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Inicio / Cuenteros Locales / vsusse / Persecución (Parte 6)

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Andrea caminaba por un centro comercial muy lentamente. Miraba la vidriera de una joyería. Le gustaban unos pendientes expuestos con finos diamantes. Jugando con su reflejo. Observó la seguridad y desistió de entrar. Continuó su camino observando a un hombre de traje en el cajero, una mujer detrás de él dijo algunas palabras y también desistió por la compañía. No tenía buenas oportunidades de conseguir nada, o quizás era su malestar continuo que no la dejaba pensar con optimismo.
-¡¡Andi!! –escuchó una voz conocida detrás de ella y se dio la vuelta. -¡¡Andi!!
Era Lili. Una prostituta que solía charlar con ella cuando se encontraban en algún boliche, siempre y cuando Lili no encontrara clientes y se divertían un poco juntas.
-Lili. –dijo yendo a su encuentro, apresurándose, como si ella fuera a escapar al verla.
-Te vez terrible. –dijo Lili tomando un sorbo de gaseosa en el McDonald del shopping. –¿porqué no vas a ver a Silvestre? Te puede decir que podés tomar para la tos.
-Estás loca. Silvestre es un veterinario.
-Y qué, es lo mismo. A mí me sacó la… -señaló a su entrepierna. –es bueno para eso. –aseguró asintiendo repetidamente.
-Ya se me va a pasar. Es un refrío, nada más. –tosía nuevamente.
-Parece más que eso. –insistió. –comprá unos antibióticos.
-No puedo, no pude hacer nada anoche y hoy se me está complicando mucho. Si me sale algo mal, no quiero correr. -Eso me hace toser más.
-Te presto. Ahora me está por llegar un cliente que quería verme acá y tengo algo en la casa.
-No, no me gusta pedir prestado Lili, no soy así. –colocó su mano sobre la de ella, cuando notó que Lili metía su mano en su bolso.
-Sí, pero les sacas las billeteras. –sonreía esperando una respuesta.
-No. –tosió dos o tres veces más. –te dije que no voy a hacer lo que haces vos. Yo no sé cómo haces eso. Yo no podría, no tengo estomago para eso.
-Tenés mucho que podrías aprovechar. Sos fina, bonita y los hombres te miran. Te envidio. Ojala tuviera tu cuerpo y tus ojos. Realmente me encantan. –Andrea sonrió un tanto avergonzada por el cumplido de su amiga.
-Creo que tu cliente te está buscando. –dijo señalando a un hombre que miraba hacia todos lados. Lili miró.
-¡Hay si! Es él. –se levanto con prisa. –nos vemos cariño.

Andrea continuó vagando por los pasajes del centro comercial por un tiempo más hasta que decidió que ya era demasiado. Su cuerpo volvía a sentirse pesado. Deseaba haber podido poner en marcha el Chevy, pero el auto no quiso arrancar. Lo dejó oculto dentro de un galpón que sabía que estaba en desuso hacia tiempo. Pensaba que le podría servir en algún momento.

Iván regreso por su información. Esta vez, Apache no corrió.
-¿Y? –preguntó Iván. Apache miró a Salas detrás de él.
-Viejo, no me gusta tu amigo. Vos sabes que yo te consigo lo que quieras, pero no me agrada. –Iván miró hacia atrás por un instante, notando el nerviosismo de Apache con su presencia.
-A mí tampoco, pero no me queda otra. Mi jefe quiere que trabaje con él. –agachó su mirada. -¿tenés algo? Lo necesito rápido. Hay alguien más atrás de ella, no sé si me entendés.
-Ya sé viejo. Por eso te digo que no me agrada. Esto es todo muy raro. –meneaba su cabeza de un lado al otro. –no me gusta nada, hermano. Están haciendo correr la voz de que hay una recompensa por ella. No sé qué habrá hecho pa´ que la busquen así. –Apache sacó un papel doblado de su bolsillo y se lo entregó a Iván. –te respeto viejo, pero creo que te estás metiendo en algo grande. –Apache dio pasos hacia atrás sin dejar de ver a Salas. –cuidate la espalda, viejo.
Iván abrió de a poco el papel sin comprender del todo lo que Apache le había querido decir. Se sumó Salas mirando lo que tenía el papel. La fotocopia de los trazos de un dibujante, puso en evidencia, concretamente el rostro de Andrea. Debajo, el nombre y su descripción: “Andrea, “Andi” Ricart, cerca de 35 años, morocha, estatura media. Se busca con urgencia. Se ofrecen 25.000 pesos de recompensa.”
-Quiere decir que no sabe dónde está. –dijo Salas sonriendo con sarcasmo. –parece que tu chica se desapareció. Debe haber encontrado la plata. –afirmó con seguridad.
Iván volvió a doblar el papel rápidamente y lo guardó en su bolsillo trasero.
-No tenemos nada.

Andrea subía al subte sintiéndose cada vez peor. La tos la abandonaba solo por momentos, regresando cada vez con más fuerza. El botín de ésa tarde no era suficiente, apenas podía comprar algo y acompañarlo con un té. Bajó del subte y subió a la superficie. Un par de sujetos la vieron pasar, murmuraron algo. Ella continuó. Las calles se ponían cada vez más y más oscuras y silenciosas. En cuanto dobló la esquina, encontró a tres sujetos bebiendo cerveza. Nunca había visto a nadie hacer eso por ésos lados, era un barrio tranquilo durante la noche. Se dirigió con incomodidad, directamente hacia esos tres tipos que en el momento en el que la vieron, se quedaron en silencio mirándola. Sutilmente cambio de rumbo hacia un lado de la vereda pensando en cruzar de lado evitando provocar algo en esos hombres. Ella solo deseaba llegar a su departamento, darse un baño caliente y acostarse con la esperanza de perder la tos. En el momento en el que su pie tocó el asfalto de la calle, los sujetos caminaron lentamente hacia ella. En el momento en el que Andrea notó que ellos se acercaban a ella, se quitó los zapatos en un instante y se echó a correr en sentido contrario a ellos, sin la esperanza de poder perderlos, solo buscó la manera de ir hacia algún lugar con gente y eso sería la avenida principal, a solo tres cuadras de allí. Corrió, corrió y corrió todo lo más rápido que podía mientras escuchaba por detrás, los pasos estrepitosos de ésos sujetos que la seguían sin detenerse. El pánico se apoderó de ella, solo la llevaba a correr, corría por su vida, corría por su integridad logrando alcanzar la avenida casi sin aliento. Miró a ambos lados antes de saber hacia dónde seguir y un rápido vistazo le dijo que aun estaban detrás de ella. Tomó hacia la derecha, esperando que en la plaza pudiera encontrar a alguien que pudiera ahuyentar a esos sujetos. Siempre había alguien allí paseando a su perro, parejas que buscaban algo de aventuras o algún corredor nocturno.
Corrió por la vereda primero pasando por comercios que ya habían cerrado. –unos cuantos metros más. –se decía a sí misma. Alcanzó la plaza, solo debía cruzar la calle y se sentiría a salvo nuevamente. Tomó el camino más corto hacia ella y en diagonal, y cruzó sin mirar, sin detenerse a esperar al semáforo, solo la plaza frente a ella. Una bocina, el chirrido de unos neumáticos frenando en el asfalto y un golpe final frenaron su carrera hacia la plaza a solo cuatro metros de llegar. Sus ojos se cerraron mirando lo poco que le había faltado. Alguien que se agachó junto a ella.

Texto agregado el 16-06-2014, y leído por 55 visitantes. (0 votos)


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