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1.

Tortu.



Llámenme raro, incluso sería permisivo que me adjetivaran de extravagante.
Pero no a todas las personas con dos dedos de frente, por fuerza, han de gustarnos los animalitos (a las mascotas me refiero).

El caso es que mi vida siempre ha transcurrido bajo un orden sumamente metódico y ordenado, por tanto, el sólo planteamiento de adquirir, aceptar regalado, adoptar, cuidar prestado o incluso permanecer cercano más tiempo del estrictamente necesario en las cercanías de una de esas pequeñas bestias turba mi pensamiento, me sube la tensión y me produce tremendos ataques alérgicos a modo de estornudos, sarpullidos, toses y esputos que me amargan considerablemente la experiencia. Y aunque mi doctor lo describa meramente como puro ataque psicosomático, con una pizca más bien generosa de hipocondría, el que pasa verdaderamente el mal rato soy yo.

Ya desde niño, advirtiendo mis progenitores de esta rala aversión a los animales tan poco natural en los demás infantes, optaron por curarme de mis manías regalándome en la fecha de mi séptima onomástica un pequeño galápago de agua dulce, cuyo mayor cuidado era proporcionarle agua fresca de tanto en cuanto, un trozo generoso de lechuga y algunos bichitos - que ahora no recuerdo la especie - pero que me daba mucho asco tocar.
Pero mi primera impresión al recibir tan extraño regalo fue que mis padres se habían vuelto locos - o muy tacaños - por regalarme para mi cumpleaños una simple piedra verde sumergida en un recipiente estanco de agua maloliente.

Decidí otorgarles el beneficio de la duda deduciendo equivocadamente que su acto era algo meramente educativo y que algún fin concreto tendría para mí esa enseñanza, así que al rato, después de mucho cavilar extraje de mi bien ordenado estuche unas ceras multicolores y suponiendo que era un objeto para colorear comencé a pintar esa cosa con tonos diferentes por cada uno de los cuadraditos que conformaban su estructura.
Pero cual fue mi sorpresa cuando, de repente, a la piedra le salieron patas y cabeza con boca, propinándome tal susto que me costó numerosas posteriores pesadillas en las que incluso, en alguna mala noche, me llegué a hacer pis en la cama.
Cuando me calmé y fui correctamente informado de los cuidados del animalito me propuse seriamente llevar a cabo con diligencia su manutención y mantenimiento, que como dije antes no era asunto difícil; Pero esta tarea – quizás por mi patente falta de interés – se me hacia harto engorrosa y mi mente, entonces aún muy dispersa, hacía que pasaran largas temporadas sin atender lo mas mínimo a “Tortu”, que es el nombre tan poco imaginativo que le endosé al bicho.

Fue de pronto que un día recordé que había depositado a Tortu en la repisa de la ventana de mi cuarto con la sana intención de que le diera el sol y el aire, cosa beneficiosa sin duda, si no fuera por el detalle que eso ocurrió en Diciembre y ya íbamos para mediados de Julio.

Subí las escaleras a mi cuarto corriendo y temeroso por el destino de mi mascota, pero en el acto me tranquilicé al asomarme a la ventana y ver a la tortuguita con sus patitas extendidas y la pequeña cabeza expuesta al sol veraniego, flotando placidamente en su pequeño estanque de ridículas palmeritas artificiales.
Enseguida me sentí aliviado y, con gran sentimiento de culpa, la proveí de dos grandes trozos de lechuga – por si se me volvía a olvidar – y me marché silbando a hacer otras cosas, maravillándome mientras tanto de la capacidad y extraordinaria resistencia de aquellos pequeños animales.

El caso es que se acercaba la fecha de mi octavo cumpleaños y mi madre me preguntó solícita por si me hacía ilusión que me compraran como regalo una compañera o compañero para Tortu – ¡quien sabe a simple vista que sexo tienen las tortugas! –.¡..y entonces recordé espantado que seguía en la repisa de la ventana! En el acto pensé que mucho habría de haber economizado para que aún le durara la lechuga que le puse hacía ya cuatro meses.
Esta vez, ante mi gesto disimulado de completa indiferencia y mis vanos intentos de cambiar de tema preguntando pertinazmente por la merienda, algo sospechó mi progenitora e insistiendo en que la acompañara a mi cuarto me solicitó que le mostrara donde guardaba habitualmente el animalito, ya que cayó en la cuenta que tampoco recordaba donde estaba.

Subimos las escaleras pensando cada uno en nuestras cosas – supongo que mi madre en donde demonios guardaba la tortuga, y yo con el desanimo de recibir un regalo de cumpleaños desaprovechado con otra alimaña – y ya en la habitación nos acercamos al alféizar curiosos.
“¿Ves? Está aquí tan pancha, bien espatarrada y tranquilita tomando el sol...”-le dije ufano señalándola y ensayando mi mejor sonrisa.
“Está muerta...” – sentenció mi madre tocándola con un dedo, no sin antes apartar los podridos restos verdosos de lo que en su día fue lechuga.
“¿Como muerta...? ¡Pero...pero mírala!...- dije con exagerados aspavientos - ... ¡Si sólo está relajándose tomando al sol, con su cabecita extendida, flotando con sus patitas en el agua...!
“Está muerta, José Miguel...-dijo enojada agarrando el recipiente para llevárselo a la basura – No está relajada tomando el sol... ¿Que no ves que está tan reseca que ya ni tiene ojos?

“Ya me parecía a mi que se estaba muy quieta...-musité mirando al suelo como única excusa.

Esa misma semana, la de mi peor cumpleaños, pasaron dos cosas muy desagradables:

La primera, es que mi regalo fueron tres lotes de calzoncillos.
La segunda, es que me pusieron gafas porque se dieron cuenta que era miope.



Texto agregado el 26-05-2013, y leído por 248 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
29-05-2013 Se merece esos lentes por no ver a la pobre Tortu muerta. Me encanta el relato, voy al siguiente. Carmen-Valdes
27-05-2013 Intrigada hasta el final!!, y ami si me gusta el nombre de la tortuguita, Tortu, vaya tortura que se olviden de ella durante 4 meses. Buen texto Vigiá. Un saludo. sandalo
26-05-2013 Todo crimen tiene su castigo amigo mío ,consuélate que los calzoncillos no te quedaran pequeños y las gafas no fuesen de culo de botella . :D . autumn_cedar
26-05-2013 jajaja se me hace muy real este cuento, lo que me queda claro es que los padres de Jose no eran muy piolas a la hora de hacerle regalos********* pensamiento6
26-05-2013 Me rajé de la risa, Vigia... genial... sabiel
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