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Pequeño Gorrión

Llevaba 4 meses en esas islas alejadas de la mano de Dios, Antonio González de García, era un soldado recio, pero la humedad de la lluvia constante lo tenía melancólico hace varios días.

Los hombres a su cargo estaban cansados y el tedio los hacia pelearse y beber en exceso el Muday licor echo a base de maiz que los indígenas les proporcionaban a cambio de alguna que otra vitualla que aún les quedaba en sus despensas. Al principio todo se había presentado como una gran aventura, la lucha con los indios de Arauco se veía lejana desde que estaban aquí, les habían encomendado servir de guardia a los misioneros que debían emprender la evangelización entre los indios Chonos que habitaban entre los pocos españoles que habían llegado tan al sur y al mismo tiempo dar consuelo espiritual a los valientes que se habían atrevido a colonizar las islas.

Antonio era un hombre duro, violento algunas veces, dejó su tierra en España porque era la única alternativa que le quedaba, debía purgar una condena por asesinato, no era un hombre malo, sólo se había dejado llevar por las circunstancias, una absurda borrachera que le había sacado lo peor de sus instintos y lo alejaron de su patria y de su esposa, recuerdos que prefería ahogar y que no mencionaba a nadie. Había hecho carrera en América, le habían ascendido a Capitán después de muchas batallas.

Esa mañana no era muy diferente a las otras en estos últimos meses, juntó a sus hombres y se fue a hacer el recorrido por la isla, en uno de los rincones más alejado al que le daba mucho desgano ir, pero decidió que lo visitarían ese día, subieron a sus monturas y comenzaron el viaje que duraría un par de días.

Se llamaba Chincol, como esa avecita parecida a los gorriones, había llegado sólo hace unos días desde otra isla, se vieron a los ojos y Antonio se perdió en esa mirada para siempre, volvió cien veces, mil veces quizás, hasta que logró que ella lo aceptara, la amó como nunca pensó que se podía amar y ella, una india pequeña, morena, frágil muy diferente a sus congéneres bastante más gruesas, se enamoró de este español de aspecto poderoso y con perfil de Dios. Lo mantuvieron en secreto, si los altos mandos o el representante de la iglesia se enteraban, Antonio estaría en pecado y sería llevado de nuevo a cumplir su condena, mientras que su frágil gorrión sería condenada por su pueblo y por los altivos españoles.

La guerra de Arauco se acrecentó en esos días y los soldados debieron volver a la realidad que no querían, Antonio se despidió de su pequeño gorrión y le prometió que volvería en cuanto pudiera, se comprometieron ante la madre tierra frente al mar y las estrellas que ese amor perduraría eternamente.

Ella joven e inocente lo esperaba cada vez que el barco de las provisiones llegaba a la pequeña costa dela isla, pasaron meses que luego fueron años, sin atreverse a preguntar demasiado por el temor a las represalias, sus amigas trataban de hacerla entender que el no volvería, pero ella tenía fe en el amor que él le había profesado, pero el español no regresaba.

El hijo de ambos ya tenía tres años para cuando el grupo de soldados volvió. Pero Antonio ya no estaba solo, su esposa había viajado desde España. Ella por el gran amor que le tenía había vendido todo para ir a encontrarse con él. Por su gran labor en las últimas escaramuzas en la guerra con los indios, Antonio fue enviado como gobernador de las últimas posesiones en el sur de Chile. Estaba nervioso, él sabía que ella lo esperaba desde hace tres años.

La novedad del nuevo Gobernador de las islas llegó también a oídos de Chincol, la india comprendió que todo había sido una mentira. Tomó a su hijo y se presentó en casa del español, pero sólo encontró a su mujer que sorprendida por la altivez de la nativa, no pudo más que creerle, pues el pequeño niño era la imagen de Antonio. La india la miró con rabia y despecho, pero supo en cuanto vio a la bella española que no podría competir con ella, abrazó a su hijo, lo besó en la frente y lo dejó en manos de la doña que la entendió sin que mediaran palabras y salió de allí perdiéndose en la espesura hacia la playa.

Antonio enfrentó la ira de su mujer en un silencio lleno de culpa y dignidad, observó a su primogénito con dulzura, agradecido de la naturaleza que a través de la indígena le había regalado lo que a través de su hermosa esposa le había sido vedado y salió a la espesura en su busca

Llegó tarde… la hermosa niña yacía muerta en medio de las miradas acusadoras de su pueblo, la habían bajado del nogal del que se había colgado para dar fin a su vida y a aquel amor que le había roto el corazón. Antonio lloró su culpa mientras besaba los pies de su pequeño gorrión amado, pidiendo perdón a los Dioses de ambos.

Texto agregado el 07-08-2013, y leído por 263 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
29-10-2013 Hermoso y tierno!!!!*****+ alpha_y_omega
08-09-2013 Da toda la impresión de haber sido una historia real. Excelente!***** MujerDiosa
11-08-2013 Muy linda historia. Mérito tuyo también aventurarte en un relato enmarcado en la historia de tu país. Te salió muy bien. biyu
09-08-2013 Bonita historia. **** sugonal
09-08-2013 conmovedora historia. la narracion exelente. jaeltete
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