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Final Idaluz.

Aniversario de Bodas


*Era el día de nuestro aniversario de bodas. Pasaron años y transcurrieron muchos, pero… ninguno como aquel tan vivo en mi recuerdo. Cada día que pasa me culpo de no haber intuido lo que iba a suceder. Continuo a lamentarme el no haber percibido un mensaje del cielo, una tensión en el aire o un simple escalofrío en los huesos, porque hay desgracias que casi adivinamos, y otras como esta, inesperada, que puede cambiarnos la vida.

Carlos insistió en salir a navegar, y yo no me negué. Otra discusión serviría para agravar aún más nuestra deteriorada relación sentimental.

Una tormenta se desató imprevista. Las olas levantaban en vilo nuestra pequeña embarcación. Brincando sin control, la barca se sostenía por momentos en la cresta de una ola y después violenta, precipitaba hacia abajo.

De pronto, la cubierta se inclinó en demasía. Al ver el pánico dibujado en mi cara, sabiendo que no sabía nadar, Carlos me alcanzó un chaleco salvavidas.
¡Tranquila Ana! Es solo por precaución me dijo para serenarme pronto vendrán a auxiliarnos.

A lo lejos divisé un barco que se acercaba hacia nosotros. La sensación que me produjo fue inexplicable. Un “gracias Dios mío por darnos otra oportunidad de vivir” cruzó consciente por mi cabeza. Pero la expectativa se oscureció cuando observé que presa del oleaje, del vendaval y tal vez con los motores averiados, la nave naufragaba como nuestra barca.

En un abrir y cerrar de ojos nos encontramos sepultados bajo una ola gigantesca. Vi todo oscuro, sentí el mundo venirse encima. La presión agotó el aire que tenía acumulado en mis pulmones. Cuando ya exhausta deje de luchar y me entregué a la muerte, el chaleco salvavidas me volvió a la superficie.

Busqué desesperadamente a Carlos, grité su nombre. No me oía, mis gritos se dispersaban en las ondas del agua agitada. Flotar me resultaba difícil, nadar imposible. Pensé en tiburones y en monstruos marinos que me tragarían en la oscuridad… el miedo me dominaba.

Divisar luces lejanas me dio ánimo, me daban la posibilidad de sobrevivir.
La tenue luz naranja en el horizonte hizo que volviera la fe. Imaginé a Carlos allí, esperándome. Ya de día y con el mar calmo me vería, me buscaría, vendría a salvarme.

**Fue una sensación inexplicable, un gracias Dios mío por
enviarnos esta oportunidad de vida, pero aquella embarcación
se movía al parejo de nosotros, como si sus motores estuviesen
averiados, fueran presa del oleaje y los fuertes vientos.
Nos oscureció a la espectativa, hasta que en un abrir y cerrar
de ojos estuvimos dentro de esa gigantesca ola, como si el
mismo mundo se viniera encima para sepultarnos.

Creí que moría, la presión sacó el poco aire que tenía en los pulmones
y todo era oscuro. Me entregué entonces a la muerte, dejé de luchar y fue cuando
tomé aire ya en la superficie. El chaleco salvavidas hacía su trabajo.
Busqué a Carlos y mi desesperación fue mayor,
grité su nombre y no me oía. Era quizás el agua aún agitada
que escondía mi voz.
Unas luces lejanas decían que había vida, que tendría que
nadar, que quizás Carlos estaba ya en el barco. Confieso que flotar ya era difícil,
nadar imposible. Pensé en tiburones, toninas, monstruos gigantes que me tragarían
en la oscuridad. Jamás había sentido tanto miedo.

Una tenue luz naranja en el horizonte hizo que volviera la fe, ya de día
me verían, Carlos me buscaría, vendría a salvarme.

***Floté a la deriva por interminables horas. Tenía el cuerpo entumecido por el frío. Ya al atardecer, vi un bote acercarse hacía mí. La afonía no permitía alertarlos. Aunque encandilada por la luz de un reflector, vi la mano tendida que me ayudaría a subir al bote. Un hombre con ropas oscuras me sonreía mostrando un llamativo diente de oro. Ya no sentía miedo, ahora pensaba en Carlos ¿Qué sería de él?

Le indiqué señalando mi garganta que no podía emitir sonido. Él con un acento extranjero, para mi desconocido, me dijo:

Quédese tranquila señora, la voy a trasbordar a mi barco, allí se encuentra su marido. Él sigue inconsciente. Tratando de identificarlo, encontramos entre sus ropas una foto suya y de inmediato salimos a buscarla.

