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Inicio / Cuenteros Locales / Raramuri / ENTRE LA PIEDRA Y EL ARCOIRIS (CAPÍTULOS XI-DIVERGENCIA Y XII-HUIDA, SOFOCO Y OBSCURIDAD)

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CAPÍTULOS XI Y XII DEL CUENTO LA PIEDRA Y EL ARCOIRIS.


XI-DIVERGENCIA

Los pasos hacen caminos divergentes, ninguno lleva a la vereda de los otros. Como pedazos de materia arrojada a la deriva después de una explosión, los tres salieron disparados con rumbos diferentes y no se percataron de ello hasta que recorrieron un tramo considerable. Y es que no era para menos, el miedo hizo de catapulta llevándoles lejos sin reparar en los demás, cada uno supuso haber corrido hacia donde lo hicieron los compañeros. Cuando se huye de lo inesperado no hay elaborada una hoja de ruta.
Darío y José se lanzaron al monte crecido alrededor de la vereda pero en direcciones opuestas, y desorientados, salieron despavoridos sin virar las caras. Corren y las correosas ramas castigan sus cuerpos como látigos con fuerza proporcional a la velocidad de sus pasos; los brazos, haciendo las veces de una espada sin filo pretenden cortarlas de un solo golpe sin conseguirlo. Con miradas perdidas, sus pies en carrera desesperada aplastan la hierba y abren brecha nueva en el monte mientras el miedo hace la propia en sus pechos.

Como Jorge se había adelantado separándose varios metros, no supo para donde jalaron, lo único que se le ocurrió en ese momento fue regresar hasta el camino esperando que ellos también regresaran, pero su cabeza daba vueltas como estar subido al volantín del parque, nada más que aquí él no tiene el control para detenerse.
Pretendiendo correr en esas condiciones uno de sus pies tropezó con el otro, y al intentar erguirse, un tirón de sumo fuerte lo derribó de nuevo cayendo sobre su espalda. Los ojos volviéndose dos grandes esferas no atinaron a entender lo que estaba sucediendo, hubiera preferido descifrarlo con los ojos, pero éstos carentes de discernimiento dejan esa tarea al cerebro, ellos son meros transcriptores de la luz que le permite mirar. Se asombraron pues de no ver lo que debían para que la mente consciente lo explicara. Por su parte, esa mente, de conciencia dudosa, se negó a saber nada.
Quedó tendido un momento. El mareo cedió para dar paso a una extraña sensación de pesadez que le impidió levantarse, como si algo o alguien lo mantuviera allí pegado al piso. Cerró los ojos sumergiéndose en la oscuridad interna que seguro prefería, frente a la extraña realidad exterior que lo abrazaba sin dejarse comprender.

El cielo palidamente iluminado en la agonía del día deja algo de visibilidad para que los pies sepan dónde pisar, así que José avanzando rápido llega a un claro del terreno y se detiene. Se silencian por ello sus pasos y ahí mismo se entera que no van más pasos tras los suyos. Sobrecogido por su soledad silba con fuerza pero no encuentra réplica, silba de nuevo girando la cabeza en la dirección contraria y la respuesta es nada más el silencio. Lo que sí contempla estremeciéndose es la rapidez con la que negras nubes lo acechan.
Darío no está en mejor situación, después de un rato y con el corazón en la mano, vuelve la cabeza de vez en vez con la esperanza de atisbar a sus amigos o al menos escuchar sus pisadas, pero sin detenerse pierde atención al camino que se complica porque comenzó a subir ligeramente una pendiente pues se ha ido encaramado a las faldas del cerro sin saberlo.

Jorge se ha levantado de un salto, después de reponerse de lo que consideró un desmayo, y volvió a correr, esta vez la desesperación lo guía porque su cuerpo bajo el engaño del cerebro embotado revive la sensación funesta de antes, cuando creyó, y ahora lo asegura, haber sido derribado por alguna fuerza invisible.


