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EL GRAN MAESTRO


“Uno solo es su Maestro”
(Jesús)



El padre Waldo, que en sus andanzas misioneras trabajó en algunos países de América Latina contaba, al iniciar un retiro espiritual de los jóvenes de su parroquia, la siguiente anécdota:

- Cierta vez organizamos en nuestra parroquia de Charalá, en Colombia una Jornada para educadores. Ya íbamos a comenzar, cuando alguien llegó algo atrasado, y yo, después de saludarlo, cordialmente, le dije:
- Pase, maestro, ya vamos a empezar.
Y me respondió con soberbia:
- Yo no soy maestro. Soy profesor.
Yo disimulé una sonrisa irónica y repuse poniendo énfasis exagerado en su título:
- ¡Perdón!, pase, señor Profesor, que ya vamos a empezar.
Yo ignoraba que allá hacían distinción entre Profesores y Maestros, para distinguir a los que enseñan en Educación Media de los que lo hacen en Educación Básica.
No dije nada de esa distinción cultural durante la reunión, pero, recordé al profesor Jirafales y al Chavo del 8 cuando hacen el papel de los Dos Loquitos:
- Dígame, licenciado.
-Licenciado.
Y el otro, inflándose de placer exclama:
- ¡Gracias! ¡Muchas gracias!
Y en la oración final, leí una hermosa poesía de Gabriela Mistral sobre el Divino Maestro. Es decir, sobre Jesús, haciendo ver lo grandioso de ese título, que los asemeja a Jesús, El Maestro. Y dimos gracia a Dios por la sublime vocación de enseñar a la que todos allí habíamos sido llamados. No sé si algo se le limó el orgullo a ese “profesor”. Oré por él.

Comienzo con esta anécdota, porque hoy vamos a hablar sobre nuestro Maestro, sobre Dios. Y comenzaremos por el Antiguo Testamento.

Antiguamente, por largos años se transmitía un programa radial humorístico llamado “Hogar, dulce Hogar”. Entre los personajes, figuraba “el Maestro Chasquilla”, el que sabía hacer de todo un poco. Aquí en Chile empleamos mucho la palabra “maestro”. Así llamamos al carpintero a quien pedimos hacer una mesa para la cocina; al gásfiter que nos arregla las llaves del agua; al que nos arregla los zapatos o nos hace una ampliación en el patio. Todos son “maestros”.
Los masones llaman a Dios “el Gran Arquitecto”. Y tienen razón. Voy a empezar a hablarles de ese “Gran Arquitecto”, y lo haremos mirando el capítulo 1º del Génesis, que no se ha de tomar al pie de la letra, pues no resiste ningún análisis científico serio, sino que es un hermoso poema, y lo que interesa es su mensaje que, entre otros aspectos es mostrar el gran poder y magnificencia de Dios, que, con sabiduría, sustenta a todas las criaturas. Que sólo él es Dios y todo lo demás somos criaturas.
El padre les habló tan maravillosamente de la inmensidad del macro cosmos creado por Dios que los muchachos se entusiasmaron.

Pero, hubo más.
Hablarle a la juventud de Bach o Beethoven es como ofrecerles a comer ciruelas verdes o ya pasadas de maduras. ¡Puaj! En algunas regiones de Venezuela eso es música de difuntos, porque el carro funerario toca esas piezas musicales camino al cementerio.
Después de hablarles, puso un DVD con las partes más movidas de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, acompañado de visuales con hermosos paisajes. Contra lo pensable, quedaron extasiados. Luego, los hizo recitar con sentimiento el largo Salmo 104, alabando a Dios Creador. Y para terminar la primera charla, los envió a los jardines de la Casa de Retiro, con la tarea de admirar el microcosmos en cada flor o planta, y a dar gracias a Dios, el Gran Arquitecto, como lo llaman los masones.

Una hora después, todos volvieron al salón para la segunda meditación, en un ambiente de buena onda.
- Pero, Dios no es sólo un Gran Arquitecto, comenzó el padre Waldo. El
segundo capítulo del Génesis, que habla de la creación del hombre, tampoco hay que tomarlo al pie de la letra. Los primero relatos del Génesis son historias o mitos para dar, en lenguaje pre-moderno, mensajes de salvación a los hombres.

En este segundo capítulo se nos muestra a Dios como “El Gran Maestro Chasquilla”, pero de categoría Super Extra. Y lo digo con todo respeto, pues él, “parece” que sabe “de todo un poco”, como lo muestra este relato. Dios tiene muchos oficios. Mejor dicho, los tiene todos.

Para honra de Dios, el autor de este escrito pone a Dios como un Maestro Alfarero. Importante profesión de esa época, porque suministraba a la sociedad jarros y vasijas indispensables para guisar y guardar comidas o diversos objetos; para comer y, sobre todo, para tener agua a mano.
El Gran Maestro puso a funcionar sus dotes de Alfarero: creó una escultura de barro y con ella hizo la obra maestra entre las obras maestras de Dios: el hombre. Como lo hacía con gran dedicación, sopló parte de su propio espíritu a esa figura de barro dándole vida. Y dijo que lo hacía a su imagen y semejanza: con capacidad de razonar y crear, como él; con libertad, como él es libre; y con capacidad de amar, porque Dios es amor. Y para que dominara con sabiduría toda la creación y se sirviera de ella.

