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Inicio / Cuenteros Locales / Canon / III.2 - Sin título (Cuento Colectivo)

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(01) En el verano del 79, Rosa y yo nos amábamos. Era los tiempos que Paul Richard sonaba en las radios. Un año después vino la guerra y tuve que partir. Nunca prometí que regresaría, ella tampoco prometió que me iba a esperar.

Fue un martes, lo recuerdo muy bien: ella acomodaba algunos cuadros y yo escribía, la miraba. A veces preguntaba cosas y respondía. Me habló de la guerra y se puso seria, no pregunto sobre nosotros, sabe que no me gustan las obviedades.
-Ojalá el arte fuera posible sin guerra -dijo.

Le conté que anoche había terminado de escribir un cuento, que tenía un poco de ella. A Rosa no le gustó, me acusó de ser repetitivo y muy rebuscado, excepto con una frase final: "El sueño de los amantes es morir juntos".

Me encantaba cuando Rosa podía morir mil veces con sólo palabras. Esa es la razón por la que escribo; es que ella lee y lee mucho. A Rosa no podría escribirle porquerías...

A finales de mes, me enlistaron en el ejército de manera obligatoria. No tuve tiempo de avisar a Rosa.

(02) O si. Con su motor encendido, el avión me esperaba. Al subir la escalera, un hombre me aguardaba. Llevaba una camisa naranja y su pelo era pelirrojo. Me pidió el billete, se lo di; sacó su mano derecha y lo cogió. Sus dedos eran muy largos, extremadamente finos. Me miró

-Está bien, su asiento le espera.

(03) En la cabina, un frío cubículo gris me esperaba. El encierro era nefasto y la acumulación de aire rancio hacía que mi rostro buscara cada vez con más premura el pañuelo, ese fino género albo con blondas que un día Rosa me regaló. Era suave como sus senos y perfumado como el aliento de su voz. ¡Cuánto anhelaba tenerla en esos momentos!

(04) Me reclutaron siendo joven e inexperto en esas lides. Era un romántico que quería cambiar el mundo. Me sometí a una formación militar, aprendí a manejar armas y explosivos. Mi conocimiento del árabe y francés hizo que me destinaran como enlace a Marruecos. “Matar es fácil”, era mi máxima.

(05) Pero, aunque destaqué entre los demás por mi precisión y mi frialdad, y durante el día me pavoneaba por ahí con mi uniforme y mi creciente número de galones en los hombros, cuando caía la noche y el silencio me envolvía con su soledad, mi mente se tornaba un laberinto tortuoso. Era una época en la que todavía era muy humano, y aún me doblegaban sentimientos como la culpa o la añoranza. Las horas destinadas al sueño eran eternas cuando no lograba dormir, y el recuerdo de Rosa fue mi única compañía durante aquellos largos insomnios...

(06) A veces pienso que el insomnio era voluntario. Me encantaba disfrutar de la compañía de Rosa de forma imaginaría. La veía en su mecedora leyendo sus libros. Recuerdo que en una ocasión me dijo:

_ Amor, a tí que tanto te gusta escribir, me tomé la libertad de inscribirte en un curso de taller de literatura. Sé que allí aprenderás mucho...

No respondí. Creo que ya estaba harta de revisar mis escritos. La verdad es que no había concurso de narrativa o lírica en el que yo no participara. Su opinión y correcciones eran importantes para mí.

Siento mucho frío y esta guerra no tiene para cuando terminar...

Siento mucho frío

(07) Una noche, en mi insomnio voluntario, escribí (mentalmente, claro) un cuento para que Rosa lo leyera, y por fin me admirara.

Cada vez la necesitaba más. Añoraba su presencia, ansiaba respirar el aroma de su cuerpo y me arrepientí mil veces por las cosas que no le dije.

Creí que ese cuento que imaginé con mi corazón, bastaría para que, cuando nos reencontráramos, me volviera a amar, si es que la distancia había mermado su amor.

Aquella mañana salí temprano con dos compañeros a una recorrida de observación. Esperaba que ese cuento se mantuviera en mi memoria para escribirlo después en algún lado.