XII-HUIDA, SOFOCO Y OBSCURIDAD
(CONTINUACIÓN)

El tiempo transcurre en pequeños saltos acelerados. Apenas un momento antes, los últimos rayos del sol poniente pintaban el camino que con rapidez pasa bajo los pies de Jorge, ahora el gris predomina, un gris que a punto y será negro. Un ínfimo salto más del tiempo y la noche se desparramará plena, entrando en cada grieta, tomando cada piedra, haciendo suyos los pasos, la respiración y los latidos.
El corazón ya no es la bomba hidráulica que en la escuela le dijeron a Jorge que era, es ahora de otro tipo, una que está por estallar…

Aquella carrera, que parecía no tener fin, se vio interrumpida abruptamente. Fue alzado en vilo, los pies se elevaron rozando la hierba y desearon tener ganchos para trabarse en ella o ser manos para cogerla como quizás deba hacerse con la crin cuando se cabalga sobre un caballo desbocado. Jorge habría preferido seguir aferrado al camino restregando su piel contra el terreno. ¡Que importaba ahora! Mejor eso que sentir el desamparo absoluto al saberse arrojado hacia el vacío.

¿Qué era todo aquello?
Otra vez esa necia pregunta y de nuevo la respuesta muda. Lo que fuera, lo mantenía en el aire y seguro nada bueno vendría, pensaba con la desesperación del que espera lo peor ¿Lo peor? ¿Qué es lo peor?
Las palabras saltaron de su boca como súplica lastimera mientras su cuerpo era aventado o jalado, no podía definirse con seguridad si tiraban de él o lo empujaban. Las fuerzas que lo tenían, invisibles, poderosas, lo zarandeaban como a un trapo arrancado del tendedero. Era tan frágil, tan indefenso… ¿Qué sería mejor, entregarse a la tierra o al viento?

Aquel pensamiento no podía ser más inoperante en el caso de Darío. Él no tenía opción, de hecho ninguno la tenía, pero en su situación particular, esa incógnita nacida en una mente anudada carecía de sentido. La tierra se lo tragaba. La dificultad respiratoria amenazaba su lucidez y su vida. En la desesperación extrema pataleaba con la pierna que colgaba dentro del hoyo consiguiendo hundir más su cuerpo. El tiempo era una liga que parecía estirarse tanto, se volvía tan lento y a la vez exasperadamente largo que Darío podía jurar que estaba echando raíces.
Después, de súbito, una vertiginosa presión negativa debajo de él aspiró con fuerza suficiente para jalarlo al interior, como si alguien al otro extremo hubiera usado ese orificio como un popote en el acto de succión del líquido contenido en un envase de refresco. Parecía desplazarse por el tobogán en la casa de los espantos. Mientras caía envuelto por la negrura más absoluta, imaginaba que de las paredes saldrían esperpentos ansiosos por saborear carne tierna.

Poco duraron las formas amenazantes silueteadas en las paredes de la cueva, la lámpara perdió su fuerza, la luz se fue de ella abandonándole también a él. Las sombras crecieron tanto que terminaron por tragarlo todo. Sin luz, los ojos de José no servían, su lugar lo ocupó el oído, sentido siempre tan especial que ahora la necesidad lo reclamaba multiplicado.
No se dio cuenta cómo llegó hasta allí, a esa cueva de actitud incierta. Seguramente pretendió guarecerse durante el momento de más furia en que el vendaval soltó todo lo que cargaba, y minutos del tamaño de las horas vieron lanzar implacables ráfagas de lluvia y viento fortísimo. ¿Y la manga de lona? Hasta ese momento reparó en ella, pero ya para qué, de nada le servía ahora que estaba dentro de ese sitio abrumador. Ya no había lluvia, pero había miedo y lo mojaba igual, solo que con la menuda diferencia de que la humedad surgía desde su propio cuerpo.
Presentía algo más. Allá, muy al fondo, su cerebro registraba una onda desconocida apenas perceptible por su sensibilidad auditiva, un ruido penetrante y persistente que José con testaruda actitud intentó descifrar sin conseguirlo.

Un pestañeo. Uno más. Ahora anda como autómata guiado quizás por el sonido aquel. Balbucea algo y por ello no es comprensible lo que dice. Habla con alguien o habla consigo mismo. No se sabe pero avanza como si supiera dónde ir poniendo los pies. Lo cierto es que José parece no ser José, es ahora un desconocido atrapado en su cuerpo, o lo desconocido atrapó su cuerpo, quien puede decirlo. Todo sigue apagado, obstinadamente oscuro, y él parece…, no..., ya no aparenta… ¡él es colmo de aquella oscuridad!

Texto agregado el 11-08-2014, y leído por 117 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
29-08-2014 Dos capítulos con una perfecta secuencia, la desesperación ante lo desconocido, aderezado por la oscuridad acechante. Parece preludio de algo aterrorizante... veremos. Cinco aullidos secuenciales yar
11-08-2014 Leído, pero haré el comentario en el capítulo final de la obra. Un abrazo. SOFIAMA
 
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