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Esta mañana algo pasó. No tuve un solo sueño. Desperté y sentí que no había diferencias entre la realidad y los sueños. Pensé en la muerte. Imágenes de parientes iban y venían. Uno de ellos fue mi padre. No lo conocí bien pero tan solo sabía que estaba por allí. Recuerdo visitarle, preguntarle el porqué me dejó. Su respuesta no me llamó la atención. No lo sé, me dijo. Y ahora estaba allí, frente a mí, parado, con sus lentes ahumados y sus escasos cabellos crespos y esa nariz de cóndor… Su risa era burlona. La de esas personas que se saben superiores. Un muchacho luego de esa respuesta se queda en blanco, como si jamás hubiera nacido. Le vi seguir laborando en su oficina y no pude caminar. Me dijo si tenía hambre. Le dije que no, que muchas gracias… Le di las gracias por su atención y me fui. Nunca lo volví a ver, ni siquiera supe si había muerto. Y ahora estaba frente a mí. Cómo te va, le dije. Gesticuló una sonrisa y me dijo que bien. Cómo es allá… Es diferente, pero me gustaría volver hablar contigo. Bueno, si gustas, podemos hablar… Volvió a sonreír y me dijo que la vida es maravillosa, hasta los errores son aciertos… No debería sentirme solo, pues siempre hay alguien a mi lado… A tu madre jamás la quise, tan solo estuvimos juntos, como si fuéramos dos animalillos… Creo que jamás aprendí a querer… ¿Y a mí?, le pregunté. No te pude conocer… Creo que me hubiera gustado hacerlo, pero uno cuando vive está ocupado en otras cosas sin sentido que en la verdadera razón de la existencia… La vida es para amar... No lo olvides, es para eso… Gracias, le dije, me hubiera gustado escucharlo la vez en que estuvimos juntos… Ciertamente, siempre hemos estado juntos, pero no nos damos cuenta hasta que soltamos la cuerda invisible de la perfección… ¿Y cuál es aquella cuerda?, pregunté… La respiración, respondió, y luego, empezó a desvanecerse como una sombra entre todas las manchas preciosas de la pared… Y allí estaba yo, sintiendo el calor de la respiración en mi cuerpo… La divinidad tiene sus formas para explicarse, entendí…
Serían las doce del medio día y aún no había probado bocado cuando escuché la voz de la señora que limpia el cuarto dos veces por semana. Entra chica, le dije… Ella entró y mi alma empezó a volver a mis ojos… Olvidé la muerte y los sueños y todo… Frente a mis ojos había una hermosa mujer, caminando con una escoba en las manos, y, como yo, respiraba, respiraba la misma perfección por todo su ser…

Texto agregado el 19-08-2013, y leído por 153 visitantes. (0 votos)


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