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Me dijo que me entendía, y que me quería como a un hermano, con la cara tranquila, echó una sonrisa, él era muy macho, más que cualquier muchachillo del rubro.
Traté de no soltar ni un poco de debilidad, ya que como él, tenía que ser un macho, le di una palmada y tratando de hacer que el tiempo muera con la charla le pregunté si se acordaba cuando teníamos 10 años y doña Pepa nos invitaba los jugos de guanábana con leche, y sus riquísimas empanadas de carne por terminar de limpiar su patio; claro que lo hacíamos con gusto, pues a su nieta le gustaba bañarse al intemperie y después, poco a poco se bañó con nosotros, -esas inocencias de pueblo- me decía. O cuando hicimos nuestro primer trabajo, siempre juntos, lo nerviosos que estábamos, lo tontos que fuimos, y lloramos y bebimos y derrochamos la vida esa noche después de nuestro primer triunfo.
Me miraba y me decía, que le daba mucho gusto que fuese yo el que lo acompañe, no le hubiese gustado que un crío que no se sabe ni limpiarse los mocos lo acompañe en tan importante evento. No supe que decirle, solo empecé a decirle que el negocio decayó y ya no había la gente de antes, los compadres que si sabían trabajar y ser amigos, o en cómo la gente nos miraba en estos tiempos, y demás cosas que hacían más corto el camino hacia casa.
Hubo un silencio, de esos que no se soporta, y después me dijo: -lástima que haya sido ella que provoque esto- yo le dije que no pensara en eso, que eran “maricadas”, sonrió y camino un poco más lento, ya estábamos cerca , y dijo un poco dudoso: -y si…- antes de que diga alguna barbaridad le dije que sabía las reglas, se dio cuenta de su error y volvió a tener el mismo semblante de macho y siguió caminando al mismo ritmo de antes. Como admiraba a ese hombre.
Entramos a la casa y los retratos de ella estaban por todos lados, los miró con la resignación de que todo lo perdido, perdido está. Tomo dos vasos y abrió el Johnnie Walker que Ella le regaló en su cumpleaños. –Por lo menos ella hizo algo bien- y nos bebimos el trago, como si fuera un pedazo de piedra, no me entraba nada por la garganta.
El silencio era mucho más doloroso que antes y ya estaba oscureciendo, nos miramos fijamente, él me dijo con la seriedad que nunca se veía en su cara: - tu eres mi amigo, mi hermano, cuida a mis hijos, que no lo sepan nunca, y por favor no te olvides mi mamacita que ya está cucha, terminemos con esto.- se levantó de la mesa se tomó el ultimo sorbo del vaso y fue hacia el sofá que está en penumbra por la temprana noche, se sentó y solo escuché el balbuceo de un “cuando quieras”.
Tomé el arma y le disparé lo más rápido que pude, sabía que si lo hacía con unas palabras de despedida, nunca lo haría.
Le disparé en el pecho, como él quiso, no le hubiese gustado que su cara se deforme y no se pueda mostrar en el ataúd, limpie el arma, mis huellas, salí de la casa de mi amigo lo más silenciosamente que pude, llamé al jefe y le informe que el esposo de la soplona también estaba limpio.

El Mesiaz

Texto agregado el 02-10-2013, y leído por 420 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
31-07-2014 Muy buena tu forma de relatar el cuento... ***** eRRe
31-07-2014 :O santo cielo, inesperado final :D pero muy bueno :D mineth
29-10-2013 Excelente relato!! Me imaginé varias cosas, pero nunca ésta! ***** Romie
25-10-2013 Un relato impecable glori
19-10-2013 Hacía tiempo que no pasaba por tus letras y hoy al hacerlo sigo pensando que escribes lindo. Este cuento es la prueba.Realmente impresionante.Como para darle una segunda lectura... Me encantó***** Victoria 6236013
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