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LA DUDA

A veces, me entretengo con los hilos de luz que atraviesan el pequeño hueco que casi alcanza el techo. Algunos, hasta me hicieron creer que son rayos del sol que juegan con espumas de polvo. Sigo sosteniendo que son hilos de luz que me traen sonidos de libertad. Hay días que me trepo hasta allí. Inútil, no alcanzo a ver nada, sólo la noche me regala un pedacito de estrellas. No, no todas las noches, existen las que la oscuridad invade todo mi cuerpo y lo demás, me fundo con la penumbra. Es en la oscuridad donde vuelvo a vivir cada uno de los momentos pasados.

Por ese hueco, me penetra su perfume. Su perfume a limpio, limpio jabón; suave como toda ella y su cabello, su cabello negro, negro deslunado, me lame el rostro y se esparrama sobre la almohada. Mil veces la miro. Eternamente, la estaría mirando. No he podido descubrir qué hora le queda mal. Toda ella es una larga y armoniosa figura, toda ella es memoria. Me persigue, me tortura su larga y bien formada silueta, arreglándose el talle, como si se acariciara, reflejada en el espejo.

Por momentos, comprendo a Victoriano. ¡Cómo no caer bajo sus hechizos! Si yo mismo que la tenía a mi lado, no vivía. Sobrevivía bajo sus encantos. Sus ojos grises pálidos, eran los que más desconcertaban. Casi se podría decir que hasta una cierta pícara inocencia traslucían. ¿Cómo no creer en ella si - hasta hoy - escucho su dulzona voz repitiéndome una y otra vez, te quiero? ¿Cómo no creer en ella, si sólo escuchaba lo que quería oír? ¿Era a mí o al otro? ¿Era en el otro que se enroscaba? ¿Cuál era el momento en que verdaderamente la tenía sólo para mí? Fría llovizna que acuchilla la nostalgia. Nadie me convencería de lo que frente a mis ojos ocurría. Me llenaba de felicidad al verla, a las tardecitas, con su vestido ceñido a su cuerpo, esperándome con el mate lleno de burbujas, dejando en la bombilla la huella del rojo de sus labios.

Estoy acá, en lo que se podría decir mi hogar, rodeado de estas cuatro paredes que ahogan, con un pequeño agujero por donde se me escapan los recuerdos y la misma vida que la dejo ir, impregnados de signos de interrogaciones. Interrogaciones, que nadie, nunca, podrá develarme. Esas tardes en que se esmeraba en su vestimenta, con el mate a punto: ¿era para mí o porque coincidía con las visitas del compadre? Puñales que se clavan en la mente, agudizan los celos que enferman y destruyen. Todo, todo se despliega como si fuera una película, de la cual soy un espectador más. Sacudo la cabeza como para tirarla lejos de mi mente. ¡Para qué! Pasea por los laberintos de la evocación cada detalle, hasta aquéllos que los tenía sepultados, vuelven a cobrar vida.

Un 2 de mayo, nos casamos. Me faltaban brazos para cubrirla del frío. ¿El?, él tampoco faltó: alto, su rubia melena, peinada con descuido, elegante. ¡Brillaba! Y ahora me doy cuenta. Una aureola de tristeza velaba su mirada. ¡Caramba!. ¡Lo que es la vida, recién ahora me doy cuenta! Bailó con ella el clásico vals; daban vueltas y vueltas y sus ojos se habían pegado como esta soledad con la que convivo. ¡Era tanta mi alegría, que solo la veía a ella! ¡El mundo se podía romper en mil pedazos! Nada existía, sólo ella, sólo ella, con su blanca hermosura, llenaba el espacio del tiempo; de este tiempo que ahora tengo tanto, que lo escondo por los rincones para olvidarla, no creo poder lograrlo, están metidos dentro de mi misma carne; son una prolongación de mis pensamientos, que se extienden hasta hacer doler los sentimientos, llagas como las del Crucificado.

