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CUENTO COMPARTIDO C
El regalo
*
El regalo permanecía allí desde que tenía uso de razón. Cada año todos abrían su regalo, pero el Abuelo dejaba ese, envuelto en un papel envejecido, con un moño que, pese al paso el tiempo, conservaba su hidalguía.
Siendo ya adolescente, me animé a preguntarle una vez:
- ¿No vas a abrirlo? ¿Tampoco este año, Abuelo?
La voz que siempre sonaba desgastada, cayó en un abismo al responder : "No es necesario".
Así, cada año el Regalo del Abuelo permanecía intacto debajo del árbol, para ser guardado con los adornos y El Nacimiento hasta la próxima Navidad.
Pero ésta era diferente. El Abuelo ya no estaba entre nosotros. Antes nos había dejado mi madre. Y a los pocos meses mi padre. Creo que sintió que sus fuerzas habían soportado demasiado y él también se dejó morir.
Cuando me decidí, por fin, a vaciar la casa del Abuelo, faena que no tenía que compartir con nadie ya que era su único heredero, no me detuve en ningún rincón de la casa. Fui directo al armario de su cuarto y, ya en él, a la caja en la que estaba guardado el regalo.
Sentí algo de temor mezclado con inquietud. En cierto modo, sentía que estaba usurpando su intimidad. Miré su foto en el marco, junto a la ventana, en el que sonreía su boca pero sus ojos se mantenían inundados de su natural tristeza. "Perdón, viejito" le dije y cuando me dispuse a quitar el papel y el moño, noté que en uno de los laterales, la caja presentaba una ranura.
El timbre sonó de manera insistente, por lo que dejé la caja y salí. Era el cartero. Luego de darme el pésame, me dijo que esa carta llegaba puntualmente cada víspera de Navidad y, al verme entrar en la casa, se había decidido a entregármela. Luego de agradecerle, entré con el sobre en la mano y me senté en la silla que tenía en el escritorio, junto a la chimenea.
El espíritu del Abuelo se respiraba en la casa y resultaba más penetrante en ésta fecha. No venía a la casa desde el funeral, un mes antes. Con la carta en la mano, dirigida al Abuelo, me sentí más usurpador aún. Y más contrariado.

**
Necesitaba asimilar este nuevo misterio. Desconocía el correo anual e incluso que mi abuelo tuviese algún tipo de intercambio epistolar.

Durante muchos años había recibido una misteriosa carta, de la cuál no había tenido conocimiento, hasta hoy.
Por un instante; la tristeza de la pérdida, me trajo la emoción del encuentro. Iba a conocer algo importante de su vida. Lo sabía.

Una mezcla de emoción y ansiedad brotaron en mí, preparándome para lo que pasaría a continuación.

Tenía en mi poder dos secretos celosamente guardados por mi abuelo; que de repente le daban un nuevo giro a mi vida.
Mi abuelo, se me hacía ahora más vivo; que en los últimos años.

Ya no era sólo el abuelo, pasaba a ser un hombre. Y en este momento podía verlo cómo tal.
Mi respeto por él seguía creciendo. ¿Cuántos secretos y pasiones había conservado en su vida?

Miré el sobre detenidamente. Observé el remitente... Y cuál no sería mi sorpresa, al leer en él: - ¡el nombre de mi abuela!.

Me llamó la atención que el sobre era nuevo; y mi abuela, según me habían dicho había fallecido cuando era pequeño.
Abrí la carta. Y encontré unas pocas palabras en su interior.
“Como todos los años, sigo esperando que me escuches; te ruego que hablemos. Te Amo. Celia.”

Al final había un número telefónico. Y sin pensarlo disqué.

