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EL LIBRO
*
Se decían cosas extrañas de aquella biblioteca. Jeremías, el anciano bibliotecario estaba convencido de que había libros que se tragaban a las personas. Contaba que a lo largo de los años, cinco niños habían desaparecido sin dejar rastro. Lo último que se sabía de ellos es que habían estado en la biblioteca para cumplir una tarea escolar. La policía, removió cielo y tierra para dar con ellos, sin resultado. Y obviamente nadie creía lo que afirmaba el anciano, que se habían adentrado en uno de aquellos libros sibilinos.

Pasaron los meses y luego los años. La gente terminó por olvidarse de los chiquillos, pero esta semana otro niño desapareció después de haber asistido a la biblioteca. Jeremías había muerto y la nueva encargada, la señorita Julieta, solterona amargada y puntillosa, no sabía ni quería saber nada de foscas historias tenebrosas.

Intrigado, repasé los archivos policiales y no tardé en establecer un nexo entre el desaparecido y los niños del pasado. En la biblioteca comparé las fichas de solicitudes y me asombró constatar que todos los niños, tanto éste como los antiguos, habían solicitado el mismo libro.

Lo pedí. Me lo entregaron. Con desagrado, mis ojos, pero sobre todo mi experimentado tacto de investigador policial me informaron que estaba forrado con piel humana. Con un cierto nerviosismo busqué una mesa apartada. Lo primero que atrajo mi atención fue la primera página. Con tinta ocre, desleída por el tiempo aparecía escrita la frase que Dante coloca a la entrada del infierno: “Lasciate ogni speranza voi ch’entrate” (Abandonad toda esperanza vosotros que aquí entrais)

La tarde, una de esas tardes apacibles, lánguidas, silenciosas, propiciaba la lectura. Me arrellané en la silla. Como siempre, cuando mi mente se embarca en una investigación que se perfila interesante, maquinalmente saqué un cigarrillo, lo encendí y aspiré con fruición. No por mucho tiempo, el airado reclamo de la bibliotecaria me hizo expulsar el humo de golpe. (¡A quién se le ocurre fumar en una biblioteca!)

Amoscado, estaba por apagar el cigarrillo cuando mi gesto se congeló. De entre las páginas del libro, como si el humo hubiera molestado a alguien, escuché una ligera tosecita. Hombre frío como soy, de nervios templados, acostumbrado a lidiar con los casos más espeluznantes, me extrañé al constatar que me había erizado. Había algo en el ambiente que me intranquilizaba, algo así como una electricidad que me picaba la piel.

**

La picazón se transformó en un escozor que avanzó por cada milímetro de mi cuerpo. Los vellos erizados comenzaron a transformarse en pequeñas larvas de color violeta. Un fuerte olor a amoníaco invadía el ambiente y la voz de la bibliotecaria se quedó reverberando de manera infinita, un eco perdiéndose y avivando la sensación de ir cayendo en un sopor, hasta fundirse con otra voz, más infantil. La voz de un niño. O de un anciano. No supe descifrarlo..
Me encontraba en un estado de duermevela, no pudiendo moverme mientras las larvas se iban tragando mi cuerpo, convirtiéndome en un halo de luz, como el que forman los hologramas. Desde una altura que tampoco puedo precisar, pude ver apagarse el cigarrillo hasta desaparecer, dejando sobre la mesa una mancha de nicotina y un olor acre que penetró en mi y me provocó una sensación de asco. O tal vez fuese miedo y no quería admitirlo.

Cuando volví a tomar plena conciencia de mí mismo, se abría ante mí un precipicio, en cuyo fondo las olas rompían contra rocas grises y parduzcas. El ruido que provocaban era ensordecedor, impidiéndome orientarme a través de mis oídos. Mis manos estaban adormecidas, como cuando pasaba largas horas ante el ordenador y mis cervicales me cobraban el esfuerzo excesivo. Las moví y una especie de escamas fueron cayendo sobre el musgo en el que se hundían mis pies. La ropa era toda andrajos, retales de una trama vasta, del mismo color de las larvas. Giré y pude ver alzarse, a mis espaldas, una construcción tosca, sobre pilotes, con profusa vegetación en torno.

Me toqué el rostro: no reconocía mis rasgos, quizás por estar adormilado, tal vez porque mis manos habían cambiado de aspecto. Moví los pies hasta lograr despegarlos del fango, y lentamente salí hasta un camino de piedras. Estaba descalzo y también la apariencia de mis miembros inferiores había cambiado. Eran más cortas, los pies más pequeños. Fue en ese momento, cuando noté que mis brazos también eran más cortos, menudos y mis manos... las de un niño.