Luego, El Maestro Dios se transformó en Jardinero y Diseñador Ambiental: diseñó meticulosamente un maravilloso Paraíso, un Jardín de las Delicias, lleno de hermosos árboles frutales, de sombra y para leña, rodeado de ríos con agua abundante y clima excelente. Y lo dio como habitat al hombre que había creado.

Pero, algo parece que le falló al Maestro. El hombre se sentía solo. Entonces, el Maestro, como buen Zoólogo, creó a cuanto animal viviente ha existido o existirá, y los entregó al hombre para que le sirvieran de compañía y se sirviera de ellos.
Nuevamente El Gran Maestro pareció quedarse corto en su apreciación, porque el varón continuó sintiéndose solo. Los animales no eran una compañía adecuada o plenamente satisfactoria para él.

No eran equivocaciones o errores de cálculo. El autor escribió así este relato para señalar que Dios actúa con gran sabiduría: toda la creación es para el hombre: la tierra, sus productos y los animales; y que la mujer no estaba, como algunos pensaron o piensan a lo largo de la historia, a la simple altura de los animales, o sólo un poquito por encima de ellos.

El Gran Maestro actuó a continuación como un Gran Médico. Sublime misión que a veces se desvirtúa al ejercerse por mero afán lucrativo. Y lo hizo de una manera muy sutil.
Aprovechó que el hombre pasaba frente a una pradera de dormideras. Allí esa criatura divina se sintió cansada y se recostó sobre el mullido pasto, a la sombra de un árbol. Las dormideras, aplastadas por el cuerpo del hombre, despidieron su suave aroma que, aspirado por el hombre, lo hizo dormir. ¡Anestesista genial!
Mientras el solitario varón dormía plácidamente, el Gran Maestro se convirtió en Perfecto Cirujano. Abrió el costado del varón y le extrajo delicadamente una costilla de allí, cerquita del corazón. Y luego, lo suturó.
Y con esa costilla, como dice un Padre de la Iglesia, “no de los pies para que el varón no la creyera inferior a él, ni de la cabeza, para que no la considerara superior, sino cerca del corazón, para que la considerara su igual”, creó Dios como Gran Artífice y Genial Escultor, a la mujer, con su deslumbrante belleza.

Tiempo después, el varón aquel fue lentamente despertando de su profundo sopor. Descansado, mantuvo conscientemente sus ojos cerrados, para gozar del buen momento. Al fin, abrió los ojos.

Al comienzo creyó soñar: un hermoso rostro estaba reclinada junto a él observándolo. ¡No! No era el reflejo de su rostro sobre el agua, como tantas veces se había visto, porque ese reflejo estaba por sobre él. Además era algo, más bien dicho alguien, más bello que él mismo. Se sintió como si estuviera navegando sobre raudas nubes de primavera, de esas que llenan de figuras la imaginación humana; sitió como si el sol le sonriera y acariciara tiernamente todo su cuerpo; era como si… Veloces y múltiples pensamientos se atropellaron en su mente, como en una vor-vorágine indescriptible y placentera, que lo colmaba sobremanera. Adán, el hombre sacado de la tierra sintió que su corazón latía emocionado y hacía estremecerse todo su cuerpo, con sensaciones nunca antes experimentadas.
Pronto, pues era un ser pensante, se dio cuenta de que su anhelo de una compañía semejante a él estaba ahora allí, a su alcance. Tal como se lo había pedido a Dios. Se enderezó con elasticidad juvenil y plenitud de alegría, exclamando:
“Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos”. ¡Esta sí que es alguien igual que yo! Y nunca más sintió soledad.
¡Dios había instituido el matrimonio!

¡Y, como Gran Psicólogo, había creado a la par que la mujer, el enamoramiento, que hace tanto vibrar a los seres humanos!

Texto agregado el 29-04-2013, y leído por 328 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
03-05-2013 Que maravilla de reflexión, nos presenta a Dios como un gran creador lleno de amor y sabiduría, el génesis así lo presenta un gran arquitecto del universo, que bella manera de mostrarlo con tanto amor hacia nosotros sus hijos humanos azuliz
03-05-2013 Bien escrito Leugimav
02-05-2013 Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz son mis poetas místicos preferidos. De una manera sencilla hablan de Jesús, al igual que tú lo haces en tu ensayo. Gracias por ser escritor, incluso a los descreídos como yo nos llega tu mensaje. Felicidades. heraclitus
01-05-2013 Los hombres somos limitados, solo dios en su grandeza tiene sabiduría infinita. Saludos. Azel
01-05-2013 Me gusto, la pràctica hace al maestro, abrazos y estrellas NELSONMORE
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