***
Del otro lado de la línea me contestó una voz femenina, por su tono debía tratarse de una mujer mayor. Me sentí un intruso, escarbando en el pasado de mi abuelo, pero así y todo, no pude resistir la tentación de develar el misterio.
- ¿Aló?... ¿Aló?- insistía la mujer con pausada interrogación.
-Buenas tardes madame-dije fingiendo ser un vendedor de seguros y pasé a detallarle las ventajas de mi compañía, en un discurso que ni yo mismo supe de donde salió.
Ella asentía con pequeñas acotaciones a mis palabras y su respiración calmada, me animaba a seguir con mis mentiras. La voz de la señora, que dijo llamarse ¡Celia! me zumbaba en el oído con una mezcla de ternura y sospecha. No quería ningún seguro ni tampoco estaba interesada en hablar de sí misma, solo pude arrancarle unos pocos datos, mientras el corazón parecía querer atravesarme el pecho.
La caja de regalo envejecido parecía observarme desde el escritorio del abuelo, en su papel deslucido creí ver un reproche.
Me sentía afligido porque si ella era la dama de la carta, debía tener todo el aspecto de mi difunta abuela en la única fotografía que hallé entre las cosas del abuelo. Ahora sería una anciana de hermosas facciones y mirada tranquila
¿Tranquila? ¡Qué locura! Una mentira de años llevada en secreto por mi abuelo hasta su muerte.
Antes que la mujer colgara le espeté sin miramientos la cruda verdad.
- Perdóname abuela Celia, tengo en mis manos la última carta que le enviaste al abuelo, quiero saber el porqué de tu secreto, necesito verte-
El silencio en la línea, me puso más nervioso y comencé a exigirle a la mujer que me diera su dirección, pero ella colgó dejándome en un estado de total desosiego. El misterio de su partida, la muerte fingida, el secreto tan bien guardado, se mezclaba en mis sentimientos hacia la mujer secreta en la vida de mi abuelo
Remarqué el número telefónico dispuesto a convencer a la extraña que yo era su nieto, sangre de su sangre y que me debía las respuestas calladas durante tantos años.
Oí su voz pausada y llena de ternura diciéndome que estaba dispuesta a recibirme en su casa. Tomé nota de la dirección y una vez en la calle aspiré hondo el aroma de los azahares que comenzaba a endulzar el aire de septiembre.

