TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / Gatocteles / Aliens

[C:541223]

I
El descubrimiento científico más descabellado tuvo como protagonista a un faraón apócrifo: “El Carnero Divino” y “Señor del Sol Declinante” Aposathón.

Ocurrió cuando unos arqueólogos lo exhumaron en una zona marginada del Valle de los Reyes y encontraron cuatro extraños escarabajos planos y resecos imbricados entre las vendas.

Los insectos extraordinarios revelaron a los entomólogos la nueva especie de bichos “Papyrus vorax” o “Devoradores de Papiro”, pues los pequeños organismos momificados parecían en verdad fragmentos de celulosa con patas.

Pero eso nada más sería el inicio de los hechos que al paso de las semanas convertirían al evento arqueológico en un secreto de Estado, pues un científico tuvo la ocurrencia de escudriñar el ADN del espécimen y se quedó sin habla al dar con una secuencia de nucleótidos estruturados mediante “radiación encapsulada”.

Después vendría el trabajo de egiptólogos renombrados y especialistas en decodificación, quienes luego de semanas de una labor exhaustiva entregaron un informe desquiciado a los norteamericanos, que para esos momentos ya tenían plena potestad en el reducto del museo del Cairo donde se confinara la momia de Aposathón.

Lo que hallaron los hombres de rostros maltrechos eran fragmentos ignotos de “El Libro para salir al día” o “Libro de los muertos” Peri Em Heru, ”escritos” en los nucleótidos de los escarabajos.

De modo que los altos mandos de la NASA y la CIA oyeron hablar de alabanzas a Ptah y Osiris que los egiptólogos equiparaban con fragmentos acoplados de Shakespeare en el Quijote.

La pregunta que revoloteó en aquel equipo inmerso en ese misterio no se relacionó con filología o lingüística y semántica, sino con un hecho elemental: ¿Quién carámbanos había convertido a los Papyrus vorax en libros orgánicos con tecnología imposible incluso en pleno siglo XXI?


Un punto luminoso se detuvo sobre las poderosas moles del valle de Gizeh en la madrugada del año 1,147 a.C. Dentro varios seres de cuerpos endebles y cerebros poderosos sonreían entre sí al escuchar un mensaje desde la dimensión temporal enquistada en el siglo XXI, donde les informaban del éxito de su primer manifestación ante una humanidad a la que debían estudiar.

II
El primer extraterrestre no fue un Homo Bicefalus o un Cerebropodo, sino un vil insecto. Lo encontró el robot octópodo “Aracnium”, cuyo costo de millones de euros y dos décadas de trabajo al fin parecieron justificados para la “Sociedad Astral Mundial Total” SAMT que lo envió.

El bicho en cuestión fue hallado a pocos metros del sitio donde Aracnium desplegó sus patas hidráulicas poco después de quitarse los globos que lo recubrieron en su caída ingrata en la luna Jápeto de Saturno.

Lo que pocos entendieron fue el pasmo de huestes completas de científicos al distinguir por primera vez el rostro fofo del animalillo que avergonzaría a un entomólogo ante la prestancia lerda de un pinacate.

El asunto fue que en cuestión de minutos los ordenadores y celulares del mundo civilizado ya escrutaban cada artejo del ejemplar a quien se nombró “Sam”, tal vez por su profunda docilidad ante Aracnium, cuyos apéndices prensores no batallaron mucho para sujetarlo del tronco jorobado.

Ahora se sabe que Sam no es necesariamente color chocolate, pues los tonos de su lomo gafo cambian según sus estados anímicos, ya que pasa del rojo iracundo al verde medroso con suma facilidad.

Sam dispone de trece patas, de las cuales una se ha designado “posible apéndice reproductor” para lidiar con el número ominoso que asedió a los astrólogos de Mesopotamia.

Los ojos de la creatura se conforman de cientos de granitos iridiscentes, y de sus palpos subsumidos gotea un ácido que a la postre resultaría letal para Aracnium.


Hoy se conocen las causas de que Aracnium diera con sus extremidades y cuerpo devastados sobre el terreno hostil de Jápeto ante la quietud serena de Sam: fue debido a que no detectó sobre sí las decenas de congéneres del insecto perverso que sirvió de cebo para que los demás se valieran del recurso de su invisibilidad y le soltaran corrosivas lamidas ácidas que nada tendrían qué pedirle a los chorros mortíferos expulsados en la nave Nostromo por el perturbador Alien cuyo rostro exudaba maldad.

III
El espécimen alienígena no era orgánico, pues desde el punto de vista humano ningún ser viviente se conformaba de los metales que lo constituían.

Tampoco tenía ninguna semejanza con la especie Homo, ya que parecía un saltamontes aplanado como aquellos peces horripilantes que deambulan por el fondo de los mares con los ojos minúsculos incrustados en cualquier parte.

Fue descubierto por dos cazadores intuidos por Chagall en la parte más candente del Halagadth: “el desierto de la Sofocación”.

Sin embargo pasarían algunos días para que el rumor del supuesto “dios Halagg” anegara los oídos de unos turistas británicos bien pertrechados para el safari.

Bastaron pocas horas para que la noticia se difundiera por Internet y de ahí al servicio de inteligencia inglés. De manera que al día siguiente se excluyó del área a los viles mortales, y el ser fue aislado en una cámara aséptica donde lo escrutó una turba de científicos con atuendos sellados.

La creatura tenía el tamaño de un Dragón de Komodo, y parecía mascullar palabras que sólo se distinguieron como tales gracias a unos artilugios que enviaron las frecuencias de onda a un ordenador, donde se escuchó la increíble letanía de raigambre matemática.

Sin embargo lo más impresionante fue cuando el ser bautizado ya como Halagg soltó dos gotas ámbar de los ojos planos cual monedas translúcidas.

El misterio del ente creció al hallarse un cráter con residuos de aleaciones imposibles a varios kilómetros, pues se dedujo que Halagg debió arrastrarse un buen trecho antes de aquietarse en el punto donde colapsó las mentes de sus descubridores.

Lo que nadie intuyó fue que el supuesto robot en realidad era un tipo de armazón autómata entre cuyos intersticios moleculares se dispersaba el flujo de conciencia de lo que se podría denominar “un extraterrestre”: el remanente orgánico como cucharada de caviar que se imbricaba en el reducto encéfalo de Halagg, y que en sentido estricto resultaba el cerebro poderosamente especializado del ejemplar que podría considerarse como “Pura Conciencia” apenas adherida a la materia.

Y otra cosa: el supuesto llanto era un flujo residual surgido cuando el auténtico Halagg afianzó las hebras de su Entidad Energética para percatarse de las criaturas primitivas que lo husmeaban sin saber que en algunos instantes sus mentes serían inoculadas con la transmisión infrarroja de su obsceno material genético.

Texto agregado el 01-05-2014, y leído por 224 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
02-05-2014 Me entusiasma esa forma de vida que insinuas que se dispara de la escasa materia orgánica ubicada en los oquedades moleculares de los metales. Y me gusta porque normalmente se busca que la vida en otros mundos sea similar a la que conocemos. De tu calidad y estilo para escribir se aprende y disfruta. Un abrazo. umbrio
01-05-2014 Auuuuu !!!! Que bárbaro Gustavo, la cantidad de información que inoculaste en mi mente es pavorosa... ji ji ji. Sin mencionar la brillantez en la escritura -que es tu sello personal-, me quedo con el universo que creaste.. de hecho te robare varias ideas... ehhhh... ji ji ji Cinco aullidos alienigenas yar
01-05-2014 Interesante cuento. siemprearena
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]