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Desde una de las mesas ubicadas en el exterior de una cafetería, Carlos, contempla el vacío. Aunque el lugar está abarrotado de público, es incapaz de fijarse en algún objeto o persona. Siente las garras del abandono bajando su autoestima del alto sitial donde la habían colocado sus experiencias con féminas. Aunque carece del sentido de pertenencia cuando se trata de alguna mujer con la que comparte intimidades, el recuerdo de María lo confronta con sentimientos superados hasta entonces. Al marcharse, le fue fiel a sus principios de libertad individual, tanto los de él, como los de ella; pero tal vez, la fuerza de la tradición dentro del patriarcado, le estaba triturando los huesos; su orgullo de hombre le estaba jugando sucio, revolviéndole las tripas, nublando su entendimiento.
Carlos recuerda que María lo lleva hasta ese apartamento para buscar una ropa que su hermana le había pedido prestada. Y lo obliga a usar sus conocimientos de cerrajero experto para abrir la puerta, con la excusa de que necesitaba ese ajuar para una reunión urgente en su trabajo. Le asegura que su hermana era incapaz de denunciarla por entrar a su propiedad de esa manera.
Cuando al fin logra abrir la cerradura con sus herramientas, María, en vez de ir a la habitación para buscar la ropa, lo invita a sentarse junto a ella para ver el programa: “Desde el más allá”.
Ella vivía tres pisos más arriba, y no podía olvidarse del dueño de ese apartamento desde que lo ve por primera vez entrando al edificio. Se hallaba en ese tiempo empeñada en encontrar su pareja predestinada. En esos días, invertía mucho tiempo en leer los libros sobre la reencarnación, que había comprado durante la serie de conferencias a las que asistió. Y como sentía una compulsión enfermiza de tener experiencias sexuales en lugares poco convencionales y que entrañaran cierto peligro, ardía en deseos de tener en ese apartamento, la que sin ella imaginárselo, iba a ser la última.
Carlos y María, se habían apareado como bestias, un lunes por la noche subiendo hasta el piso 29 en un ascensor defectuoso de un edificio de oficinas; debajo de un viejo puente, mientras sentían enormes camiones pasando sobre sus cabezas; en una cueva donde frecuentaban murciélagos; trepados en una rama de una vieja encina, y, en otros lugares que da asco mencionar. Habían planificado hacerlo en el baño de un avión, con el temor infundado de que el escarceo provocara que se precipitase a tierra, y, mientras algunos pasajeros protestaran apurados por darle al cuerpo un desahogo. Pero el lugar que implicaba verdadero peligro, y donde más se veían, era el apartamento donde ella vivía, y donde recibía la visita de quien se convierte en su asesino.
Carlos sale de aquel apartamento movido por las coincidencias entre el programa televisivo, la aparición de aquel hombre y la reacción de ambos ante el encuentro. Cuando considera que María le había mentido al notar al recién llegado sentarse junto a ellos, ya era tarde para reaccionar, y, decide esperar la sucesión de eventos que ocurrieron después. El programa los mantuvo pegados al televisor sin que mediara ninguna protesta del recién llegado. Carlos sale del apartamento convencido de que María lo había usado para forzar el encuentro con aquél hombre. Además, con su salida, pretende salvarse de ser acusado de invasión de morada.
Al volver a la realidad, decide leer el periódico con la taza de café en su mano izquierda. En primera plana, con letras en rojo y agrandadas, aparece la noticia del crimen. Sabe que ella recibía la visita del policía en su apartamento, y se pregunta cómo éste fue a parar al domicilio del hombre que murió junto a ella. Carlos se entera mientras lee la noticia, que una vecina del dueño del apartamento donde ocurrieron los hechos, era familia del asesino; que al darse cuenta que estaban tratando de abrir la puerta, ve que se trataba de María con otro hombre, y, llama inmediatamente a su primo. Según la noticia, ella tenía bien claro que el hijo de su tía predilecta, no era un hombre violento; que al enterarse de la traición, se limitaría a abandonar a su compañera consensual, y por el agradecimiento mezclado con el despecho y la soledad, se amancebaría con ella. Lo amaba en secreto desde su adolescencia, y anhelaba aprovechar esta oportunidad que la vida le estaba ofreciendo, según dijo, en medio de un baño de lágrimas.