Un graznido llamó mi atención y un ave de gran tamaño me levantó en vilo, con tal velocidad que apenas pude notar el movimiento, cuando ya estaba en tierra, junto a la construcción antes distante. Voces de niños surgían de todas partes, hasta ensordecerme.
Caí de bruces, y cuando intenté levantarme, reconocí junto a mí a uno de los niños perdidos, en mi sami inconsciencia, mi cerebro hurgó hasta dar con su identidad. Era el último. A su lado, el anciano bibliotecario, no más alto que el niño, asintió al tiempo de decirme: "sí, es él". Tosió y reconocí la tos que escuché surgir del libro, antes de agregar “Lasciate ogni speranza voi ch’entrate”.

Fue lo último que escuché antes de desmayarme.

***
Al recobrar el conocimiento, Jeremías y varios chicos estaban a mí alrededor

¿Qué pasó? Pregunté al viejo bibliotecario

¡Lo mismo que a nosotros, dijiste las palabras que te traen a este lugar! Contestó

¿Entonces todos estos chicos son los que desaparecieron todos estos años?

¿De que hablas? Dijo uno dando un paso adelante diciendo llamarse Mateo

¡Yo soy quien llego primero a este extraño lugar, solo hace un par de minutos, luego vino él, al rato aquel, y después este, y así uno tras otro sucesivamente hasta que llegaste tú!

Entonces me di cuenta que estábamos en una especie de cuarta dimensión al que accedimos tras leer las palabras de la primera pagina del libro, eran chicos concentrados en un mismo tiempo y lugar por aquel extraño libro aparentemente milenario, ya que al conversar con cada uno de ellos descubrí que eran de distintas épocas y variados países por los que seguramente fue pasando el libro de mano en mano a lo largo de todo este tiempo y
Los tiempos por venir, cada cual hablaba su idioma, pero todos entendíamos perfectamente que decía cada uno.

¿Se acuerdan del titulo del libro? Pregunté, “El libro encantado” les dije

¡Y como tal, al decir las palabras al comienzo del mismo, fuimos transportados hacia este lugar!

¡Escuchemos! Dijo Felipe otro del grupo, ¡Creo que tiene razón! Y todos se acercaron a escuchar

¡Creo que debemos seguir hasta el final del libro para encontrar las palabras que nos lleven de regreso a cada uno de nosotros al momento exacto cuando nos sentamos a leerlo!

¿Pero como vamos a leerlo si no tenemos el libro para llegar al final? Dijo el niño más gordito del grupo haciéndose llamar Andrés

¡No hay que leerlo, es el libro encantado…hay que vivirlo! Contesté

Todos se miraron entre si y luego me dirigieron la mirada esperando que les hable, el bibliotecario salió al cruce y dijo

¡Creo que tiene razón, debemos recorrer el libro en forma viva! dijo otro de los niños llamado Simón.

¡Un momento! Dije en voz alta a todos, ¡Tú te llamas Simón, y tú Felipe, y tú Andrés!
Comencé a preguntar uno por uno los nombres y para sorpresa mía y de todos, eran los nombres de los doce apóstoles.

¿Y tú…como te llamas? Me preguntó Tadeo

Jesús…contesté, y todos quedamos un largo rato en silencio…

Lo que no entendía era donde encajaba el bibliotecario Jeremías, pero de seguro ya nos íbamos a enterar en su momento, por lo pronto me dispuse a iniciar la marcha en busca del final del libro, donde supuestamente encontraríamos todas las respuestas, y las palabras para regresar a casa desde luego.

¿Y como vamos a saber el camino a seguir? Preguntó Santiago el mayor

¡Pues siguiendo los carteles! Contesté

¿Qué carteles? Ahora preguntó Santiago el menor

¡Esos…señalando un cartel al costado del camino de piedras que decía “Hacia la pagina numero 2”…

¡Yo diría que nos demos prisa, antes que nos alcancen! Dije apurando el paso

¿Qué nos alcance que? Preguntó Tomás

¡Ellas, las hormigas gigantes! Contesté señalando a quienes venían bajando de lo que al principio parecía una montaña, y terminó siendo un gigantesco hormiguero, comenzamos a correr y cómo, cuando nos quisimos acordar habíamos llegado a la pagina 25…
****
Cuando recobramos el aire comprobamos que las hormigas se perdían de vista.
La página 25 se hallaba en un idioma desconocido. Los caracteres resultaban, por más que me esforcé en descifrarlos aun en parte, totalmente desconocidos.
Jeremías, que había estado en silencio, preguntó con gravedad si alguno de nosotros podía traducir del arameo.
-¿Arameo? ¿Es que está escrito en ese idioma?– inquirí intrigado.
- No lo sé, preguntaba nomás…

