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Inicio / Cuenteros Locales / SOFIAMA / UN RAYO DE SOL DANZANDO EN FUGA

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Llego a la clínica y observo a todos los pacientes. Casi todas mujeres, sólo hay dos hombres: uno mayor a quien le harán quimioterapia; y otro - como de cuarenta años - que acompaña a una señora de avanzada edad. A medida que pasa el tiempo comenzamos a interrogarnos en relación con el conocimiento que cada quien tiene sobre su intervención.
- Señora, ¿qué le harán a usted, quimio o braqui? Demando a la paciente que está a mi lado.
- Braqui, mijita. -Responde la señora con un tono que indica su conocimiento absoluto del tema.
- ¿Es la primera vez que viene? – Pregunto- con las ansias naturales de indagar sobre las experiencias de las demás pacientes.
- ¡No miiiiiija, ésta es la tercera vez que me ponen esa cosa!
Su entonación indica que ella no tiene miedo.

El tiempo transcurre, el doctor no aparece, y comenzamos a impacientarnos. Preguntamos a la supuesta secretaria del doctor, por él. No hay una respuesta concreta por parte de la mujer cuyo nombre es Celeste.
-Celeste, ¿qué sabes del médico? - Interroga educadamente una de las acompañantes.
-Uhmmm… -Es toda la respuesta que emite Celeste, haciendo un mohín.
Su actitud es como la de casi todos los funcionarios públicos. Se nota que está acostumbrada a ejercer su autoridad y que le importa un rábano lo que de ella pudieren opinar los pacientes. La dama que preguntó se incomoda por la respuesta y toma asiento.

El pasillo donde esperamos es largo y angosto ya que la clínica funciona en un viejo caserón que ha sido remodelado para tal fin. Muchas personas van y viene: pacientes, enfermeras, empleados se entremezclan. La gente que espera por las terapias está inquieta. Demandamos por la presencia del médico tratante, y Celeste con aire de conocer cómo funciona el sistema dentro de la clínica, finalmente, acota.
- El doctor ya viene. - Dice, proyectando sus labios para moldear, aún más, el mohín que tan perfectamente tiene esculpido en ellos.
- Mijiiiiita, pero en eso nos tienes desde hace siglos. ¿Tú te crees que es justo que nos hayan hecho venir a las diez de la mañana y ya es mediodía y aún no sabemos a qué hora se aparecerá el bendito médico? - La increpa el hombre que acompaña a la señora mayor.
Celeste, con actitud de imprescindible en la clínica, contesta:
- El doctor acaba de llegar de la capital y se está dando un bañito.
Celeste sale de su oficina que más bien parece la garita de un vigilante de condominio. Es una mujer flaca y alta. Sus piernas son largas como las patas de los zancudos. Arruga la frente y entrecierra los ojos. Lanza una mirada escrutadora como tratando de dibujar, palmo a palmo, la silueta de cada uno de los presentes. Cuando cree haber hecho un diagnostico, dice.
- Mis hijos, van a tener que ejecutar el papel para el cual están aquí: “paaaa-cieeen-tes”. Soy la administradora de esta clínica y si les digo que el doctor viene, vendrá.
El hombre que increpó a Celeste tiene el rostro contrariado por el fastidio de la espera y por las respuestas y la actitud de ella quien resulta que ya no es la secretaria del doctor, sino la administradora de la clínica. Sin embargo, a pesar de su malestar, su cara indica que es un hombre bueno y de naturaleza bonachona. Levantándose, mete las manos en los bolsillos, se dirige a otro de los tantos pasillos que tiene la clínica, y lo pierdo de vista.

Finalmente, el oncólogo llega a la una de la tarde. Los pacientes comienzan a entrar. Noto que casi todas las personas que están en este lugar son de condición socio-económica baja y, por su manera de hablar, carecen de formación académica.

Ya son las dos de la tarde; aún estamos aquí, hastiados de tanto esperar. Cada quien habla de temas relacionados con enfermedades. Comienzo a angustiarme. De pronto, oigo que la señora que viene acompañada del hombre que perdí de vista, le dice a una de mis amigas:
- Mijita, ya yo estoy acostumbrada a este desorden de los médicos. Imagínate que me han operado dos veces de peritonitis.
Mi amiga pregunta desconcertada.
- ¿Dos veces de peritonitis? ¡Señora, yo nunca había escuchado tremendo disparate!
La mujer, hablando con la certeza que muchas veces da la ignorancia, añade.
- Si mija, dos veces, porque se me condensaron los intestinos; y de ahí, me tuvieron que hacer un “ano naturaleza.”
- ¿Ano naturaleza? ¿Será ano natura? -Corrige mi amiga.
La dama aludida responde con todo el conocimiento del caso.
-No mija, el doctor me dijo que se llama “ano naturaleza”, y no me vengas a decir que tú sabes más que él.
-¿Y sabes cómo me descubrieron esa cosa?
-Pues no. -Contesta mi amiga, tratando de contener la risa.
-Me dieron unos fuertes dolores. Lo peor es que me habían hecho un “copiado de colon” unos días antes y no me descubrieron nada.

