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Signos

El ruido del teléfono le martirizó los sesos a las 2 de la madrugada, después de la juerga del día anterior, ese ruido le pareció el peor suplicio que podía existir en la vida, pero no podía darse el gusto de no ir, su amigo Jorge Montes de la Policía Civil, siempre solicitaba su ayuda cuando había problemas difíciles de resolver y él le debía varios favores. Así que se duchó rápidamente y mientras se vestía sorbió un café bien negro, mientras su mente viajaba hasta el día anterior en su recorrido por los bares del puerto, se sonrió al recordar el buen vino y la música, junto a su primo Rogelio y a su amigo Genaro de visita por estos días en Valparaíso. - a propósito - pensó - les dejaré una nota.

Emeterio Sandoval se había jubilado de la Armada hace unos pocos años, su desempeño en inteligencia desde que salió de la escuela lo destacó siempre por su agudeza y capacidad de análisis, cuando había que seguir pistas o resolver enigmas él era el hombre elegido, veinte años mirando debajo del agua, hurgando, desenmascarando, había visto muchas cosas que prefería olvidar y otras que deseaba en el fondo de su corazón no haber vivido.

En una de sus múltiples misiones, debió vivir en China por un largo periodo, producto de sus actividades había conocido a la que sería su mujer por 5 años, ella una viuda de nombre Akiko, que como su nombre , desplegaba cierta melancolía de otoño a su paso, tenía una niña de 6 años en ese entonces llamada Cho . Las amó sin culpa, sin temor, hasta que las circunstancias que los habían unido y el misterio que sólo él conocía, salió a la luz en el momento menos indicado, ella lo descubrió un día gris en el invierno de 2008. Entonces salieron de su vida sin dejar rastro. Tampoco intentó buscarlas, todo el amor que sentía no servían de nada, habiendo sido él que por circunstancias ajenas a su voluntad, había dado muerte al marido de Akiko y padre de Cho. Un par de meses más tarde el volvió al Puerto de Valparaíso, luego vino la Jubilación y nunca más supo de ellas. Sentía que no tenía derecho a buscarlas, no tenía culpa por la muerte de aquel hombre, era un traficante de armas, estaba mejor muerto, pero ellas, eran inocentes y el nunca les dijo quien era.

Bordeó la costa hasta el Muelle Barón, donde lo esperaban, el sector estaba acordonado, - hay demasiada vigilancia - pensó… apagó el motor de su viejo Chevrolet y como siempre hacía desde que ellas no estaban, acarició las tres monedas chinas que ambos llevaban encima como un signo de su amor y se dirigió al lugar del crimen.

- Te llamé querido amigo, porque quizás tú me puedas ayudar con estas extrañas pistas, el hombre que está muerto no tiene identificación, sus huellas están quemadas y al parecer fue envenenado. Ya están analizando su ADN pero el resultado tardará un poco como sabes, así es que necesito que le eches una miradita por si se te ocurre algo, antes que llegue el juez y ordene levantar el cuerpo.

Emeterio sonrió a su amigo y sin decir nada, como era su costumbre, lo siguió hasta el lugar. Destapó el cadáver, los focos que habían instalado los forenses iluminaban varios metros alrededor, dio un respingo al ver al hombre muerto, sobre la palma de una de sus manos abierta y rígida una moneda china, como las que él tenía en su bolsillo, la reconoció de inmediato, porque tenía talladas en el canto los caracteres chinos que el tan bien conocía: una A y una E.

- ¿Qué pasa amigo, lo conoces?

Emeterio suspiró como si esto se lo esperara
- Si Montes, el pertenecía a mi equipo, estuvimos en una misión en China hace unos años.

- ¿Qué significa la moneda?

- Creo que es una venganza


- Amigo Sandoval, éste es el segundo cuerpo, el otro lo encontramos ayer y tiene las mismas características, ¿Cuántos eran los miembros de tu equipo?

- Éramos tres… y creo que yo soy el próximo…

- ¿Pero por qué?

- Por las monedas …
Metió la mano a su bolsillo, sacando las tres monedas talladas y anudadas a una cinta roja, con los símbolos que una vez fueron amor y que hoy eran odio y venganza. Le explicó a grandes rasgos lo que había pasado en China, le habló de Akiko, de Cho y de su esposo Li Ching.

El Comisario Montes quiso ponerle resguardo, pero Emeterio comprendió que ya era tarde, que el veneno ya estaba actuando en él también, quizás en la comida en el restorán el día anterior cuando andaba de juerga… así que sólo se fue a su casa.

Recostado en su cama comenzó a sentir los estertores de la dolorosa muerte, pero no tenía miedo las punzadas en todo su cuerpo las recibía en purga por todas sus culpas.

Entonces la vio parada en el dintel de la puerta de su dormitorio, la pequeña niña ya era una mujer y había venido a vengar la muerte de su padre. Se acercó a él con un rictus de odio en su boca y en sus ojos la frialdad de un asesino profesional, le tomó las manos con unos dedos fríos como tenazas y le quemó las yemas con un pequeño soplete portátil, Emeterio ya casi rígido por el veneno, balbuceó el nombre de Akiko y la ahora hermosa Cho sólo dijo

- Se suicidó por tu culpa maldito, a los dos días que nos fuimos de tu casa, esto es todo lo que me queda de ella…

Y con furia satisfecha dejó caer la última moneda sobre la mano abierta que aún humeaba.

Texto agregado el 09-09-2013, y leído por 198 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-09-2013 Qué bellos trabajos logras, Carmencita, felicito tu arte. Un abrazo. gsap
10-09-2013 un policial interesante, misterio, suspenso, lo tiene todo. jaeltete
 
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