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Inicio / Cuenteros Locales / inkaswork / !APRETADOS COMO SARDINAS!

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Este es mi primer día en el suelo de Cervantes. Lo primero que hice, luego de instalarme en una pensión de la calle Fuencarral, fué entrar a una plaza de toros. Quedé extasiada cuando miré el suave caminar -altivo y soberbio-, de ese torero con traje luminoso, sobre la arena.

Me sobrecogió el silencio sepulcral que reinaba en toda la plaza cuando el torero y su fiera se miraban de cerca, como retándose mutuamente. El torero ganó la partida, dominó el escenario y doblegó al toro con su espada. El público gritó rayando en el delirio “Ole, Ole…”. Una música de castañuelas lo acompañó en su faena. Todos se lenvantaron y los aplausos empezaron a sonar. !Que viva Manolo!.

Manolo fué mi vecino de piso. Cada vez que lo tenía cerca, me encandilaba hablándome de toros, de cornadas y relatos de un mundo taurino que yo desconocía. Era un personaje interesante y de modales muy españolados.

En una de aquellas tardes de ocio, lo ví desde mi ventana, conversando amigablemente con Candelita. Cuando bajé me la presentó y nos hicimos buenas amigas y excelentes vecinas.

Candelita era argentina pero vivía en esta tierra española, más de veinte años. Era delgada, tenía una sonrisa que infundía confianza. Despedía un olor a santidad. Su respetable vida había discurrido entre la crianza de sus hijos, su trabajo y el recaudar fondos para la iglesia.

En nuestras charlas matutinas solía darme consejos.

-No compartas tu morada con extraños. No sabemos quién puede estar colándose en la intimidad de tu hogar. Es preferible estar sola que mal acompañada.

Cada tarde tomábamos chocolate caliente con churritos. Tuve oportunidad de conocer a sus hijos que orgullosa, me los presentó.

-Silvana y Leandro. Son el motivo de mi lucha en este horizonte madrileño. Nacieron aquí. Sólo por ellos sigo lejos de mi tierra. Aquí está el futuro de mis hijos.

Era notable el sacrificio que había hecho esta mujer durante el tiempo que vivió aquí. Con envidiosa admiración advertí que Candelita llegó a cumplir con garra, lo más elemental. Aseguró un techo para sus dos hijos, en un barrio tranquilo de Madrid !No era para menos!. Cualquiera hubiera querido estar en sus sandalias.

Candelita estaba divorciada. Me sorprendió la forma en que afrontó –solita-, toda la carga familiar, trabajando muchas horas, incluyendo los domingos. Desde que pisó este suelo, ella tuvo un solo trabajo. Se especialisó en el control de calidad de los alimentos ofrecidos en los aviones de Iberia. Pasaba muchas horas dentro de unas cabinas congeladas. Su vestimenta se parecía a la de un astronauta. Con razón, ella se acostumbró a vestirse con ropas anchas, luciendo un cabello chamusqueado de tanto recalentarlo con la secadora de rulos, que tenía sobre su tocador. No sabía lo que era retocarse el rostro con los cosméticos que le regalaban. !Su apariencia era la de una monja del Sinaí!

-Mami, por favor, aprende a usar este rubor. Estos polvos son una delicia. !Pruébalos!. Mis amigas te pueden ver por la calle. !Cambia por nosotros, please! –Silvana se lo decía con mucho tino para no ofenderla.

En la hora de mi siesta, me produjo extrañesa ver a Candelita animosamente conversando y riendo a mandíbula batiente, con mi amigo Manolo, el torero de finos modales. Pensaba si serían novios. Mi curiosidad quedó interrumpida cuando alguien tocó el timbre de mi departamento.

-Disculpe señora. Soy Silvana, su vecina. ¿Podría yo imprimir un documento en su impresora? –me dijo ligeramente ruborizada.

-Eres la hijita de Candela. !Claro que puedes!. Ponte cómoda. –le señalé el escritorio.

Me extrañó sobremanera que no tuviera una impresora. Como estudiante, era lo menos que podia tener. Me pregunté porqué su madre no habría comprado una.

A los pocos minutos, me los encontré a Candelita y a Monolo en la calle, que seguían pasándola de la mejor. La felicidad embargaba cada facción de sus rostros. Ella misma fué quien se adelantó a responder lo que yo estaba empezando a creer.

