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( Del Libro de Laura )

Reedición corregida, editada en la Página de los cuentos el 11 de Abril de 2004.


Puerto Natales en aquel entonces tenía su gobernador, una comisaría, un regimiento de caballería de frontera, Servicio de Seguro Social, dos colegios, un juez, un doctor, una parroquia y su plaza de armas.

En invierno, la nieve, bloqueaba el camino hacia Punta Arenas, que era una pequeña ciudad pero con más recursos. Los natalinos viajaban a Río Gallegos, en territorio argentino, más cercano, más poblado y de más fácil acceso para su abastecimiento.

Muchas historias y sucesos acaecían en Puerto Natales, era común en esos años la caza de animales autóctonos, de pieles codiciadas y de muy alto costo, para los elegantes abrigos que lucían las damas y también las jovencitas, la ignorancia de la época y las costumbres de antaño, no podían imaginarse la crueldad con la que provocarían la extinción de tan preciados animales, los cazadores se internaban por los frondosos bosques en búsqueda del preciado tesoro.

El gato montés, el más valorado de todos, la nutria, también muy apreciada, el lobo de dos pelos cuya piel tratada por expertos peleteros le daba una cálida suavidad y el chingue, eran parte de la fauna que fue prácticamente exterminada por la idiosincrasia de aquellos años.

Laura, con poco más de cuatro años, disfrutaba de todo, del rugido del viento que al encontrarse en la esquina de su casa, silbaba a dos voces, la visión del Fiordo Ultima Esperanza, desde las ventanas de su casa, con los cielos multicolores y nubes que con el viento formaban figuras de duendes, rebaños de ovejas, rostros de ángeles. Los cisnes blancos de cuello negro, el muelle, y al frente de la casa del abuelo, la comisaría con sus carabineros, a los que ella, desde la inmunidad de la casa del abuelo, les hacía morisquetas

Como para ella nada de lo que sucedía en su casa pasaba desapercibido, vio que en la tina del baño había un líquido blanquecino con muchas herramientas extrañas y que su papá, cuando terminaba de cenar y la mandaba a dormir, se quedaba dibujando extraños dibujos, que nunca ella, pudo entender.

La abuela paterna de Laura, trabajaba como modista en Santiago desde su llegada a Chile desde Barcelona, no había escatimado horas de trabajo ni derrochado el tiempo en descanso, para facilitar los estudios de su hijo en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, al finalizar la carrera con su mayor esfuerzo y dedicación le instaló una consulta particular en el centro de Santiago, el joven trabajaba en un Hospital público solo en las mañanas y algunas visitas a domicilio a medida que se daba a conocer. Un mes transcurrió en espera de pacientes en su flamante consulta sin que nadie solicitara su ayuda por lo que decidió viajar al confín del mundo, después de leer un aviso en el diario que decía: " Se necesita Médico general de zona en Puerto Natales "

El hospital de Puerto Natales, no tenía grandes recursos, era un hospital para cubrir las mínimas necesidades, pero en algunas oportunidades se presentaban urgencias severas, como lo fue el caso del cazador de nutrias.

Aperado de todo lo necesario para pernoctar varios días en los bosques magallánicos, no pensó en un posible accidente, que ocurrió, cuando descuidadamente acechaba una hermosa nutria, se disparó un tiro en una de sus piernas, quedando herido y abandonado por varios días.

Cuando llegó al hospital, su pierna ya tenía gangrena y el doctor decidió que había que amputar. El cazador no aceptó el diagnóstico y suplicó, lloró, se negó, prefería morir. El doctor lo miró pensativo, solo contaba con sus conocimientos, imaginación y Flora, su asistente, nada más tenía en las manos, para salvar la pierna del desesperado cazador. Un taladro de carpintero, puesto en la tina de su baño con cal y desinfectantes y otras herramientas afines, era lo que Laura había visto, curiosa. Un carpintero de la zona construyó un atril de madera, que el médico le había dibujado, desde donde colgarían dos sacos de arena que realizarían el rol de pesas, en el tratamiento post operatorio. Llegó el momento y el doctor operó y esperó ansiosamente haber podido cumplir su misión. Acompañó por varias semanas, todas las noches al cazador, le conversaba, le contaba los chistes que recopilaba en una pequeña libreta, de algún modo, trataba de calmar los dolores que el pobre hombre sufría.

