Me rasco las rodillas, los nudillos. Necesito más extremidades, no me alcanzan las que tengo para desatar el enredo.
Me sobran las razones para pensar que todo lo que salga de mi no tiene nada que ver conmigo. Mientras camino pienso en que lo único que tiene sentido son mis pies, si es que en realidad saben a dónde vamos y por qué. Y cualquier cosa que haga dejó de tener una razón concreta, sólo voy, hacia un abismo más grande del que me como día a día.
El entorno en el que no soy no me afecta, nadie puede provocarme algo, todo ocupa un lugar vacío.
Que un nuevo día empiece y se presente otra oportunidad para cambiar el presente o mejorar el futuro me importa una mierda, porque mi interior se compone de vacía mierda. No puedo escupirla, nadie puede arrancármela. Se convirtió en parte de mí inevitablemente.
Ya pensé todas las maneras de desprenderme de ella y ninguna merece la pena. Podría arrojársela a la primera víctima que se acercara a mí con el objetivo que sea, pero sería tan cobarde que simplemente no puedo. Sin contar que en el medio de dicha transacción, que supongo larga (luego de analizarla entera y en cada uno de sus pedazos), la víctima encontrara una escapatoria que resultara exitosa y mi situación se volvería aun peor: no sólo apelaría al acto de mierda de descargar mi acumulada mierda en alguien que nada tiene que ver con ella, sino que me quedaría con la mitad y ¿qué es la mitad de una mierda entera sino más mierda por delante?
Tal vez existe alguien que es dueño de una parte de todo esto, pero soy incapaz de identificarlo. Además, eso significaría un proceso en el que desenterraría motivos y fantasmas que sólo más mierda me traerían.
Ojala fuera tan sencillo como pensé en un principio, cuando la sensación de caída libre se presentaba en sus más precarias formas. Salir, antes de que pasen los basureros, a dejar una bolsa de tamaño normal en el canasto puesto en la vereda para eso; dar una vuelta, tomar un helado, una cerveza y/o un wisky; y volver con la mente despejada sabiendo que al aproximarte a tu casa ya vas a tener a la vista una canasta de basura vacía. Pasaron y ¡tucson! se la llevaron, así sin más.
Pero poco después de haber empezado a reconocer a esta teoría como síntoma diario de una enfermedad erradicada de raíz, comencé a sentir otros parecidos a los iniciales, agravados. Claro que aun me funcionaba el instinto ese que sale de adentro por si solo cuando existen dudas precedidas por preguntas, índice de que debe haber respuestas. Y al dar la vuelta que simbolizaba aquella espera correspondiente a la desaparición de mi mierda solía obsesionarme con buscarlas. Un buen día me di cuenta de que la mierda se recogía cada día otra vez, una enfermedad incurable, que debe ser combatida constantemente aunque se sepa que nunca va a irse.
Todo esto me ocurre hace bastante tiempo, (el mismo que llevan las bolsas de basura acumulándose en el patio), se alimenta de sí mismo y crece sin consideraciones. Sí es parte de mi pero no puedo controlarlo. No puedo hablar de otra cosa y así logro comprobar que sigue existiendo. Porque lógicamente ya pasé por la etapa de pensar que todo es producto de mi imaginación y que en realidad tengo muy poco en qué pensar. Entonces construí este humilde sistema de medición espontánea. Cada día vuelvo a comprobarlo antes de poder encontrar algo que lo haga válido.
Ya ni siquiera le encuentro el gusto a esto de contarle a no se quién lo que estoy pensando, pero necesito dejar un registro porque pienso que será lo último que deje, no veo más allá en mi existencia. Me veo en este estado sin nada nuevo, ya conozco todo lo que me quede por vivir. No sería interesante de leer más de lo mismo a través de los años, no me creo capaz de seguir produciendo historias atrapantes. En todo caso atraparía al que me lea en mi red de mierda, que seguirá progresando pero nada tiene para aportarle.
¿Entonces me callo? ¿Sigo escribiendo? Creo que este papel es todo lo que me queda, tanto que me empeño en llenarlo. Por lo menos, dejar un papel abarrotado de palabras, algo que indique que, aunque lleno de mierda, aquí estuve.
Y esto debe ser el diez por ciento de las cosas que pienso desde que no salgo de mi departamento lleno de basura en el patio, más que para satisfacer las necesidades básicas (sean las que el que lee las tome por básicas), y doy vueltas alrededor de la alfombra redonda, del baño al papel, del papel al piso, de la siesta en el piso a la cerveza. Eso es todo, dejé de asistir a cualquier actividad que me etiquetara como miembro de la sociedad, porque ya no me creo tal. Alguien que interactúe con gente que conforme algo debe tener que estar relativamente vacío de mierda, de otra manera ¿cómo se transmitirían cosas sin soltarla en algún momento?
Y en alguno de estos paseos intermedios, claro, debo usar el baño. De mi cabeza al baño, allí no puedo pensar en más que disfrutar el momento de descargar lo que tengo adentro en el artefacto pensado para esta situación. Y entonces… el puro éxtasis de la verdad más sencilla:
¡Utilicé la palabra disfrutar!, estoy disfrutando de algún momento, entre medio de todo esto. Y justamente es el momento en el que me siento y hago lo único que puedo hacer: ¡descargar la mierda en el artefacto pensado para eso!, es perfecto, directo. Tiro de la cadena, la mierda se va, como por arte de magia. No se a dónde, no tengo por qué pensarlo. Sólo se que ya no está y lo estoy disfrutando. Mi amigo el inodoro me deja tirar mi mierda acumulada ahí sin hacer preguntas, sin darse cuenta, sin reprochar. Soy feliz otra vez, era aún más sencillo de lo que pensaba. Estaba implícito en algún acto cotidiano del que ni siquiera tenía conciencia.