Los presentes reímos sin discreción. Mi angustia comienza a difuminarse a medida que la señora habla. Ella, por su parte, nos ignora y sigue con sus explicaciones médicas.
- Ah… Ni se imaginan por todas las cosas que he pasado. Antes del “copiado de colon,” me practicaron un “copiado de estomago” y otro montón de copiados que ni me acuerdo cómo se llaman. Además, he sufrido de “orteroporosis” y, una vez, me dio un “aunerisma intercostillas”.
Girando su cabeza, le pregunta a mi amiga.
- ¿Sabes de qué te hablo?
Mi amiga trata de contestarle con la mayor seriedad que puede.
- ¿Será una neuritis intercostal?
La dama, molesta, le responde:
- ¡Mijaaaaa, y dale con el cuento, queriendo saber más que el doctor!

Nuestras risas van en aumento, y los pacientes de las otras especialidades comienzan a reunirse en el pasillo donde esperamos los de oncología. Las carcajadas son estridentes porque la mujer no para de vociferar todas las enfermedades padecidas, pero a todas les cambia el nombre.

Al rato, aparece el hombre que se había ido no sé adónde. Nos enteramos de que es hijo de la señora que da las explicaciones médicas. Mirándonos sin ningún tipo de discreción a mis amigas y a mí y como si todas fuéramos a recibir la braquiterapia, lanza su inquietud.
- Mijitas, ¿y ustedes por qué vienen tan elegantes a hacerse la braqui?
-Porque hoy es mi cumpleaños y vamos a celebrar después de salir de aquí - respondo.
El hombre nos observa por un corto rato y aduce.
- Ustedes los riquitos, no tienen ni idea de lo que es un día de un pobre.
-¿Quieren saber cómo es un día de un pobre?
Todos lo miramos, y yo respondo:
-Dale, te escuchamos.

El hombre, como si estuviese en un teatro, se pone de pie y comienza su explicación:
- Mira, yo me levanto a las tres de la mañana. Si tengo suerte de que “haiga” agua, me baño. Si no, me disparo pa’ casa de mi suegra “pa buscá” dos cubetas de agua. Dos, si no tengo ganas de…
Gesticulando, como si se sentase en el vaso del baño, dice.
- ¿Ya sabes pa’qué? Si no, son tres.
Nos desternillamos. Es impresionante la capacidad histriónica del hombre para explicar lo que para él es su día de pobre. Está convencido de que nadie más que él vive una experiencia como la que describe.
- Hasta “pa pujá” es diferente pa’los riquitos. “A vé”, ¿cómo pujas tú?- Me pregunta.
Yo, sin parar de reír, miro para todas partes y, por supuesto, que no digo nada.
- Segurito que pujas así.
Vuelve a tomar la posición como si estuviese sentado en el vaso del baño, arruga todo el rostro, cierra los ojos y estira exageradamente los labios.
- Yo no mijita, yo tengo que “pujá” así.
El hombre, de nuevo, simula que defeca, gesticulando los mismos movimientos anteriores, pero cierra los labios como si fuere a dar un beso, y añade.
- ¿Sabes por qué tengo que cerrar los labios?
Sin esperar mi respuesta, explica.
- ¡Qué vas a “sabé”! Mijaaaa, porque es tanto el sol que aguanto que se me “re quete resecan” los labios y se me parten, si pujo como tú; y entonces, el dinerito que me queda, lo tengo que “gastá” con un bicho de esos especialista de la piel, y me quedo “desplumao” porque pa’eso si sirven los mediquitos, “pa’ dejalo” a uno como Dios lo trajo al mundo.
Las carcajadas no se hacen esperar. El pasillo donde estamos, ya no le cabe más gente. Todo el mundo se va arrimando a nuestro sitio atraído por las risas incontenibles. El hombre sigue.
-Bueno, y ni te creas que es un baño como el tú te debes dá. ¡Na’qué vé! Es un bañito de policía pobre. Después, mijita, agarro la loncherita que me tiene “prepará mi mujé”. Salgo corriendo. Corro como un maldito, llego con la lengua afuera y trato de “agarrá” el bus pa’que me lleve pal’ trabajo. Bueno, eso si logro “alcanzalo” porque si no, ay mi madre…