-No vayas a creer que entre Manolito y yo existe algún romance. Solo somos buenos amigos. Le estaba diciendo a Manolo, que este mes me han subido el alquiler y los gastos de calefacción y luz están por las nubes. !Tendría que trabajar doce horas diarias para cubrir mis gastos!.

-Ya veo que vivir en Madrid es carísimo –le dije.

-La solución para superar mi baja economía está en compartir los gastos. Por eso, Manolo aceptó mudarse a mi casa para pagar a medias el alquiler y todo lo demás. El dormirá en el pequeño cuarto de Leandro y mi hijo tendrá que dormir en el sillón de la sala.

-Cada uno sabe lo que hace, Candelita.

Al rato me puse a pensar ¿no decía que no hay que traer extraños a la casa?. ¿qué fué de sus consejos de moralidad?. Yo en todo momento pensé que su pequeña casa, frente a mi departamento, era propia. Sus veinte años en esta tierra justificaba que tuviese un techo propio, pero ahora, recién me daba cuenta que no aprovechó las ventajas que el gobierno había dado a favor de los que por primera vez querían tener una vivienda.

La ola de incentivos se difundió por todo el país y hasta el más pobretón salió ganancioso con un título de propiedad.

Todos los dias se iba en un carro de color ladrillo, brillante como un sol. Ella misma me explicó que Manolo se lo prestaba para hacer las compras de la casa. !Hasta la movilidad la compartía!.

Otro día, cuando Silvana me tocó el timbre de mi casa, traía una mirada taciturna. Sus pasos eran lentos y parecía que cargaba sobre sus espaldas el peso de una verguenza.

-¿Qué te sucede Silvanita?

-Me apena, Matilda, contarle intimidades de mi casa….

-Si eso te hace bien, !desfoga, jovencita!.

-Siempre estuve orgullosa de mamá. La quiero mucho por su dedicación al trabajo. Mientras estuve pequeña, siempre creí que era un az de moralidad. Pero últimamente veo que cada cosa que hace es incompatible con lo que siempre nos enseñó. No es posible que traiga a un hombre, haciéndolo ingresar a la intimidad de nuestro hogar, !para que duerma en el dormitorio de mi hermano!.

-Ella me dice que su presencia es necesaria para que nos ayude a cubrir los gastos. No me explico porqué es incapáz de pagar un despreciable recibo de luz o alquiler, si ella está viviendo tantos años en Madrid. Entonces ¿para qué se mata trabajando, congelándose tantas horas en esas cabinas de alimentos y haciendo sobretiempos?. No puedo pensar cómo, en tanto tiempo, no haya comprado un techo propio. No puedo pensar cómo, esté mereciendo el carro de Manolo, cuando ella debería tener uno, tal como otras familias, de escasos años viviendo aquí, ya lo tienen, sin merecer nada de otros.

Estoy realmente confundida, Matilde. Yo no puedo juzgar a mi madre, pero su conducta es la que me preocupa. Su actual estilo de vida, es el resultado de los años anteriores. No sé en qué estaría pensando mi madre, que dejó pasar décadas, sin darse cuenta que las necesidades aumentaban. No siempre seremos los niños de antes. Somos estudiantes con grandes proyectos e inquietudes y !ahora nos vemos relegados a vivir como sardinas en nuestra propia casa!.

-¿Qué te puedo decir?. Tu mami tendrá sus razones para actuar de esa manera. Considera que ha vivido sola durante muchos años. Tal vez esté agotada por la rutina del trabajo. Te aconsejo que hables directamente y le digas cómo te estás sintiendo.

El cuadro de confusion que Silvana me había confiado, se vino a complicar, todavía más, cuando a la semana siguiente, miré con asombro, a un hombre alto, de cabellos dorados, con facha de escandinavo por lo tremendamente blanco que era, salir de la casa de Candelita, vestido en piyama y con una bolsa negra, llena de basura. La colocó en la calle para que la recogieran los trabajadores de limpieza. Al instante, volvió a entrar a la casa, con la mayor naturalidad. Eran las doce la noche.

