Me escondí tras un muro. No deseaba verle. Era mi hermano mayor. No le veía por muchos años. Su rostro no había envejecido, parecía ser el de un muchacho de 20 años, pero en verdad mi hermano tendría más de sesenta. Le vi caminar lento hasta llegar a un parque. Le vi mirar las aves y las personas. Los niños y sus padres. Le vi cerrar los ojos cuando el brillo del Sol le alumbró como a una estrella. Me sentí contento de verle feliz y en paz. Era mi único hermano.
Mi vida no fue importante. Siempre fui de lo peor. Estuve en la guerra. Me casé y tuve un solo hijo que se fue apenas su madre murió, y eso fue cuando recién cumplía los quince años. Se fue y nunca jamás volvió. No lo busqué nunca. No le quise. A la única persona que amé fue a mi hermano mayor, el único que tuve. Y le quise porque fue muy especial conmigo. Cuando me pegaba con sus manos o un palo de beisbol, lo hacía riendo, parecía ser que disfrutaba. Mientras mi pobre cuerpo se volvía negro de tantas magulladas. Si no fuera por mi madre, me hubiese matado. Pero en mi corazón, le amaba.
Se fue luego de haber golpeado a mamá, dejándola tirada con el cráneo partido en tres. Le buscaron y buscaron, pero nunca supe si lo encontraron. Me llevaron a un asilo donde los muchachos son duros, así como mi hermano. Por ello fue que siempre le recordaba cuando me regalaban sus duras golpizas.
Luego de tener la mayoría de edad e irme a la guerra y volver con el cuerpo hecho puré, me casé. Mi cuerpo volvió a caminar, a vivir… Y mi rostro volvió a sonreír, pero siempre que recordaba a mi hermano, me transformaba y golpeaba a mi mujer y luego a mi único hijo. Hasta que ambos se fueron de mi lado.
Y allí está mi hermano, con el mismo rostro que tuvo cuando se fue. Le miro y siento que debo hablarle. Dejo mi escondite y me acerco lentamente, no deseo interrumpirle. De pronto, cuando estoy a unos pasos, mi hermano se para y me mira a la cara muy tranquilo. Ya tengo sesenta años y el más, pero qué joven se le ve, como si tuviera veinte. Se me acerca y yo empiezo a llorar sin parar. Nada puede contener este llanto de amor y de soledad, nada, tan solo él, pero, noto que me toca la cabeza. Me levanto como puedo. Me ayuda un poco y cuando estamos frente a frente, me abraza dulcemente, luego, se da media vuelta y le veo que empieza a caminar más y más hasta desaparecer entre los cielos…
No entiendo si es un sueño, una alucinación, pero qué bien me ha hecho volverle a ver. Siento que mi hermano siempre me quiso, a pesar de estar loco. Vuelvo a mi hogar de ancianos y ya dentro, en una cama pequeña y dura, siento que la vida ha sido más dura conmigo, hasta el día de hoy...