****
El domicilio era de un lugar cercano y treinta minutos más tarde, me encontraba a una cuadra de la dirección. Caminé los últimos metros llevando el valioso presente del abuelo y la foto de Celia. La casa de mi abuela se encontraba en un barrio humilde aunque de apariencia cuidada. Ubicada en una esquina, la casa vio tiempos mejores mucho tiempo atrás. La pintura descascarada y la puerta cuarteada, evidenciaban la falta de dinero. Sin embargo, estaba limpia y con un pequeño jardín bien cuidado. Apenas llegue al enrejado, la puerta principal se abrió y una versión más vieja de la fotografía que llevaba en mi mano, apareció en el portal.
La anciana me dirigió una tímida sonrisa al tiempo que se apartó de la puerta invitándome a pasar. No supe interpretar su mirada cuando me deslicé al interior de la vivienda. ¿Pena?, ¿Ansiedad? Yo mismo no sabía que sentir. Una vez sentados, ella rompió el silencio:
–Supongo que tu abuelo murió –declaró. –De otra manera no estarías aquí.
–Hace nueve meses –contesté contrariado –Solo vine a arreglar sus cosas y el vecino me entregó tu carta.
Recostando su cabeza en el sillón, suspiró profundamente antes de contarme su historia. Me pidió que no la interrumpiera hasta terminar y su mirada se perdió en lejanos recuerdos.
“Era 1963 cuando tuve a tu padre. El embarazo transcurrió sin problemas, pero estos comenzaron justo después. Tenía pesadillas constantemente, estaba aletargada, me olvidaba de cosas o las hacía sin darme cuenta. Fue peor cuando le dije a tu abuelo que escuchaba voces... estaba aterrorizada. Por fortuna, tu abuelo llamó a su madre para ayudarme y semanas después, mejoré.
“Todo marchó bien hasta que cuatro años después, tuve a mi segundo hijo…”
–¿Segundo hijo? –pregunté perplejo. –Pensé que mi padre era hijo único.
Celia solo levantó su mano y siguió hablando:
“Para ese entonces, mi suegra ya había muerto y no había quien me ayudara cuando volví a tener los mismos síntomas. Tu abuelo enfurecía cada vez que mencionaba lo mal que me sentía, pero no podía evitarlo. Siempre estaba cansada, lloraba por tonterías y comencé a tener alucinaciones. ¡Dios! Esas horribles alucinaciones hacían que viera a mi propio hijo como un monstruo. Actuaba de manera extraña, pensando que de esa manera, esa anormalidad desaparecería, escuchaba voces riéndose de mí y culpaba al bebé. Me daba miedo contarle a tu abuelo porque decía que no quería cumplir mis obligaciones, que era una mala madre y tampoco me atrevía a contárselo a alguien más. Seguro pensarían que estaba loca…”
“Era víspera de navidad y mi pequeño tenía un mes cuando sucedió. Aun ahora no puedo decir a ciencia cierta que ocurrió ese día. Sólo tengo vagos recuerdos de tu abuelo llorando, de las luces de las patrullas alrededor de la casa y de una oficial que caminaba con un pequeño envoltorio en sus brazos”.
Las últimas palabras apenas la entendí. El llanto largamente contenido afloró, pero fue contenido casi de inmediato.
“Era mi bebé. Lo encontraron atrás de la casa, desnudo y muerto de frío…”
“La justicia me condenó y pasé muchos años en la cárcel. Mi último contacto con tu abuelo fue cuando me declararon culpable de la muerte de mi hijo. Se despidió de mí diciendo que me amaba, pero que no podía perdonarme. Que no tratara de contactarlo a él o a mi hijo. Luego se fue y no volví a verlo hasta que salí”.
“Me confesó que le había dicho a nuestro hijo que había muerto. Que no valía la pena trastornar su mundo y me hizo jurar que si de verdad lo amaba, dejara las cosas como estaban. Recuerdo perfectamente sus palabras: Yo te avisaré si alguna vez es necesario que regreses. Acepté ese estúpido trato, pensando que cambiaría de opinión, pero tu padre murió y yo continué enviando una carta cada navidad, esperando que él me recibiera. Que tonta.” Terminó diciendo.
Un par de horas más tarde me encontraba en mi propia casa meditando en lo sucedido. A más de cuarenta años, la psicosis postparto, aunque rara, era un tema conocido, pero no en 1967. Mi abuela pagó una culpa que no era enteramente de ella.
Estaba confundido. Yo tenía una opinión perfectamente válida en mi época pero… ¿Traicionaba a mi abuelo al pensar distinto? ¿Era justo para el tío que nunca conocí? ¿Qué hubiera querido mi padre?
Recordé las palabras de despedida de Celia:
–El pesar y el amor me han acompañado la mayor parte de mi vida. –Me dijo clavándome profundamente su dolorida mirada. -Es como una brillante oscuridad que lastima y al mismo tiempo te llena de esperanza. Es un lugar donde mora la tristeza y he aprendido a hacerle compañía.
Me fui de ese lugar. Sólo hasta muy tarde, recordé el regalo del abuelo. Dejé escapar un remedo de risa. Veintinueve años esperando saber lo que contenía esa caja, para nada.
Esa noche tardé en dormirme. No pensaba en mi abuela pero sí en mis padres. Me sentí afortunado de tenerlos aunque fuera por corto tiempo. Mi padre tuvo que apañárselas con la única compañía de un viejo enamorado de un recuerdo e incapaz de perdonar. En ese momento tomé una decisión.
Un sol desmadejado que no llegaba a calentar, iluminaba mis pasos en dirección a la casa de Celia. Pareciera que ella me estaba esperando, pues estaba de nuevo en la puerta. La noté distinta, relajada y con una vitalidad que el día anterior, no tenía.
–¿Quieres un café y abrir un regalo –Me sonrió con cautela.
Sin esperar mi respuesta, entró nuevamente en la casa. Sobre la mesa del comedor estaba el regalo. El viejo papel desgarrado yacía a un lado y el regalo abierto después de cuarenta y cinco años.
–¿No quieres saber que contiene? –Me preguntó al verme vacilar.
–El abuelo nunca quiso abrirlo. Siempre lo ponía junto a los otros regalos bajo el árbol, pero se negaba a tocarlo.
–Es que no era para él. Es mi regalo de navidad. El que debía recibir ese horrible año.
Sin poder esperar más tiempo, me acerqué y saqué el obsequio casi con reverencia. Era un hermoso carrusel de porcelana. Celia se acercó y giro la ornamentada llave a un costado. De inmediato la tonada de “Carol of the Bells” amenizó los giros de las cuatro figurillas que montaban los delicados corceles.
Supe porque el abuelo escogió ese presente. Las figuras sobre los caballitos eran de una familia. Una pareja y dos niños que sonreían mientras giraban. También había una carta. Celia tomó el carrusel y lo dejó nuevamente sobre la mesa. Me extendió la carta que tomé y leí ávido de curiosidad. Ese era el motivo de la abertura en la lateral de la caja. Esta decía:

