La poderosa clase alta de la ciudad, levantó sus lujosas viviendas en los altos picachos y desde allí oteó la realidad con sus ojos suficientes. Estos acaudalados hombre temían que el progreso fuera tanto y que otros tuvieran los recursos suficientes para transformarse en sus vecinos. Por lo que, haciendo uso de su enorme influencia, subieron todos los precios, aún de los más inverosímiles, consiguieron que los impuestos fueran onerosos y organizaron carísimos espectáculos con las estrellas más prestigiosas del orbe, para que los de allá abajo gastaran su dinero a destajo en esas y otras múltiples banalidades.

Como se hicieron más ricos aún, buscaron nuevos horizontes y encontraron lugares que sólo habían sido vivienda de águilas. Temerosos que los plebeyos lograran un status que les permitiera llegar donde ellos, levantaron enormes edificios en donde se expendería lo más elegante y exclusivo. Y la gente llegó y se endeudó adquiriendo productos de gran valor. Los acaudalados reían detrás de sus poderosos telescopios, contemplando las desventuras de la plebe.

Cuando las alturas ya no fueron suficientes para ellos, buscaron las cimas más altas del mundo y desde allí continuaron ejerciendo su supremacía. Pero, es bien sabido que, tarde o temprano, las alturas afectan a los seres humanos y pronto, los millonarios comenzaron a sufrir enormes mutaciones, poblándose su piel de negras plumas, sus finas manos tornáronse garras y sus labios, poderosos y aguzados picos.

Tiempo después, una gran bandada de aves carroñeras sobrevoló la ciudad…