Después de un largo tiempo de recuperación, el cazador, abandonó el hospital caminando apoyado en una muleta, para reiniciar su vida de hombre solitario y aventurero, con su pierna sana y su agradecimiento vivo en el corazón. Desapareció por meses del pueblo y el padre de Laura siguió con su rutina de hospital, cirujano, partero, domicilios, sicólogo, hasta dentista en algunas oportunidades. Amado y respetado por toda la comunidad.

En un día de verano natalino, alguien tocó el timbre de la casa del abuelo de Laura, pese a la prohibición de salir corriendo escalera abajo, ella voló por los estrechos peldaños de la larga escalera y se encontró con el cazador y un gran cargamento de sacos apilados en una desvencijada carreta, que con toda su fantasía, Laura no pudo imaginar el contenido. _ ¿ Está tu papá ?_ no , dijo Laura, _ están mi mamá, mi abuelita, mis hermanos, la Herminia y yo _ La Herminia era la nana que ya venía bajando la escalera muy enojada con Laura y su imprudencia.

Herminia se dirigió al cazador: _ ¡ Mande... ! _, _ esto es para el doctor, para la señora del doctor, ¿ donde lo puedo dejar ? _ arrímelo ay no má caallero _ indicando el espacio entre la puerta de entrada y la escalera. Laura ya había subido a buscar a su abuela para contarle que un señor grande con bigotes había traído sacos con cosas, ella estaba acostumbrada a que los pacientes de su papá, que no tenían dinero para pagar una consulta, le llevaran pollos, huevos, pavos, corderos, mermelada de ruibarbo.

Los sacos contenían una gran cantidad de pieles de nutrias exactamente iguales. En un hermoso abrigo para su mamá se convertirían esas maravillosas pieles, que de tanto explotarlas, el hombre y su primitivismo las puso en peligro de extinción.

El abrigo de nutria protegió del frío por muchos años a la madre de Laura, un abrigo que hasta el día de hoy se mantiene hermoso y brillante, anhelado por muchas mujeres, pero Laura y sus hermanas decidieron guardarlo cuidadosamente resguardado y protegido, para cuando su heredera, la nieta mayor, hija de Laura, decidiera el destino de ese testimonio histórico de la familia. La nieta, compinche y cómplice de su abuela, escuchó en la intimidad de sus encuentros muchas historias de Puerto Natales y nunca olvidó las palabras con que su abuela la despedía: _ Eres joven, eres hermosa, eres inteligente, camina erguida y que todos los que se te crucen en la calle piensen que tienes un secreto _

La nieta no tiene un secreto pero si la ilusión de poder entregar el legado de su abuela al Museo del Pionero en Punta Arenas, con una fotografía de su abuela vestida con el abrigo, acompañada de uno de sus hijos recibiendo en el Aula Magna de la Universidad de Chile, su título de médico cirujano y en un díptico impreso la historia de su abuelo y el cazador.

Texto agregado el 06-02-2013, y leído por 432 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
12-06-2014 Esta historia es maravillosa!!! Una narración en la que se palpa, veracidad y humanidad. Qué hermosa familia y qué médico! Una delicia de relato!***** MujerDiosa
08-02-2013 Qué bella historia, narrada de manera envolvente, siempre con un halo de ternura y aprendizaje...gracias!! Un abrazo con cariño. gsap
06-02-2013 Qué recuerdos mi amada Ignacia. La Laura de tu cuento es un ser único y, aparte de lo de las nutrias que era algo, quizás, normal en esa época, la historia es hermosa y cualquiera de nosotros se puede identificar con ella. Me encanta cómo escribes porque además de hacerlo, tan bien, nos dejas una gran lección relacionada con la protección de lo que nos regala la madre naturaleza. Te abrazo desde mi corazón. SOFIAMA
06-02-2013 A pesar de todo el hombre no cambia. Pudieran no ser nutrias pero los abrigos de piel siguen. La historia sigue vigente felipeargenti
06-02-2013 La historia marca el cambio de pensamiento generacional. Gran ilusión la de la nieta. Esa piel ya no debe cumplir la función de abrigo. jarabe
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