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le dije al hombre de al costado que dejara de hablar... no soportaba su tono... este me miró como sorprendido de ver a uno como yo y luego me dio un puñete en la cara... es feo sentirse golpeado y sentir que la sangre le chorrea por el rostro y las ropas... pero, a uno a quien ha sido maltratado siempre como que no le importa... me paré y ante el silencio y ante el asombro del hombre que me había pegado, salí de aquel bar... ya en la calle sentí la mirada de los pocos borrachos que quedaron a través de aquella sucia y quebrada ventana... miré sus sombras y caminé, dejando una estela de sangre por las calles... caminé hacia una casa donde había ruido, de esos que uno no puede tolerar... toqué la puerta y les pedí que no hicieran tanto ruido... una mujer muy grande, gorda y vestida de verde fosforescente, me dio un empujón y luego, me tiró un balde de agua podrida... allí estaba, tirado, ensangrentado y embadurnado de la húmeda porquería... risas y risas, luego, bulla y mas bulla... me paré como pude cuando vi a un niño que me miraba con piedad... ¿le ayudo señor?, me preguntó... si, por favor, respondí... ¿adónde le llevo?... llévame lejos, por favor... ¿dónde queda lejos?, preguntó... allí donde nadie grita ni te pegan ni te detestan... el niño me cogió del hombro y con una fuerza inverosímil, me cargó en sus brazos... caminaba y caminaba y yo sentía que estaba viajando al cielo... cerré los ojos y no quise volver a abrirlos nunca mas... la inocencia me llevaba a mi verdadero hogar y me sentía tan bien que no quise abrir los ojos jamás... de pronto el niño detuvo sus pasos... abre los ojos, me dijo, hemos llegado a tu hogar... abrí los ojos y vi una cama muy grande, llena de almohadas y en sus paredes libros y libros... mientras un piano de pared tocaba los nocturnos de Chopin... el niño me echó con mucho amor en aquella limpia cama y luego de quitarme la ropa, empezó a limpiarme toda la sangre y suciedad... me puso ropas muy blancas y luego me cubrió con una manta muy delicada y abrigadora... me sentí tan bien, que tuve un deseo... apenas lo tuve el niño cogió uno de los libros y empezó a leerlos para mí, al compas de los nocturnos... no quise saber quién era el autor ni el título de la novela, tan solo me dejé llevar y llevar... viajé tan lejos con mi imaginación que sentí la vida como una flor abierta con infinitos pétalos, destilando un perfume muy delicado... era el perfume de la paz...

Texto agregado el 12-07-2013, y leído por 144 visitantes. (0 votos)


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