Nos hallábamos en un valle multicolor; el terreno alfombrado de flores silvestres en contraste con un bosque aledaño del que escapaba un perfume suave y penetrador. El cielo, blanco como una gigantesca clara de huevo, se mostraba límpido y sereno. No era posible determinar si era el alba o el atardecer.
El viejo hizo una seña, cruzando un dedo sobre los labios e indicó que lo siguiéramos.
Avanzamos por un sendero apenas demarcado por espacio de media hora. Finalmente arribamos a un punto terminal, donde un profundo abismo señalaba el fin del camino.
Solo se veía otro cartel: Página 120, y la palabra FIN en letras de molde. El resto era una niebla pertinaz y cerrada,
-¿Y ahora- exclamó Santiago, aunque con tanta neblina no pude determinar si era el mayor o el menor.
- Yo creo que lo mejor es esperar, toda niebla se disipa y a la larga sale el sol –dijo Mateo. Todos aceptamos la propuesta, pues sabíamos de sus muchos caminos recorridos.
Pasamos allí largo rato. Me puse a pensar en banalidades para aflojar con tanta veleidad la tensión interior. Me sentía como un resorte comprimido, listo para soltarse. ¿Dónde terminaría esta aventura? ¿Qué relación mantenía aquel libro encantado con los niños? ¿Quién era el viejo bibliotecario?
El paso de las horas resultó un relajante.

Desperté al ruido de voces de algarabía. ¿Qué sucedía? El sol, desperezado sobre la montaña, escurría como una esponja a la niebla y dejaba ver, más allá, un puente que agonizaba sobre el precipicio. Se trataba de una construcción muy precaria, de sogas y troncos. El alboroto fue reemplazado por un silencio grave cuando, encabezando el grupo, Jeremías inició el cruce hacia el otro lado. Imitamos su ejemplo y con paso cauteloso, uno por uno, hicimos el trayecto.
Con miedo, porqué negarlo, completamos el pasaje con el vacío a nuestros pies.
Entonces nos lo fue revelado el arcano.
En la otra orilla, flotando sobre el centro de un pequeño lago, protegidas así de nuestras manos, se veían unas letras casi fantasmales. Un conjunto persistiendo sobre una hoja inexistente, brillante, refulgente.
Hemos dado –sentenció Simón- con el Copyright y el pie de imprenta del libro. Todos lo miramos con serena furia (con perdón por el oxímoron), pues no era momento para esas observaciones.
En realidad esas pocas palabras penetraron con profunda dulzura en cada uno de nosotros, encerrando un mandato seráfico.
Haré memoria para recordarlas, aunque creo que su mensaje pervivirá conmigo hasta el fin de mis días.

“Doce niños.
Doce niños y un ángel.
Doce apóstoles que debieron esperar a un Jesús que los completara. Habéis sido elegidos como lectores ávidos, como secularmente he dispuesto que ocurra, para mantener viva una llama sagrada. Una llama que no dejaréis extinguirse jamás, bajo pena del frío y soledad de la esencia humana. Es la llama de la fantasía, del encanto, de la curiosidad que se anidaron en el hombre a través de los libros. Doce lectores empecinados, con un propósito que deberán multiplicar por el mundo, como siempre ha ocurrido, trascendiendo el amor a la poesía, el relato, el arte escrito.
Y que mantengan vivo, pese a aquello que las ciencias del hombre pregonen, el misterio del encanto y vaivén íntimo que los libros nos prestan.
Ved, ahora. Un siglo más de historia os aguarda.
Pronunciad mi nombre, decid con libertad que Febo os envía a proseguir la tarea”.

F I N




Texto agregado el 03-08-2012, y leído por 374 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
05-08-2012 imaginacion, magia intriga y muchas cosas mas viven en esta maravillosa obra. Universo de estrellas para los autores utopia76
03-08-2012 Y despues dicen que prima el individualismo, pues aqui ahonda y se perpetua que juntos podemos y comunitariamente enhebrados a traves del cuento perfecto! efelisa
03-08-2012 Casi perfecto. Desentona un cuentero, sin la calidad literaria de los otros. El arte es patrimonio de locks. senior
03-08-2012 Sin despreciar a los demás cuentos que incluso participé creo que este es uno de los mejores que leí, se siguió perfecto el hilo al inicio de Zepol, se dejaron llevar por su gran imaginación, se nota la dedicación de cada uno, son grandes con todas las letras! LOS FELICITO! silvimar-
03-08-2012 Muy bueno! andrurdna
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