(08) Eran las cinco de la mañana, Mohamed, Said, y yo viajamos con destino a la plaza para vigilar el puesto número 12 de la plaza DJeema el Fna. Habíamos tenido un “soplo” de que se estaba cociendo algo importante. Me desplacé sigilosamente por el tejado con mi rifle de mira telescópica. Desde allí podía observar la entrada principal y las inmediaciones. Mi mano firme no temblaría si tenía que disparar. Los compañeros me llamaban en broma 007, en honor al famoso agente de su majestad, la reina de Gran Bretaña.

(09) Comencé desmembrando las calles con visiones demenciales para poder saber cómo moverme con sutileza cuando fuera el momento preciso. Arrastré mi sombra con suavidad por los laberintos de la cuidad formando un mapa mental preciso. Todo debía estar medido como un reloj acompasado y febril. Era necesario para mantener el destino...

(10) Esperamos varios minutos. El sol llegó al cenit, donde parecía haberse recargado de energía, como si hubiera sido enchufado a un puto cargador cósmico de luz y calor. A lo lejos planeaban unos pájaros desgarbados en busca de alguna lagartija sobre ese poblacho miserable, donde unos cuantos niños rapados asomaban sus caras agrias por los callejones antes de escabullirse de nuevo como si fueran roedores.

Tenía la vista sobre un punto fijo: un tipo del almacén de dátiles donde nos informaron que se escondían los terroristas a los que les seguíamos la pista. No obstante, lo único que vi salir fue a un viejo encorvado y feo como djiin, y varias mujeres envueltas en trapos y con los rostros escondidos por los hiyab… no sé por qué imaginé sus facciones tan apetecibles como las de los camellos…

Volteé hacia el auto abollado donde aguardan Mohamed y Said tras otros vehículos con estrías de óxido y láminas cacarizas. Mohamed apoyaba la mejilla en la mano tendinosa. Su rostro de pelos hirsutos no mostraba ninguna emoción, lo cual no era raro en él, a quien no recordaba haber visto sonreír ni una vez; al contrario que Said, cuyas facciones de peluquero etíope cedían de inmediato a las convulsiones de la risa en situaciones normales.

(11) Así pasaron las horas, y las manijas del reloj parecían hierros calientes mientras cada gota de sudor se deslizaba por mi piel. Éramos sólo mi rifle y yo, aguardando movimientos y soportando todos los reflejos.

De pronto apareciste tú, mi Rosa. En ese oasis fuiste un suave viento. Me miraste mientras recogías con tu pañuelo suave la humedad de mi rostro, y en ella una lágrima de emoción, mientras me decías que leíste y te gustó mucho el cuento que te escribí la antenoche en mi insomnio. Faltaban segundos para acariciar tus labios, cuando una imprudente gota de transpiración corrió por mi frente, haciendo que parpadeara y así se diluyera tan excelsa imagen, quedando el silencio, el almacén sin movimientos, y el auto abollado....

(12) El calor era insoportable y estaba haciendo que tuviera alucinaciones. Pero eran tan reconfortantes, que, aunque estaba de servicio y sabía que tenía que prestar atención, me permití volver a perderme en mis ensoñaciones y recuperar la visión de mi amada junto a mí. Lo que no esperaba era rescatar un recuerdo, y no un espejismo…

(13) Una leve sonrisa suya y mis manos se extendieron, tiernas, a su rostro… en ese preciso instante, evoqué la noche cruenta del fin. Una explosión rompió la negrura con una luminosidad que lastimó nuestros ojos...Cayó sobre mi por la fuerza de las ondas expansivas con los ojos muy abiertos y los labios entreabiertos.

-Calme mon amour, calme...

Se desplomó pesadamente sobre mi pecho y al tomarla por los hombros percibí un leve quejido que se apagaba con la oscuridad: una esquirla de granada la había alcanzado gravemente...

-¡Dieu, Dieu!! Rosa… mon amour... mon amour...

