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El hombre escribía en el teclado del computador asignado y que se había dispuesto en un rincón para brindarles a los usuarios algo de privacidad. El rumor apagado de las máquinas se unía al desenfrenado tecleo de los cibernautas. Una muchacha desvinculada de todo y de todos, movía sus dedos a velocidad sobrehumana y sonreía y lanzaba chillidos de contento. Otros se dedicaban a navegar lisa y llanamente, como quien hojea con desgano las páginas de una voluminosa enciclopedia. Dos muchachos compartían un solo aparato para visualizar estupendas niñas desnudas que se desplegaban con desesperante profusión en la brillante pantalla. El hombre, a quien llamaremos Juan, se acodó en la mesa, esperando, al parecer una respuesta que demoraba demasiado. En sus ojos entrecerrados podía adivinarse una ligera inquietud. Abrió y cerró sus manos antes de escribir con mediana velocidad: ¿Qué pasa? La pantalla azulina del Hot Mail permaneció inactiva. Juan levantó su rostro para tensar los músculos de su cuello. No había respuesta. El hombre se reacomodó en su silla, carraspeó, nuevamente ejercitó sus dedos y luego escribió: ¿en serio lo crees así? De inmediato aparecieron sentenciosas unas letras Tipo Verdana con la siguiente leyenda: estoy segura que es así. El hombre, golpeado por la frase, se apresuró a tipear algo que reescribió dos veces. Algo así como “Te equivocas, mi amor, te equivocas”. Nuevo instante de inmovilidad que fluía y se eternizaba en esa exasperante pantalla que no entregaba rostros ni voces sino una precaria presencia adivinada varios kilómetros más allá. -¿Entiendes que esto no puede terminar así?- escribió Juan, repitiendo una a una las palabras y dándole a su voz un acento ligeramente melodramático. Inmovilidad absoluta. Ni siquiera aparecía el típico aviso: Fulano de tal está escribiendo un mensaje. Nada. Sólo la risita aguda de la chica que se encontraba dos aparatos más allá y el parloteo de los chicos aficionados a las escenas porno. Un señor se levantó de su computador y pidió la cuenta. Otro bebía a grandes sorbos una taza de café. Ruidos, ruidos y más ruidos que se hermanaban para componer nota a nota un leit motiv desolador. Juan estaba al borde de las lágrimas. Tantas veladas chateando con esa niña, confesiones mutuas, promesas idílicas, bellas ilusiones, se habían jurado amor eterno y quien los viera desde afuera sólo pensaría que eran sólo un par de ilusos que se saciaban de lo inexistente, de besos escritos que jamás se transformarían en besos carnales, de promesas lanzadas al desgaire para rebotar en el ciber espacio, de imágenes que bien podían trucarse por el simple expediente del photo shop, mentira, simple mentira, lo virtual en gloria y majestad. Juan podía testimoniar que nada era tan fútil ni tan perecible. Sus tripas rumiaban una angustia que las hacía vibrar con concreto frenesí, en sus ojos, las lágrimas reales pugnaban por salir, su pulso ya no era el mismo, estaba a punto de desmayar. Ante ese peligro y para evitar cualquier bochorno, se levantó de la mesa, cerró el Messenger y salió del Cibercafé como un alma en pena.

Luis, un asiduo del lugar, había observado disimuladamente toda la escena. Una vez que Juan salió del local, se acomodó en el aparato del rincón y activó el correo electrónico que Juan, por imprevisión no había cerrado como corresponde. Se desplegó el rectángulo delgaducho que mostraba unos cuantos contactos. Revisó los nicks: palomaamericana, truenosyrelampagos, nuncasabresitequiero, Aliciaamor…si, ella era. Pinchó su nombre con el manejo del buen navegante y apareció el cuadro de chat. La pantalla permanecía sin variaciones. Una mudez que presagiaba algo fúnebre. Se presentía al otro extremo una pugna de sentimientos, cierta rabia contenida, dientes apretados, sudoración… La curiosidad pudo más que todo atisbo de sensatez. Escribió con estudiada impericia: ¿Estás allí todavía? Transcurrieron varios minutos que él se dio el lujo de dejar correr. Su vida estaba conceptuada bajo ritmos muy particulares y esa actitud contemplativa exasperaba a quienes le conocían. Pero, Luis era eso y nada más…Pidió una taza de café, la bebió con deleite, sin despegar los ojos de la pantalla. Largos veinte minutos mediaron desde el instante que dejó de beber su café para tipear una vez más: ¿Estás allí? Y mágicamente, con ese despliegue frío de la tecnología, que sin embargo, ha logrado entronizarse en la sensibilidad de los seres de carne y hueso, tres palabras escritas en flamante Verdana aparecieron para traducir con su infinita majestad azul, un: "Te quiero demasiado"... que se quedó pegado en la pantalla como un beso arrojado al azar…

















Texto agregado el 05-04-2013, y leído por 213 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-04-2013 Da para todo amigo. Sólo que esta vez, no fue para Juan. Estupenda historia, y qué gran lección. Un abrazo. La disfruté. SOFIAMA
 
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