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LA CAZA.

El final del sendero parecía cortarse abruptamente por la niebla que desdibujaba la entrada al predio.
Como cada tarde el hombre se acercó a la ventana. Con la mano derecha desempañó el vidrio para mirar hacia afuera. Su vista recorrió cada forma conocida que, quieta, permanecía allí como todo lo que tenía muy poca o ninguna vida.
Los árboles secos, la escarcha quemando el débil verde que adornaba los costados del sendero. Todo era pálido, áspero, desolado. El rostro ajado y enjuto, delataba en cada surco un extraño pasado oculto. Recordó las épocas de gloria, luego sus varios cambios de identidad y residencia, para acabar aislado en ese refugio inhóspito en la Patagonia.
Volvió a fijar la vista en el camino, ahora más claro. La niebla había levantado y pudo ver un vehículo que se aproximaba. Era el camión que cada semana le proporcionaba el suministro. El mensajero era un joven muy alto y fornido, de cabellos dorados y ojos de un azul intenso. Le recordaba su juventud. Parecía tan fuerte y disciplinado como él, pero el hombre desconfiaba de todo y de todos.
- Buenas tardes – saludó en español, mientras bajaba del vehículo tres grandes cajas cerradas y varios paquetes. También viene su correspondencia- concluyó.
El hombre respondió apenas con un gesto, no se acostumbraba al idioma, acomodando la visera de la gorra de cuero. Luego que el joven depositó el envío, pasó el potente cerrojo de la puerta de entrada. Abrió con avidez la correspondencia y la prensa del día. Las noticias no eran alentadoras, la cacería continuaba.



El invierno había llegado a su fin, el sol entibiaba las tardes, mitigando apenas el rigor del lugar. Retomó sus caminatas en torno al predio. Sus piernas ya no eran las mismas. El peso del tiempo había vencido también la firmeza de sus hombros.
Una noche lo despertó un fuerte golpe que derribó la ventana del dormitorio. Un hombre encapuchado lo tomó del cabello obligándolo a erguirse. Otro le ataba las manos. A los pies de la cama, un tercero le apuntaba con una metralleta. Tuvo la sensación de que ese momento lo había vivido antes. Pero él no era el anciano. Tampoco, pensó, en su obstinado orgullo ario, llevaba la cara cubierta cobardemente.

Texto agregado el 25-06-2012, y leído por 251 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
27-06-2012 Este me ha gustado...aunque me dejo con intriga..je Saludos! Nicasso
26-06-2012 Excelente relato. Manejas de maravilla las palabras. kone
26-06-2012 Muy bueno, y bien escrito un saludo sawu
25-06-2012 Muy bueno, para reflexionar y disfrutar de un buen relato.****,gracias senoraosa
25-06-2012 Me encanta también tu prosa, Martha!***** MujerDiosa
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