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Los valientes

En un vasto valle árido y pedregoso del altiplano mexicano, se albergan incontables haciendas pulqueras, pletóricas. La de Santiago Chimalpa, construida de cantera con altos muros y un par de enhiestos torreones, exhibe la opulencia del propietario Don Sócimo Montecinos, acaudalado terrateniente de rancia prosapia, hombre arrojado y recio, de trato justo y hasta condescendiente con los campesinos. En demérito de su imagen, se cuenta que en su juventud fue libertino y acostumbraba a ser el primer hombre de las mujeres de su fundo.

Esa tarde del 23 de enero, por el camino vallado de magueyes que conduce al casco de la hacienda, cabalgaba sobre un caballo bayo, Otilio Arteaga, hombre sombrío y tenebroso. Venía del norte donde dejó a su madre expectante en humilde vivienda. Lucía unos labios resecos y agrietados, la piel bronceada y polvorienta, producto de un largo viaje. Su sombrero de ala ancha escondía sus ojos de mirada fría.

Los cascos del cuadrúpedo al golpear las piedras, llamaban la atención de los labriegos que bregaban en las faenas del campo e interrumpieron la labor para verlo en su recorrido. Él sintió la mirada del nutrido grupo de campesinos, giró la cabeza en dirección a ellos, ignorando el saludo temeroso de estos trabajadores. El cerval miedo surgía de la fachada del forastero que además portaba en la cintura un revolver Colt de alto calibre, con la culata hacia delante, señal inequívoca de que era un pistolero.

Al llegar frente al portón, detuvo su corcel y regresó sobre el camino exigiendo a su montura un trote más hasta una pequeña arboleda que hospedaba un ojo de agua, donde algunos pastores lindaban sus ovejas. Cuando lo vieron llegar, con apremio arrearon su ganado y escaparon del lugar. Otilio Arteaga desmontó, liberó la grupa del peso para darle descanso a su cansada cabalgadura, permitiéndose holganza mientras su “agreste raciocinio” le convencía que su odio terminaría al cumplir la promesa realizada a su madre de vengar la muerte de su padre. Ese pensamiento prefiguraba su paz.

De su padre conservaba un solo recuerdo. Pero los insidiosos relatos de su madre al contarle repetidas veces cómo lo habían asesinado, lo saturaron. Esas reminiscencias constituyeron la inagotable fuente de su odio enardecido.

El día de cobrar venganza al fin llegó; esperaba que el sol declinara en el horizonte. Una vez que las claridades del día se apagaron, en espesa penumbra se movió con sigilo por el camino que lleva a la hacienda.

Una vez allí, pidió hablar con el dueño. Lo hicieron esperar en el salón de los candiles. El propietario irrumpió en la sala con un porte viril que lo sorprendió, pues había concebido a un hombre que en la cara reflejara cobardía, mas, no fue así. Se recompuso y preguntó:

-¿Es usted Sócimo Montecinos?

-Para qué se le busca –preguntó poco cordial, porque lo habitual en él era tener el control de la conversación.

-¡Vengo a matarlo!

-No pensarás disparar a un hombre desarmado -respondió Don Sócimo con la calma de quien está acostumbrado a defender su vida.

-Para morir da lo mismo, mereces morir como un perro.

-Seguramente quieres enterarme la razón de mi muerte…, de lo contario ya me habrías matado.

Otilio le dijo en pocas palabras que años atrás había asesinado a su padre y que venía a vengarlo. Sócimo no se inmutó. Si habría de morir, quería asegurarse de ser el responsable de la muerte que le imputaban, por lo que preguntó a secas:

-Quién fue tu padre… He tenido que matar por defenderme, siempre en forma leal, nunca a traición.

Cuando Otilio proclamó el nombre, Sócimo se desencajó, no pudo mantenerse y lloró. Sus lágrimas fueron interpretadas como el acto de cobardía esperado, el que le conminaba a matarlo sin miramientos. Sin temblor en su diestra y más rabia que nunca, Otilio Arteaga desenfundó con celeridad el revolver y accionó el percutor. El impacto de la bala curvó ligeramente el torso de la víctima, que se desplomó sobre sus rodillas sin dejar de mirar los ojos de su victimario. Antes del próximo impacto, Sócimo, producto de una agónica muerte, pronunció unas palabras casi incomprensibles para su matador:

-Cúbrete el pecho, Otilio, que la noche está fría…

No dijo más, fueron sus últimas palabras, guardó el secreto de su llanto para no sembrar una duda indeleble. Entonces, el segundo disparo se efectuó finalizando así la misión.

Pero Otilio salió del lugar con un peso mayor sobre sus hombros. Un extraño remordimiento le roía la conciencia. Por asociación de ideas, evocó el único recuerdo de convivencia con su padre; cuando aún era un niño lo visitó en su humilde vivienda para regalarle un viejo gabán que lo protegiera del frío matutino.

Montó sobre su caballo dándole rienda suelta y cabalgó rumbo al sur mientras el remordimiento crecía. A la distancia y ayudado por la oscuridad de la noche, su figura se difuminó.

Al mismo tiempo, hacia el norte, en un desvalido jacal a la luz ahogada por el humo de los rescoldos de la hoguera, la madre de Otilio pide protección para su hijo a la Virgen de Guadalupe. Por intuición materna o convencida que el cielo escuchó su ruego, en un rincón de sus entrañas tuvo la sensación de que su hijo sobrevivió. Ensayó una sonrisa, pero resultó una mueca patética con destellos de alegría combinada con amargura.

Desde aquella noche, sin que ignorarlo mitigue la pena, Otilio Arteaga fue un errante parricida.

Texto agregado el 11-11-2012, y leído por 540 visitantes. (20 votos)


Lectores Opinan
03-01-2014 Pude anticipar el final, lo que no le ha quitado ni siquiera una pizca de encanto a este relato. Nunca sabemos dónde se esconde la verdadera maldad, la capacidad de elucubrar y manipular incluso a los seres que supuestamente se aman... ikalinen
13-07-2013 Tu pluma es admirable. Debo decir que hasta lo que he leído, es el estilo que me ha gustado más. No quiero hablar de la historia, es cómo lo has contado...perteneces a los grandes como bien dice yar. Solo_Agua
19-04-2013 El final estremece, narras con profusión de detalles entrando en la psicología de los personajes. Descubro un buen narrador en esta página. Mis 5. Enyd
24-03-2013 Me encantò este texto.- rhcastro
18-02-2013 Imágenes muy bellas insertas en prosa de lujo. JAMI
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