Mientras rebusca con desesperación en las otras hojas del periódico para encontrar más información sobre la noticia, una voz conocida lo saca del apuro. Al girar su rostro, ve a la mujer con la que había tenido una especial amistad hace varios años. Le sonríe con cierta dificultad, aun así, el sentimiento de culpa no le impide a este hombre aventurero, sentirse aliviado por la aparición de Josefina. Y como la vida sigue, el bello en todo su cuerpo se levanta como soldado haciendo guardia durante la noche.
Con la soltura que le dan los momentos vividos junto a él, le dice que las oficinas de su abogada se encuentran muy cerca, y acostumbra tomarse un café en ese lugar después de la entrevista. La rabia inunda su pecho cuando le cuenta a Carlos, que al llegar a su apartamento mucho antes de la hora acostumbrada, encuentra a su marido metido en la cama con una vecina que se había mudado recientemente para el mismo piso.
Mientras Josefina le revela los intríngulis de la historia, Carlos, recuerda que ella trabajaba como oficinista en la sala de emergencia del hospital donde fue a atenderse por un dolor de pecho. Ese día, fue a curar su corazón que creía enfermo, y allí en aquel hospital, comienza a perderlo por el impacto de aquella sonrisa, por la caricia de aquella voz que le parecía un susurro, y, por aquel cuerpo que la vestimenta no podía ocultar. Sus ojos se llenaron hasta el tope, mientras ella escribía su información personal, antes y después que el médico le da el alta, y, cuando se levantaba de su asiento de vez en vez, para otros menesteres propios de sus funciones.
Josefina y Carlos, continúan conversando en torno a sus vidas antes y después que se conocieron. Y tras un breve intercambio donde recuerdan los momentos de intenso placer que pasaron juntos, y, sin los prejuicios retrasando un nuevo encuentro, acuerdan pasar el resto del día en un hotel cercano al lugar.
Carlos se olvida de María, del crimen, de que estuvo a punto de perder la vida, y, decide ir en pos de una vieja aventura que lo reafirme como hombre y, le cure el desaliento del momento.
Al llegar a la habitación, descartan los preámbulos y, se entregan al ardor de las pasiones inconclusas. El olvido, ese benefactor incorregible, permite que el junte de la piel de ambos genere una corriente eléctrica suficiente para matar a un toro. Embrutecidos por la faena; acorralados por el fervor casi religioso de los cuerpos; amordazados por la falta de aire; con quejidos que estremecen las paredes; hundido él en el cuerpo de ella; abarrotada ella de las embestidas de él; sin los prejuicios reductores del éxtasis; sin el colorido de las formas del protocolo y, sabiendo que algún día debían morir, se afanan por convertir en eterno, aquel momento prodigioso.
Mientras Josefina mata sus desventuras con el hombre que desintegra el pellejo de los otros en su piel, Carlos, se va desgastando poco a poco. Presiente el advenimiento de un largo viaje, a sus oídos llega un trepidar de campanas, y el olor de las flores inunda sus fosas nasales.
El cardiólogo se había equivocado. El cansancio por haber permanecido de guardia por dos noches consecutivas sin poder dormir suficiente, le había impedido ver el electrocardiograma de Carlos, en toda su magnitud reveladora.
Josefina trata de quitárselo de encima, pero sus brazos la rodean por detrás de la espalda y los hombros con una fuerza descomunal. Las piernas de él, la amarran por detrás de las de ella, como si hubiera querido evitar la huída.
Al fin, después de un angustioso forcejeo, logra desprenderse de ese cuerpo inmóvil, pesado y trinco.
Frente a la cama, lo contempla aterrada. La angustia de ser una asesina derrite sus huesos, devora el amor por el azar, acorrala su raciocinio. Logra a duras penas recuperarse del impacto, y con una leve esperanza traída por los pelos, corre hacia el celular y llama una ambulancia.




Texto agregado el 22-11-2011, y leído por 467 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
20-12-2012 Un relato que atrapa, me gustó glori
10-12-2012 Me agrado tu sencilla manera de narrar y describir tu historia leña de matices con un desarrollo Impecable conduciendo a un acertado final realmente me gusto- un poquito largo- pero valió la pena ,lo disfruté ,hermosa historia de un loco cuerdo que nos regalo estas letras. gracias amigo hasta tu próximo cuento rolandofa
08-12-2012 Interesante tu forma de narrar, con un excelente final, abrazos y estrellas. NELSONMORE
07-12-2012 He seguido el relato desde la parte uno, pero volveré a releer la continuación. Saludos. pithusa
06-12-2012 Tu relato es cautivante y el argumento muy interesante. Debo decir que es muy bueno, aunque creo que un poco más corto y ágil le vendrían de maravilla. sirio
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