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El tiempo parecía alargarse en aquel silencioso recinto, tanto como las sombras que lo envolvían y al cabo de un rato comencé a impacientarme. Decidí llamar a mi amigo con mi móvil, pero una grabación mecánica me informó que estaba comunicando. Esperé unos cuantos minutos y justo cuando estaba a punto de volver a intentarlo oí un fuerte golpe que me hizo girarme de un salto. Una potente luz proveniente de la puerta de entrada me tranquilizó, porque supuse que era Carlos que volvía con una linterna e interiormente me reí de mí por haberme asustado de un ruido como un colegial, sin duda influenciado por el ambiente de alrededor. Llame por su nombre a mi amigo, ya que deslumbrado por la luz no podía distinguir su rostro, pero me contestó una voz desconocida.
Mientras se acercaba, aquel hombre preguntó que quien era yo y que hacia en el gimnasio.
Me identifiqué como policía y automáticamente le pregunté lo mismo.
A un par de pasos de mí bajó la linterna y pude apreciar con claridad que vestía algo similar a un uniforme azul y me informó que era el vigilante de noche.
Debido a mi profesión analicé rápidamente a aquella persona por si encontraba alguna incoherencia, pero no la hallé. Aquel viejo, aparte del uniforme que mencioné, portaba su linterna, una gorra de plato con insignias de la universidad y un buen manojo de llaves colgando del cinto. Solo me llamó la atención una enorme y antigua cicatriz que le surcaba el pómulo derecho, pero nada más que me hiciera sospechar que no fuera quien decía ser, así que enseguida entablamos una animada conversación.

Le comuniqué que permanecía allí a esas horas de la noche porque había venido a solicitud del rector, que era gran amigo mío, para aclarar algunos sucesos que al parecer ocurrían allí durante la noche, pero prudentemente no mencioné los motivos exactos de mi visita.
El viejo vigilante me escuchó atentamente y a mi pregunta de que si el había percibido algo anormal, del tipo que fuera, durante sus rondas nocturnas me contestó que no.
No quise ahondar mas en el tema protegiendo así a Carlos de más habladurías y durante ese momento de silencio, el vigilante, me informó que debía continuar con su trabajo. Se despidió cordialmente, no si antes insistir en que si necesitaba de su servicio no dudara en llamarlo al número que figuraba en una tarjeta que me ofreció.
Guardé la cartulina en el bolsillo de mi chaqueta y me despedí de él, rogando en mi interior por que Carlos volviera pronto, ya que hacia algunas horas que según mi costumbre debía haberme acostado y se hacia realmente tarde. No me apetecía nada aparecer por la mañana en la jefatura con aspecto cansado.

Una larga hora más tarde mi paciencia se colmó y volví a llamar al teléfono de Carlos, pero seguía comunicando. Me parecía increíble que mi amigo me tuviera en tan poca consideración y ante este pensamiento comencé a preocuparme.

Quizás debí haber sido más prudente y hube de acompañarlo a lo que fuera que se marchó, principalmente debido a su estado alterado.
Me enfadé por haber cometido un error de principiante y decidí salir en busca de Carlos para ver que ocurría. Salí con paso rápido de la instalación y me dirigí de nuevo a las escaleras en busca del despacho donde habíamos pasado la tarde, pero debido a mi desconocimiento del edificio no tarde en perderme por entre todos aquellos pasillos que, con tan tenue luz, se me antojaban iguales.
Al cabo de otra desesperante media hora de dar vueltas y más vueltas pensé que era más lógico avisar al vigilante que seguir deambulando sin rumbo, así que busqué en el bolsillo de mi chaqueta la tarjetita que me había facilitado antes en el gimnasio y me dispuse a marcar el numero; 6..3..1..5...5..5... ; Por un momento me quede inmóvil…ese número…Busqué apresuradamente en el otro bolsillo y encontré la servilleta que Carlos me había entregado en la cafetería y comprobé con asombro, ¡que era el mismo! 631555000
Así que rápidamente deduje que el autor del mensaje era el propio vigilante y ya solo faltaba dilucidar los motivos que éste tenia para habérselo enviado. Pero eso era algo que haría mañana, porque en realidad no existía ningún motivo fundamentado para que me dedicara a aquellas horas a interrogar a un trabajador en su puesto de trabajo y más aún, cuando el contenido del mensaje no suponía ninguna amenaza real para Carlos, excepto en su mente.
Decidí no llamar al vigilante para no ponerle sobre aviso.
Supongo que por algún motivo al asociar las iniciales JP con las del conserje fallecido pensó en una amenaza, paranormal o no…pero ¿cuantos nombres con las iniciales “JP” podrían existir? Realmente, muchos.
La mente de Carlos indudablemente estaba afectada y eso no era paranormal, si no triste.