Supuse que algo no estaba funcionando bien. Fué la misma Silvana quien, llorando en el teléfono me dijo

-Matildita, ahora sí que las cosas han llegado al extremo. A mi madre se le ocurrió decirle a su compañero de trabajo,al gringo Davis para que venga a vivir aqui, con la cantaleta “de compartir los gastos de la casa”.

-¿Dónde está durmiendo si ya no hay espacio?.

-!Está durmiento en mi cuarto, en mi propia cama!.

-¿Y tú dónde duermes?

-!En la misma cama, junto con mi madre!.

Me quedé muda. Eso ya empezaba a rayar en el colmo de lo irrazonable. ¿en qué cabeza podría aceptarse que dos hombres extraños ingresen a la vida de un hogar formada por tres? !Cinco personas en una casita de solo dos dormitorios!.

En medio de ese enmarañado destino que rodearon a sus víctimas Leandro y Silvana, se presentaron buenas noticias. Ambos habían sido aceptados en la Universidad como excelentes alumnos. Estaban dichosos de iniciar una vida universitaria para seguir, ambos, la carrera de Biología. Me alegré por ellos. Decidí llevarlos a cenar para celebrar semejante logro.

Al momento del brindis, entre gustoso y presionado por las circunstancias, Leandro encontró las mejores frases para decirme lo que sentía en ese instante.

-Eres la primera persona en saber que mi hermana y yo hemos conseguido un apoyo financiero de la Universidad, sin que paguemos un solo centavo por nuestras carreras. No solo eso. Nuestros méritos académicos ha dado lugar que nos permitan vivir gratuitamente en el campus universitario de la Complutense, durante cuatro años. Es un gol de media cancha, Matilda. Este brindis es para que seas fiel testigo de nuestros actuales logros y de los que están por venir. !Salud,!

El día en que este nuevo plan de vida –ya decidido por los muchachos- se lo dijeron a Candelita, ella estalló en un llanto conmovedor. Sus gemidos de dolorosa confusion llegaron hasta la calle. Con una voz entrecortada como un telegrama , decía sin cesar “¿porqué me dejan?, ¿no se dan cuenta que dejé todo en mi país, para que ustedes salieran adelante?. !Aquí tienen su hogar!.

Un día primaveral se convirtió en fiesta para los chicos. Se abrieron las puertas del Campus, para dar la bienvenida a los privilegiados alumnos Leandro y Silvana. Cuando pasaron el umbral estudiantil del pórtico principal, aquellos chicos se alistarían como futuros biólogos, gracias al esfuerzo individual de cada uno. No tuvieron que merecer de otros para pagar sus estudios ni su vivienda, ni el consumo de agua, luz, electricidad. !La sociedad apostó por ellos y éstos le devolvieron el favor!.

Silvana y Leandro ganaron amigos, ganaron conocimiento, ganaron diplomas, ganaron la confianza de sus tutores que encaminaron sus estudios, ganaron una fortuna como profesionales, !ganaron dignidad!.

Candela ahorró en el alquiler, la luz, la electricidad, el transporte, gracias a los aportes de Manolo y
Davis.

Perdió la fortuna de ver a sus hijos crecer con gloria y talento.

Sivana y Leandro decidieron –a tiempo- no vivir !apretados como sardinas!.

Texto agregado el 05-10-2012, y leído por 255 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
18-10-2013 Vaya, nunca sabremos la verdad sobre Candelita, pero los hijos hicieron lo correcto. Yo, que soy madrileño, doy fe de lo caro que es vivir en Madrid. Y odio las corridas de toros. walas
14-07-2013 Una historia algo desconcertante, digamos por lo de Candelita. Pensar mal no está bien, pero casi siempre se adivina, je, je! remos
07-05-2013 El relato describe la cotidianeidad de una familia sencilla y también demuestra que el destino no está en manos de quien se preocupa por la realidad y dificultad de las circunstancias... RainGoblin_kagl
07-12-2012 Tus historias de vida son entrañablñes, siempre me dejan pensando en lo importante de las elecciones que hacemos. Muy bueno, gracias por compartirlo. shosha
05-10-2012 a mi se me hace que esa candelita es medio fscistona, eh?y el torerillo más bien matarife fracasao, por eso compartía habitación, eh? marxtuein
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