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La niña, hermosa y delicada, toca el violonchelo acomodada en un rinconcito de la acera. El voluminoso instrumento pareciera adquirir una etérea liviandad al influjo de las bellas notas que se desprenden de su caparazón lustroso. A sus pies, la chica ha extendido una pañoleta azul, sobre la que se van acumulando billetes y monedas que le deposita la gente al pasar.

Yo contemplo esta escena a unos cuantos pasos más allá. Me encanta estudiar las reacciones de las personas cuando ocurre un hecho inusitado como éste. Un tipo, ni viejo ni joven, se ha detenido a contemplar a la chica, más que a admirar la destreza de su ejecución. El hombre se aproxima unos pocos pasos más y se queda allí, a centímetros de la muchacha, mientras simula estar muy interesado en la melodía. Ella no parece incomodarse con la presencia del tipo y continúa en lo suyo.
-Dime linda, ¿qué instrumento es este que tocas?
La chica, sin detenerse en su ejecución, le responde que es un violonchelo.
-¡Ah! ¡Que bonito! –acota el hombre, mientras inspecciona a la muchacha, quien viste bluyines y una blusa sobria de manga larga. Se reconoce a las claras que ella no pretende destacarse por sus atuendos, ya que todo está al servicio de la música, que por lo poco que sé, la interpreta a las mil maravillas.

-¡Hum! –dice el tipo, que ya pienso que debe estar relamiéndose por dentro. -¿Tú eres concertista?
La chica, sin inmutarse y demostrando con ello una habilidad superlativa, le responde que estudia en la facultad de música, pero que en estos momentos ha congelado su ramo, por serios problemas económicos. El tipo frunce el ceño: -¡Que contrariedad! Es una verdadera lástima.
-Así es- responde la chica, sin que su instrumento desafine una nota.

-Esto podríamos solucionarlo. Sólo me gustaría que realizaras un concierto particular, en mi vivienda. Sucede que uno de mis hermanos contrae matrimonio en estos días y quisiera agasajarlo con algo tan fino y valorado como es la música.

-No realizo conciertos privados, señor- aclara la chica, mientras su arco cepilla con fruición un arpegio.
-¡Que pena! Pensaba pagarte muy bien!

La chica lo mira a los ojos. Al parecer, la oferta le ha interesado, ya que se ha detenido de súbito y trata de averiguar si el tipo no está bromeando.

-¿De cuánto estamos hablando? –pregunta ella.
-¿Qué te parecen unos dos millones de pesos por la velada?- contrapregunta el hombre.
Después de esto, el tipo se aproxima aún más a la joven y le murmura algo que desconozco.

Aquí ocurre lo que hizo valer la pena mi exhaustiva contemplación. La chica, ya no interpreta nada, sino que ase su instrumento a modo de arma y lo enarbola sobre la cabeza del hombre. Éste, sorprendido, emprende la retirada, ante la mirada curiosa de los transeúntes. La muchacha continúa con su concierto. Yo sonrío, hay tantos lobos sueltos en la ciudad…















Texto agregado el 24-04-2013, y leído por 246 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-04-2013 Muchos lobos miserables existen, amigo. Menos mal que nuestro lobo Sir Yar Galahad no es así. Te aseguro que él -como buen caballero- hubiese arrollado al hombre con su bicicross en defensa de la dama. Hermosa y muy aleccionadora historia. Me encantó Gui Dos. Lleva mi saludos al Gui Uno. Abrazotes. SOFIAMA
24-04-2013 Auuu (¿por qué siempre vas por multiplicao?). stracciatella
24-04-2013 y que bueno que la joven chelista supo y pudo resolver rápidamente la situación. Ella y su música seguramente lo merecen y valen mucho más que las ofertas de esos lobos sueltos en la ciudad… Shou
 
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