con la realidad abofeteándome, diciéndome "tonto tonto, es ella, no tú. Es ella y no tú". En un segundo lo entiendo, en un minuto lo olvido, en uno hora lo lloro y en una vida me torturo en base a ti, como excusa a mi propia incapacidad de madurar.

Texto agregado el 20-09-2011, y leído por 156 visitantes. (0 votos)


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