El hombre continúa y en cada cosa que dice, gesticula representando su vivencia de forma graciosa y extraordinaria, y ya no sólo me mira a mí, sino a cualquiera de los presentes, pero sigue proclamando la palabra “mija o mijita”.
- Me meto al bus que viene no lleno, sino repleto. Me agarro, y eso sí puedo, de uno de los tubos del bus. Y después, mijaaaaa, “a volá” dentro del bus como una bandera.
Al decir esto, se agarra de un pilar que hay en el pasillo y comienza a dar vueltas. Mueve la cabeza y su mano izquierda, a la vez que hace los movimientos ondulantes de una bandera. Nuestras carcajadas crecen y el hombre continúa:
-Por fin, llego al trabajo, sudaoooo como un asao. Pego a “trabajá.” ¡Una hora, mijita, una sola horita de descanso “pa bajá” el almuerzo, y a “arrancá” de nuevo! Salgo a la cinco de la tarde, el mismo proceso, pero pa’tras. -Señalando con su dedo pulgar para enfatizar el pa’tras.
- Llego a mi casa, muerto como un condenao. Ceno, y lo único que quiero es “dormí”. Entonces, mi “mujé” empieza y a que “haceme” cariñitos pa’que…
Se detiene, se lleva las manos a la altura de las caderas, explayando los ojos con asombro, hace la señal clásica de copular.
- Entonces, se arma la de San Fernando. ¿Cómo tú te crees que te voy a “queré cogé mujé”, si lo que estoy es mamao? Tú te crees que después de este purgatorio diario que yo vivo, voy a “queré estate” cogiendo. No miiiijaaaa, eso no es como “sopla y hacé” botellas. Déjame “dormí,” y veremos si el fin de semana…
El hombre vuelve a detenerse y - con su dedo índice - señala sus órganos genitales; apunta hacia arriba y mirándome, pregunta:
- ¿Me entiendes? ¿Tú no crees que tenga razón?
Yo, muerta de la risa e imitándolo, le contesto.
- Claro que tienes razón, mijito.
-¡Cómo no voy a “tené” razón! Ah… pero después viene “lo pior”, me acusa de que yo me estoy cogiendo a otra.
Sentándose, como cansado de toda su historia, añade:
-Yo creo que hasta cómo se hace eso, lo estoy olvidando.
Los presentes no paramos de reír. Pasa un médico y dice.
-Bueno, ¿y aquí, qué sucede? Es la primera vez que el pasillo de oncología está tan alegre. Luego, pregunta.
- ¿Y Celeste?
El hombre con su chispa de buen humor mira a todas partes y responde.
Celeste como que se puso verde y se fue.

Finalmente, me practican la sesión de braquiterapia. Cuando salgo, el hombre que me hizo reír tanto en un momento que pensé que sería traumático para mí, aún espera a que atiendan a su mamá. Me despido, le estrecho su mano callosa y cálida y le digo.
- En cualquier situación nefasta de la vida habrá gente, como tú que nos hará ver que en todas partes y en cualquier instante, siempre habrá un rayo de sol danzando en fuga.*

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Nota
Afortunadamente, no he sido diagnosticada con cáncer.
Desafortunadamente, mi amiga, sí.
Afortunadamente, el cáncer está en regresión.
*Un rayo de sol danzando en fuga es una imagen que le pedí prestada a Sirio

Texto agregado el 27-08-2012, y leído por 1027 visitantes. (46 votos)


Lectores Opinan
07-05-2014 Excelente. Un cuento con humor que seguramente ha logrado hacer reír a quien lo haya leído. Felicitaciones zumm
28-10-2013 Me a alegrado; en toda tu historia haz usado el humor propio / e inocente de la sencillez que expresan las personas, con un fpinal muy fino... krisna22z
23-11-2012 ...La forma en que escribes es una invitación a imaginar. Tus historias agarran y no sueltan hasta que se terminan. Gracias!! Un abrazo!! gsap
12-11-2012 Melancolía pura. Cuánta codicia hay en tu forma de escribir. lenguaje muy coloquial, sano, atrapante y belllo. Tuve que leerlo dos veces para entenderlo, pero bello por donde se lo mire. Saludos deojota51
01-10-2012 Para reír y llorar al mismo tiempo!! Excelente Sofiama! 5***** eti
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