Siempre, fuimos como hermanos; yo, escondiendo mis sentimientos. Sé que no soy bien parecido: mis entradas en la frente ya anunciaban la calvicie y con mi justa estatura, jamás, imaginé que llegaría ese día, quizás tuve ventaja con su partida a la capital, donde continuaría sus estudios, y en la plenitud de nuestros 20 años no existía la malicia.
-¡Te felicito Juan, ella supo elegir!-¡Es de no creer hermano, Florinda, de los dos me eligió a mí! –Yo no me preocuparía, con tu prestancia, aseguraría que hay una muy especial que te está destinada, además, con tu título... ¿De qué era?- Y te propongo formalmente un trato.
Apretándole fuertemente la mano en señal de pacto, rubricaron ese compromiso. Dos manos fuertes se estrechaban. Dos amigos de verdad.
No puedo precisar la fecha exacta, cierro los ojos y vuelvo a esos momentos, en que paseamos por un sendero lleno de lapachos en flor tapados por un infinito cielo, solo para nosotros. ¡Dueños del mundo!

¿Cómo explicar el hormigueo, cosquilleo o algo que se queda por el camino de la garganta cuando me dio la noticia? La felicidad no tiene precio, es algo que está allí y estalla y se desfigura en mil colores. Sería un varón, ya soñaba con las tardes de pesca, los partidos de fútbol en la misma canchita que había correteado, ¡algodón en mis rudos brazos! ¡Hasta el nombre pensé! ¡Juan Victoriano Aguirre! Suena a hombre, tiene gusto a macho.

Tampoco, me di cuenta de su poco entusiasmo. Mi madre, sí. ¡Obsérvala, Juan, obsérvala! Ella sabía o lo presentía. ¿Pero, cómo causarme semejante dolor? ¿Con Victoriano, el padrino de mi hijo, que ya empezaba a dar sus primeros pasos, a balbucir sus primeras palabras? ¡Jamás! ¿Con mi hermano de toda una vida? ¡Jamás! Sin embargo, la duda, como un gusano empezó a carcomerme el alma. La vacilación hace que uno caiga en lo profundo de un pozo sin fondo y se prende de sus extrememos y resbala, resbala.

Reconocía, mucho tiempo la dejaba sola, pero me justificaba: trabajaba y trabajaba para darle a los dos una vida sin sobresaltos, y con el poco tiempo que me quedaba se los dedicaba sin esfuerzo alguno. No obstante, la desconfianza empezó a crecer, espiaba cada una de sus reacciones, mientras la figura del compadre se agrandaba en la casa. A la hora en que Victoriano acostumbraba su horario de visitas, era cuando las uñas se me clavaban en las palmas de mis manos. Florinda, con el pretexto de correr detrás de Juancito, salía esperarlo en la vereda. Me mordía y callaba. Los miraba sorber el mate y callaba, sus cuchicheos, sus risitas cómplice y siempre callaba. Callaba y callaba, mientras la venganza germinaba, sin poder contenerla, junto con los rumores que crecían, hasta hacerse una montaña de murmullos.
Todos parecían mirarme con lástima. ¡Cómo no, si hasta yo me tenía lástima!

Era de noche cuando se elevaban los fantasmas. Era de noche cuando tomaba forma mi venganza. ¿Y si la mato? ¿Y después? ¿Y si abandono todo? A veces, parecía encontrar la solución: el suicidio, y llegaba el día y todo cambiaba junto con la claridad, sólo de una cosa estaba seguro: no dejaría que disfrute de su viudez. Odiaba al mismo tiempo que me desarmaba de amor por ella. ¡Cuánto la quería! Todo representaba ella, la casa soñada, la familia y el hijo esperado.
-¿Y ese malhumor, Juan?- Preguntaban, los vecinos. Mis labios se cerraban, incapaces de emitir sonido alguno.

