Cada cierto tiempo, aparecen por estos lares unos personajes de hablar intrincado y con posturas mesiánicas, dándoselas de severos críticos. Abominan de todo y de todos, aluden a Nietzsche y a Freud y dan pautas sobre cómo, cuándo y dónde debiera escribirse, exigiendo reglas y prolijidad en donde no existe más que una incipiente vocación, deseos de escribir hiládamente sobre cualquier cosa. Me imagino que acá, nadie está aspirando a ganarse algún día el Nobel de Literatura, pero cada uno a su manera, aprecia sus cosas, y las atesora del mismo modo que cuida sus camisas, calcetines y zapatos.
Estos señores críticos, que generalmente, no exhiben nada que podamos parangonar, se extienden en largas disertaciones, empequeñeciendo a quienes hacen de las letras su menester, pero no su forma de subsistencia. Con arrogancia supina, nos tildan de cementerio, de cosa yerta, de patético anquilosamiento.
¿Serían capaces estos señores de asistir a una sesión del Congreso y espetarles a diputados y senadores su carencia de aptitudes para sus respetivos cargos? ¿Harán algo constructivo estos pseudo críticos con sus vidas o sólo son personajes acostumbrados a verter el veneno que destilan sobre todo lo que se mueve, pero, sin que se sepa quien es el que infringe el delito?
Por mi parte, no me preocupa nada de lo que se diga, porque mi afán es expresar lo que siento, de la forma que lo siento, ajeno a reglas y cánones que acaso debiera exigírseles a los consagrados, si es que estos no consideran todo ese aparataje como algo anacrónico.
Por eso, elegí esta página, por la libertad manifiesta para expresar, siempre con respeto, todo lo que siento. No aspiro a nada, ni siquiera al comentario amable y comprometedor. Sólo deseo plasmar en unas cuantas palabras, como catalizo al universo que transcurre por mí y que me hermana con mis semejantes. Nada más…