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Hace unos días salí a la calle con la firme determinación de echar un polvo. No había otra cosa en mi mente. Tenía 25 pesos, dinero suficiente para subir a dos camiones. Era un día poco caluroso y despejado, a finales del verano. Cuando llegué a la avenida más cercana, al subir por el puente peatonal para cruzar al otro lado, me topé con un par de piernas corrientes y celulíticas que me excitaron perversamente. Pertenecían a una dama que llevaba un niño en brazos y una niña de 3 o 4 años caminaba a su lado también. Vi que me vio. Decidí que no sería mala idea seguirla. Llegamos a la parada de los camiones y estuvimos esperando un rato. No hablábamos, pero nos veíamos disimuladamente de vez en cuando. Los niños jugaban. Abordamos un camión desconocido. Me quedé con 17 pesos en el bolsillo. Me senté cerca de ella y pude olerla. Estuvimos arriba del camión hasta llegar al centro, donde ella bajó para tomar otro. Yo hice lo mismo. Ella comenzaba a inquietarse un poco más, pero parecía que entraba bien en el juego. Era una mestiza de clase baja a todas luces. Parecía que nos dirigíamos a un suburbio peligroso. Y así fue. El viaje duró largo tiempo. Nos internábamos en las salvajes y peligrosas calles de las afueras de la ciudad, donde reina la tragedia y el crimen, pero yo estaba más cachondo que nunca. Bajamos y ahí fue obvio que yo la seguía. Ella ya me sonreía y hasta la niña de 3 o 4 años presentía algo que sólo los niños pobres pueden presentir, con la picardía de la experiencia que dan esos barrios donde el hacinamiento provoca una promiscuidad muy especial. Yo comenzaba a preocuparme porque tenía que actuar antes de que llegáramos a su casa y me cerrara la puerta en las narices. También me preocupaba que su hombre pudiera estar en casa. Entre otras cosas. Pero tenía que actuar. Entonces me puse a bailar un poco. Me hice el gracioso. Ella se rió. Me dijo cosas. Me invitó a su casa con una sonrisa depravada. La niña se me quedaba viendo. Abrimos la puerta de su casa, pusimos a los niños en una habitación aparte viendo tele. Nos metimos a su recámara. Ya me había dicho que su esposo no estaba. Nos desnudamos con violencia. Ella se subió arriba de mí y se movió con tanta agresividad que tuve que eyacular en menos de 15 segundos. Lo hicimos 7 veces. Cuando el niño más pequeño lloró lo trajo a la habitación donde estábamos. El pobre no sabía lo que estaba pasando. Era muy pequeño. Ella me dio su teléfono. Me dijo que su esposo no estaba en casa casi nunca. Me dio unas monedas para completar mi regreso. Me despedí de ella con un beso en la boca. Ya estaba atardeciendo en ese barrio del demonio. Algunas casas tenían una cortina por puerta.

Texto agregado el 18-09-2012, y leído por 284 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-02-2013 Me gustó este relato: por ágil y con un lenguaje preciso. tsk
14-10-2012 Realmente lo erótico aquí resulta secundario. Creo que lo fundamental es el encuentro de los infortunios, de un hombre y una mujer que siempre se necesitan pero tienen miedo. A veces seguir una pulsión nos hace más humanos y más bestias. Eso entiendo felipeargenti
18-09-2012 Lo leí con mucha atención. Mas que erótico lo encontré, como escribió Newen, algo social, urbano, cotidiano...la vida misma. El sexo acá pasa a segundo plano con el relato. elisa-golott
18-09-2012 No estuvo mal, el género erótico es difícil vihima
18-09-2012 Entretenida historia. Dhingy
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