Una tarde, con la excusa de tener preparado los cubiertos, saqué filo a cada uno de los cuchillos y expliqué a Florinda: es por si viene el compadre y comemos un asadito. Las sombras junto con las dudas me bañaban y una noche. ¿Por qué llegó esa noche? La luna destellaba en toda ella. ¡Cuánta hermosura de plata! Me enceguecí, y el filo de ese cuchillo empezó a correr por mi sangre. Transpirado, ofuscado. Sin pensar, me levanté de la cama, corrí hasta la cocina, sin hacer ruido y allí estaba, esperándome, invitándome a que lo empuñara. El diablo, el mismo diablo con filo.
-¡Maldita, maldita! Me repetía.
Frías lágrimas quemaban mi semblante.
Lo hundí en sus entrañas, le di vuelta y lo levanté hasta arriba. Casi ni se dio cuenta y quedó quietecita. Una inesperada paz me cubrió, y esperé a la salida del sol. Todo se transformó en blanco, todo desapareció y un total silencio invadió la casa.

Hice lo que todos los domingos acostumbraba, me di un baño, me afeité sin que me temblara el pulso y la idea, la total venganza surgió cuando quemé mis ropas. Sabía que vendría, y las llamas que hablaban de sangre me decían: ¿por qué no lo espero con una parrilladita? Y traje el carbón y crujieron rojos al encenderse. Preparé unos mates, coloqué la parrilla y con paciencia las acomodé prolijamente. No me sorprendió cuando llegó, compartimos los mates, mientras de la parrilla se desprendía un olorcito apetitoso.
-¿Un riñoncito, compadre?- El asentía y sus ojos no se apartaban de la puerta. ¿O me imaginaba?
-¡No me vas a despreciar este bocado de corazón!
Y sus ojos prendidos a la puerta. Mi rencor se encendía al imaginarme a los dos unidos en un beso.
Estalló la pregunta:
-¿Y Florinda, Juan?
Creí estar preparado y no supe dónde colocar mis manos y vacilé al contestar.
-Durmiendo, supongo. Hoy, es domingo y, siempre, se abandona más a las sábanas.
Ya nada quedaba del desayuno, se había comido todo y sin darse cuenta, se deleitó solo.
Busqué los cigarrillos, y a propósito no los encontré. Mi macabro plan seguía su curso.
-¿Me harías un favor, Victoriano, me alcanzarías los cigarrillos que los dejé sobre la mesita de luz?
Corrió hacia adentro. Era eso lo que estaba ansiando.
Los ojos desencajados, entre nauseas y vértigos, salió de la misma manera que entró.
-¿Qué hiciste, Juan, la mataste? ¡No puedo creerlo! ¿Por qué Juan, por qué?
Me clavó su desconfiada mirada y entendió lo que pasaba.
Asustado, se aferró al cuchillo. Miré hacia uno y otro lado. ¡Nada con qué defenderme! Me prendí del mantel, lo arrollé a mi mano izquierda, y forcejeamos.
Solo, lo juro, que solo se envainó. Se agrandaron sus ojos, a medida que caía – lentamente - haciéndose uno con la tierra. Me miró con extraña mirada, y un débil ¿por qué?, le brotó desde un último suspiro.
Fue ,entonces, cuando me nació la duda. Paso horas, mirando el hueco de la ventana cerca del techo, entreteniéndome con los hilos de luz que juegan con mis recuerdos.







Texto agregado el 23-08-2012, y leído por 270 visitantes. (15 votos)


Lectores Opinan
31-05-2013 como escribis, que nivel, me dejastes sin palabras. jaeltete
23-01-2013 Es increible como manejas las palabras y los personajes en un conjunto de intriga y suspenso que hacen al lector hacer un análisis psicólogico sobre los personajes. Me gustó. Felicidades. elpinero
18-11-2012 Lo vuelvo a releer y me sorprendo con tu narrativa llena de descripciones, de entrar en el interior de los personajes, de su psicología. Me tuviste en suspense de principio a fin. Está muy bien logrado. ****** Stromboli_
08-09-2012 Los celos son malos consejeros, en tu texto manejas la psicología del protagonista con acierto, y nos llevas a los lectores a la trama final que... sorprende. De eso se trata. Felicitaciones. Stromboli
04-09-2012 Excelente, bien narrado y con el intrès que el lector desea encontrar, abrazos y estrellas, desde Cali, Colombia. NELSONMORE
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