Justo en ese momento reconocí la puerta del despacho de donde habíamos partido, pero estaba cerrada con llave y no se veía ninguna luz en el interior. Allí no había nadie.
Miré mi reloj y las manecillas marcaban las 3 de la madrugada.
Di media vuelta sobre mis pasos y me dirigí rápidamente en busca de la salida, pensando en la grosería tremenda que mi amigo había cometido conmigo al marcharse sin avisar.
¡Y yo dando vueltas y perdiendo el tiempo por el edificio!
Esperaba que cuando hablara con él al día siguiente fuera convincente con su excusa, porque yo me había comportado como un caballero, acompañándole todas aquellas horas con el simple motivo de algunas patrañas y una antigua amistad.

Cuando conseguí encontrar la salida rondaban las 3,25 de la mañana, ya que no me había cruzado con nadie en toda mi travesía por el campus y para cuando llegue a mi coche y me pude acomodar en su interior estaba verdaderamente enojado.
Mientras conducía iba maldiciendo mentalmente las majaderías de un viejo senil y mi estupidez por creerlas, justo cuando giraba la calle que conducía a mi apartamento ¡…y frené en seco!

El acceso estaba cortado por varias unidades de policía, ambulancias, bomberos y una gran cantidad de personas estaban mirando hacia mi edificio… ¡que estaba en llamas!
Me quedé anonadado…
Todas mis pertenencias ardían miserablemente en el interior del pequeño edificio, pero no era lo más importante; Lo que realmente me sobrecogió fue que, al preguntar a un bombero, después de identificarme como policía y propietario, me informo que las once personas que lo habitaban habían fallecido por inhalación de humo.

La sensación de espanto que aquello me produjo estuvo patente durante los siguientes tres días, que fue lo que tardé en volver a organizarme en mi nuevo apartamento, después de tener que comprar nuevos muebles y ropas.

En la mañana del cuarto día después del incendio, ya organizado de nuevo, caí en la cuenta de que no había recibido ninguna llamada de mi amigo y eso me extrañó verdaderamente, así me que armé de paciencia y decidí acercarme de nuevo a la universidad para aclarar de una vez por todas todo aquel absurdo asunto y, de paso, interrogar al vigilante y comunicar a Carlos todo lo sucedido.
Al llegar a la universidad observé que la puerta de su despacho permanecía cerrada y me entonces me decidí por buscar a otro responsable de la institución, para que me facilitara información de su paradero. Encontré al poco, preguntando a varios chavales, el despacho del rector adjunto y allí un hombre de mediana edad me recibió cordialmente, después de haberme identificado.
Le informé de mi visita a las instalaciones días antes, pero sin especificarle el motivo de la misma y que al llegar hoy a la universidad había visto que la puerta del despacho del rector Carlos porcel estaba cerrada y no lograba hallarle ni por teléfono ni en persona;
Le pregunté también donde localizar el domicilio del vigilante nocturno, ya que tenia que tratar algunas cuestiones con él, explicándole que no atendía mis reiteradas llamadas a su móvil.
El hombre, con las manos juntas y la barbilla apoyada en ellas, me escuchó atentamente.
Después de terminar de hablarle se mantuvo en un extraño silencio durante unos cuantos segundos más, hecho que no comprendí y le miré inquisitivo.

Por fin, comenzó a hablar y su explicación es el motivo por el que redacto este documento;

Según me decía, me advirtió que debía estar confundido, primeramente por que no mantenían en nómina ningún vigilante nocturno desde hacia varios años, ya que las instalaciones gozaban de un sistema interno de video vigilancia automatizada, que solo se accedía de día al cuarto de control donde estaban las cintas y por un solo vigilante, que acababa su turno y cerraba todas las instalaciones al toque del timbre, por la noche, antes de marcharse.
Cuando empezó a hablar con respecto Carlos Porcel, vi que intentaba hacerlo con prudencia, con tacto, supongo que por respeto hacia mi persona, pero la noticia no tenia ningún modo de suavizarse: “La puerta de su despacho permanecía y permanecería cerrada porque el rector Carlos porcel había fallecido hacia 3 años junto a su mujer, en su casa de verano, en un incendio.”