(14) "Ne c,est pas posible! ¡Mon Die!” Las palabras salieron en mi lengua materna. En un segundo, el horror se dibujó ante mí como en una película a cámara lenta. Era una pesadilla que me perseguía: el fallecimiento de Rosa en mis brazos en otra misión. Olvidar, sólo quería olvidar… y por más que lo intentaba, siempre terminaba escribiendo para ella en mis noches de insomnio. Rosa, era agente doble cuando nos conocimos hace diez años. Nunca pensé que la vería morir así.

Volví a la realidad, estaba en la ciudad de Marrakech... Y con la mirada telescópica del rifle fui testigo de la explosión en cadena.

(15) Vi cómo volaban varios autos cual saltamontes violentos, hasta llegar al nuestro, que venturosamente sólo fue alcanzado por la onda expansiva. Mis compañeros apenas y fueron zarandeados. Incluso escuché las maldiciones terribles de Mohamed hacia la estirpe completa de los sunnitas, mientras que Sahid también expulsaba hiladas de improperios terribles como sapos con herpes…

Incrusté nuevamente el ojo en la mira telescópica de mi arma y desvié la vista hacia el almacén de dátiles, descubriendo que las supuestas viejas se desprendían de los velos, evidenciando unos rostros barbados con cicatrices como ciempiés.

“Fils de pute!”, mascullé tratando de concentrarme en apuntar, pero los segundos en que aplaqué los latidos de mi corazón bastaron para que los hombres escaparan en un auto apostado junto a un tenderete de tapices donde un viejo lloriqueaba espantado, con las manos como sarmientos oprimiéndose las sienes.

A la distancia, muy lejos, se escuchó la voz del almuédano incrustado en el minarete, recordando, como hacía siglos, la unicidad y perfección de Allah…

(16) Habíamos fallado la misión por mi causa, por mi incapacidad de concentración. Desde el incidente en que perdí a Rosa, siempre tenía la cabeza en otro lugar, evocando nuestra tragedia y tejiendo historias… Pero en ese momento no podía presentarme ante mis compañeros con semejante excusa. Así que, en lugar de ir hasta el punto de encuentro, me desvié hasta la taberna de mala muerte donde los días libres hacíamos gala de todos nuestros vicios.

(17) La mujer había extraído mi miembro con manos temblorosas y ahora lo introducía con torpeza en su boca, rozando el glande con los dientes.

Dejé de fumar, haciendo un gesto de incomodidad, y maldije los malos servicios del enano a quien tildábamos “Ptah”, incapaz de conseguirme una puta de oficio para quitarme el mal sabor del fiasco de la tarde, cuando se nos escaparon los terroristas.

Me disponía a despedir a la mujer cuando una andanada de placer me volvió a tumbar sobre el sillón.

“¡Demontres! ¿Cómo aprendiste tan rápido, princesa?”, dije mientras ella me abría la bata, acariciándome el pecho con sus dedos de uñas maltratadas color berenjena.

(18) Entonces, antes de que me diera cuenta, sacó una pistola que tenía guardada vaya uno a saber dónde y apoyó el frío cañón en mi esternón.

-¿Princesa? ¡Más bien tu muerte, hijo de p...-

Dicen que el último sentido que perdemos cuando morimos es el oído. Ahora sé que es mentira, porque no llegué a escuchar lo que me dijo esa cabrona que el enano (compinchado con el grupo terrorista) había mandado para acabar conmigo. Supongo que, si algún día mis compañeros encuentran mi cadáver, me devolverán a casa. Y si no, supongo que está bien de todas maneras. Al menos, ya no tendré que preocuparme por el insomnio...

Quizás no escuché nada, pero lo último que cruzó mi mente fue el final de esa historia que le escribí a Rosa cuando aún estábamos juntos, y que fue lo único que le gustó de cuanto escribí: "El sueño de los amantes es morir juntos".

No hemos muerto juntos, pero espero encontrarte del otro lado...





Participantes:
(01) Collectivesoul (02) Orejudo (03) Nonon (04, 08 & 14) Audina (05) Ikálinen (06) Pithusa (07) Zumm (09) Atanasio (10, 15 & 17) Gatócteles (11) Krizna22 (12, 16 & 18) Canon (13) Perseoescritor

Título: …
(¿propuestas?)



Texto agregado el 20-04-2014, y leído por 167 visitantes. (0 votos)


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