Sentado otra vez con pólvora en las manos
sin emoción alguna, sin razón y sin locura.
Veo las aves volando perdidas en la noche,
algunas chocan, otras vomitan,
alguna mueren, otras levitan.
De frente, una puerta gastada,
palabras en mis brazos y una foto enmarcada.
Me pregunto si algún hueso me quebraría
si de la ventana saltara,
o si de la nada,
entre almohadas caería.
Quisiera encontrar la forma de la mente explorar,
para cortar malezas y un par de tumbas cavar.
Tal vez la soledad se canse de estar sola
o el tiempo deje de contar las horas.
Aún se siente el frío del invierno del dos mil ocho,
estamos tristes y la casa tiene más polvo.
El viejo del pasaje cada vez camina menos,
a cada uno de sus sueños le pusieron frenos.
De tanto buscar lo que faltaba,
perdimos lo que teníamos.
Ya no buscamos lo que deseabas
si no aquel lugar donde caminabas.
Y quizás ya no estemos tan tristes,
tengo un par de libros y lo demás esta de más.
Lancé flores desde el balcón,
olvide el roce,
mientras los perros ladraban,
vi la miseria a tus piernas atadas.
Te vi alimentándote solo de anhelos
y olvidando el calor de un beso en el cuello.
Que puede ser más bello
que conquistar una cintura sin dueño.
Compremos arroz y flores,
yerba mate y unos licores.
La vida nos espera al fondo del cenicero,
y el mismo universo sera nuestro cancerbero.
Yo no se escribirle un coro a lo que cantan las sirenas,
pero puedo deslizar mis dedos entre tu piel morena.
Esta vez lo que nos inspira no son cantares de ballena,
sino euforia disparada desde las venas como ballestas.
Sentado esta vez con pólvora mojada en las manos,
con emoción augura, la razón de mi locura