Subimos a cubierta. Nos asistieron hombres con cara siniestra. Me miraban y sonreían, pensé que se burlaban de mi deplorable estado. El capitán, o lo que fuera, me guio hasta un camarote bajo cubierta. Viendo mi debilidad, gentilmente me alzó en sus brazos y me acomodó sobre una litera bastante sucia, para luego cubrirme con una pesada frazada.

El agotamiento de la lucha por sobrevivir, ayudó a que me durmiera profundamente.

Me desperté al amanecer. No sabía que hacer, sólo pensaba en Carlos y en estar junto a él. Encontré unas ropas que parecían ser de mi medida, me las puse.
El que parecía ser el capitán, no me daba buena espina con ese diente de oro.
Salí a la cubierta con intención de averiguar por qué el barco estaba varado y los motores silenciosos. Descubrí una incesante actividad. Trasbordaban enormes contenedores a otro de menor calado. Ellos no me veían. Dos marineros hablaban de las ganancias con la venta de tabaco de China. Se jactaban de introducir como tantas otras veces por el puerto de Barcelona la mercancía de tabaco falsificado.

****Asustada por los acontecimientos, pensé que lo más sensato era volver al camarote y averiguar por mi esposo. No llevaba ni diez minutos en el sucio aposento cuando se presentó el hombre del diente de oro como el patrón del “Alta Gracia”, comunicándome que estaba a mi disposición.

Intentando evitar transmitir el pánico que sentía, pregunté por mi marido.

No se inquiete, ahora se puede reunir con él. Recibió un golpe en la cabeza, y aún no ha articulado palabra, me contestó inexpresivo.

En otro camarote, tan sucio como el primero, con ropas malolientes, y una venda en la cabeza, Carlos reposaba tumbado sobre una litera. Hablando incongruencias, me miró como a una extraña. Sentí un punzón de dolor. No me había reconocido.
¡Dios mío! No puede pasarme esto, no a mí. Esto es una pesadilla, me dije.

Cuando interrogué al hombre del acento extraño y obtuve toda la información que pudiese darme, le pedí ayuda. Éste, encogiéndose de hombros, me contestó que eso no era de su incumbencia. Ya había hecho bastante rescatando a dos extraños, y esto le podría ocasionarle problemas.

No lloré, no supliqué. Le comente quién era mi familia, una de las más poderosas de Sicilia, que no me tomara por una mujer sin experiencia en tratos mercantiles, y que mis contactos lo favorecerían en sus negocios. Haría de intermediaria si me prometía desembarcar y llevarnos al hospital más cercano.

El hombre del diente de oro se sorprendió de toda mi bravura. Era un mandado a las órdenes de otros. Eso sí, estaba seguro, que si yo era quién decía ser, no arriesgaría el pellejo siendo considerado como un enemigo de la familia.

Nos atendieron en un hospital de la costa. En poco tiempo Carlos y yo recuperamos nuestras energías y nuestro deteriorado matrimonio. El patrón del “Alta Gracia” se encomendó a Nuestra Señora del Carmen, patrona de los marineros para salir ileso del que consideró el más peligroso de sus trabajos.
Con suerte, este sería el último.

Sí, realmente fue el último trabajo con su antiguo armador. A partir de aquel día Theofanis katsouranis, el hombre del diente de oro, acompañado de su fiel tripulación, se hicieron a la mar en el “Costa Prometida”, la nave capitana de nuestra flota de transporte de “pasajeros” que opera en el mar Mediterráneo.

Carlos y yo estaremos agradecidos toda la vida de estas personas. Y la manera más justa de expresarlo, fue ofreciéndoles un trabajo digno y una participación en las ganancias que pueda ayudarlos a vivir más cómodos, sin necesidad de hacerlo traficando tabaco.

Nuestro negocio naval es brillante. Considerando que la oferta de “turistas” para la península Itálica se multiplicó exponencialmente estos últimos años, tenemos pedidos de servicio para zarpar de Siria, Chipre, Palestina, Egipto, Argel, Marruecos y la tradicional Albanía. Calidad y eficiencia, es la carta de triunfo de nuestra compañía. Lo testifica el transporte de cinco mil “turistas” en sólo cinco días a fines de enero del dosmilonce desde distintos puntos de embarque en las playas de Tunez a la Isla de Lampedusa.

Texto agregado el 27-06-2012, y leído por 283 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-06-2012 Buena historia. El final tan Plano demerita un poco. Algunas incongruencias explicables. En general bien umbrio
27-06-2012 Me transportó a Las Mil y Una Noches con Simbad el Marino, gracias por la aventura!!! andrurdna
 
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