“Querida Celia:
Si estás leyendo estas líneas, significa que ya no estoy en este mundo.
Durante todos estos años, he tejido una red tratando de proteger a nuestro hijo de lo que a todas luces, me pareció un pecado imperdonable. Con el pasar de los años, me convencí de que fue lo mejor que pude haber hecho, sin embargo, la incertidumbre flotó siempre junto a mí, igual que esa pelusa que se ve a contraluz. Oscureció cada instante de mi vida y por más que intenté renegar y culparte por arruinar nuestras vidas, el arrepentimiento se inmiscuyó y anuló cualquier rastro de odio que creí sentir.
Lamento terriblemente arrancarte una promesa que no querías y no dejar que volvieras a ver a nuestro hijo. La red que construí no fue lo suficientemente fuerte para protegerlo y cuando murió, pensé que era demasiado tarde para nosotros.
Aunque sé que no lo merezco, espero que puedas encontrar la manera de perdonarme por no tratar de comprender y sobre todo, por no apoyarte cuando más lo necesitaste. Te hice tanto daño y no supe verlo a tiempo.
Siempre tuyo.
Mauro.

Ese era el motivo de la nueva actitud de mi abuela. Ambos vivieron atormentados por lo que pensaban debían sentir o hacer y dejaron de lado lo que era realmente importante.
Un poco torpe al principio. Me acerqué a mi abuela y la abracé. El dominio de la memoria había retorcido su amoroso corazón por demasiado tiempo. Era hora de recordar los diáfanos días antiguos y crear nuevos recuerdos de los cuales alardear.
Mi abuela inclinó mi cabeza, besó mi frente y me dijo:
–Aunque los días no siempre resplandecen y nos arrebaten la paz, nuestra memoria es fuerte y podemos ver a los que amamos aunque no estén ahí.
Fin.

Texto agregado el 15-10-2012, y leído por 320 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
15-10-2012 me gustó porque todas nos fundimos en un mismo estilo narrativo, lo cual es bastante dificil de lograr, aplausos para mis compañeras divinaluna
15-10-2012 Reitero mis felicitaciones para las autoras de este cuento íntegro. Gatocteles
15-10-2012 Cuatro cerebros. Cuatro estilos. Una narracion. Madera lisa, sin astillas. Una conmoción. Cinco estrellas. sabiel
15-10-2012 Es una suave narración que expresa diferentes matices de un sentimiento. Bien escrito, sencillo y claro Felicidades. umbrio
15-10-2012 MA-RA-VI-LLO-SO. un abrazo apretado a todas por el excelente trabajo, me gusto mucho, Tu conclusión Kone Epica. Miriadas de estrellas a su cielo literario y tambien 5 aullidos... yar
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