Durante un minuto fui incapaz de articular palabra.
Me parecía estar viviendo un sueño o bien luego pensé que estaba burlándose de mi, no se muy bien por qué; Pero ante la duda, conservé mi compostura y rogué a rector adjunto que me acompañara hasta la sala del vigilante.

(Al informarme del sistema de video vigilancia, que yo desconocía, atisbé algo donde agarrarme para rebatir la increíble explicación de aquel hombre.
Recordé que había estado con Carlos en la cafetería de la universidad, además rodeado de varias personas que nos observaron, y eso sin duda habría quedado grabado en las cintas, desbancando así su argumento. ¡Aquello tenia que tener una explicación razonable!)

Pero eso solo lo pensé, no lo dije.

Amablemente se prestó a acompañarme hasta el cuarto de control, donde un joven vestido de uniforme inspeccionaba constantemente las diversas pantallas que controlaban las cámaras que vigilaban todo el edificio. El rector adjunto me presentó y el joven se prestó cortésmente a mi servicio. Le requerí las cintas grabadas en la cafetería del día que fuimos a tomar café y después de buscar durante unos minutos, localizo la carátula correspondiente y se dispuso a rebobinar hasta el lapso de tiempo exacto que le indiqué.

Mientras localizaba la escena le pregunté al vigilante por algún compañero suyo, describiéndole las características del viejo con el que estuve conversando en el gimnasio sin omitir el detalle de la gran cicatriz. El vigilante negó conocer a nadie con esa descripción, pero el rector adjunto, carraspeó un poco y aclarándose la voz me dijo un poco desconcertado:
“Si no fuera por que sé que no es posible que usted lo hubiera conocido, diría que ha descrito con exactitud a un antiguo conserje, Juan Pérez, que se suicidó hace unos 10 años… ¡incluso con la marca que le dejó la soga en la cara!... Pero claro, eso no es posible…
Y se calló absolutamente.

¡Yo no daba crédito a lo que oía!
A los pocos minutos de reproducción los tres vimos en la grabación como yo entraba en el plano de cámara acercándome a la barra de la cafetería y, después de pagar al empleado, me sentaba con dos tazas de café en una mesa… ¡hablando todo el tiempo completamente solo!
El vigilante y el rector adjunto se miraban sin comprender el motivo por el que había actuado de aquel modo y me observaron desconcertados, seguramente tanto como las personas que lo hicieron su momento en la cafetería.

No recuerdo bien que mascullé, pero totalmente aturdido por lo visto y oído y procurando salir de aquel sitio lo mas dignamente posible, me despedí de aquellas personas rogándoles que olvidaran todo aquel asunto y me marché a mi apartamento a escribir lo mas fielmente posible lo acontecido.

Si he de sacar alguna conclusión de este episodio, por incoherente que parezca, aparte de que me libré de una muerte segura gracias a las maniobras de un amigo aparentemente fallecido, es que la verdadera amistad como cualquier otro verdadero sentimiento, trasciende mas allá de las fronteras de lo que consideraríamos lógico, y el ejemplo es que incluso Carlos recurrió a su cómplice y amigo fallecido años antes, Juan Pérez, para entretenerme el tiempo suficiente en aquel gimnasio y que no llegara a tiempo de morir, como murió él, en un horrible incendio.

Desde entonces, nunca más he vuelto a sentirme solo.








Ariel Merino.
Inspector de Policía nacional.




Texto agregado el 14-12-2011, y leído por 260 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
11-06-2012 1* FOGWILL
14-12-2011 Gracias Gonzalo por permitrme saber el fin de esta aventura.No sospechè el final y eso lo hace aùn màs entretenido, amèn de la fluidez con que lo has narrado.Felicitaciones y es un verdadero deleite leer tus letras, sean estas poesìa o prosa.Te aplaudo de pie, estrellas para tu arte y un beso de luz, Ma.Rosa. almalen2005
14-12-2011 Una historia magnifica!!! Me mantuvo en suspenso los dos capítulos que lei casi sin respirar, te felicito!!***** silvimar-
 
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