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Después de tres días de temporal, cuando todo estuvo en calma, aquel grupo de pescadores caminaba con el claroscuro de la madrugada por la playa solitaria. Iban casi en silencio, sólo se comunicaban con monosílabos, frases cortas coloquiales y algunos gestos que los identificaban como pobladores de las costas del sureste mexicano.

Llevaban a cuestas sus aperos de pesca junto con sus miserias físicas, morales y económicas, así como la esperanza revestida de ansiedad por arrebatarle al mar el alimento y sustento de vida. Encabezaban el grupo Jacinto, Melitón y el Tuerto en hermético silencio, tras de ellos Tobías y Pedro, quienes de vez en vez detenían el paso para compartir el contenido de una botella de tequila. Entre sorbo y sorbo a la bebida manifestaban su quejumbre por la vida de privaciones que llevaban.
— ¿Cómo sigue tu mujer? — Preguntó Pedro.
— ¡Rete mala!— Dijo Tobías, apurando un trago de la bebida para luego exhalar un prolongado suspiro.
— ¡Se me muere, seguro!— Remató lapidario el curtido pescador haciendo un gesto de resignación y lanzando el envase de licor vacío.

Pedro movió la cabeza con pesadumbre y apuró el paso para alcanzar a los que iban delante y dejar a Tobías a solas con su tristeza. Éste aminoró el paso y continuó cabizbajo, a pesar de los golpes que le había propinado la vida nunca se sintió tan desolado e impotente, buscó en lo más profundo de su ánimo la fortaleza suficiente para soportar el gran dolor que le causaba la inminente muerte de su mujer.

Entonces Carmelo, Venancio y Juan que venían un poco más atrás alcanzaron y rebasaron a Tobías que ni regresó a verlos, evitando con ello que los compañeros se dieran cuenta de las lágrimas que no pudo contener.

—Si nos va bien con la pesca ayudaremos a este compa— Dijo Carmelo.

— ¡Está bien pues! — Contestaron los otros dos al unísono, como si se hubieran puesto de acuerdo.

A medida que se acercaban a sus embarcaciones la brisa y el rumor de las olas los fueron envolviendo como un encanto que se había iniciado desde que eran niños y acompañaban a sus padres en las faenas del mar, tan pródigo en otros tiempos con aquellos seres .

A la vista de las embarcaciones varadas en la playa el grupo apuró el paso y se hizo compacto, la rutina de tantos días de pesca era quien les indicaba qué es lo se debía hacer desde aquel momento. Sin casi verse cada uno emprendió la actividad que le correspondía.

El Tuerto y Pedro colocaron dentro de una de las dos embarcaciones los aperos de pesca que utilizarían en aquella ocasión, junto con algo de alimento y agua para la jornada de trabajo. Melitón y Venancio revisaron a conciencia las redes, arpones, sedales, cuerdas y carnada de las dos embarcaciones. Carmelo y Juan esperaban a que estuviera terminada esa parte de la rutina para quitar los troncos de palmera puestos para atrancar los botes y evitar que la marea se los llevara mar adentro. Mientras que Jacinto y Tobías se dirigieron a la segunda embarcación para abastecerla de todo lo necesario. Cuando Tobías llegó a la parte más oscura del lugar para iniciar su labor, vio aquel cuerpo de mujer tirado sobre la arena cubierta hasta los ojos del mismo elemento.

Un grito de espanto y asombro salió de su garganta recién lubricada con tequila: ¡Una sirena, una sirena! Los otros dejaron lo que hacían y linterna en mano acudieron para ver qué pasaba. Las luces de las linternas coincidieron en aquel cuerpo de mujer completamente desnudo ante los ojos casi desorbitados de los pescadores. ¡Era bellísima!, cuerpo níveo, pelo rubio, largo hasta la cintura, facciones finas y boca sensual, no era una sirena, era una mujer arrojada por el mar en aquella playa la noche de tormenta. Estaba inconsciente y apenas respiraba. Los hombres, quedaron paralizados por la sensual visión. Sucedió entonces el primer milagro a decir de los lugareños: El Tuerto tuvo una gran erección, cosa que no sucedía desde diez años atrás en que le extirparon la próstata.

Recuperados un tanto del asombro, los pescadores decidieron llevar en andas a la mujer que llegó del mar a un sitio donde fuera atendida, en medio del sincretismo natural de quienes nada tienen y lo buscan en cualquier lugar, decidieron llevarla a la iglesia. Fue todo el grupo de pescadores, aunque el Tuerto se rezagó debido a la erección que le impedía correr.

Cuando llegaron al pequeño poblado costero se armó el escándalo. El sacerdote del lugar empezó a limpiar con una esponja y agua bendita —por si las dudas— el cuerpo inerte de la desconocida, a medida que avanzaba en su tarea se ponía tembloroso y empezó a bizquear y escurrirle baba por la comisura de los labios. Algunas mujeres del poblado continuaron con la tarea porque el padrecito de plano se fue de bruces y casi pierde el sentido porque le bajó la presión arterial de forma drástica a causa de aquella hermosa visión que iba develando de a poco con la esponja.

Mientras alguna mujer caritativa daba a oler alcohol a la desconocida y otras estaban por terminar de limpiar aquel sensual cuerpo desmayado, otra mujer se aproximó al grupo, traía entre sus manos una sábana blanca, olorosa a lavanda y almidonada. Era Renata la mujer de Tobías, quien avisada que su marido había regresado a la iglesia con una mujer desnuda entre los brazos, dejó su lecho de muerte, buscó la sábana que usaría como mortaja y fue a ver qué era lo que pasaba, había resuelto obsequiar la sábana a quien la quisiera, porque ella no se pensaba morir en mucho tiempo. Lo que iba a ser mortaja sirvió para cubrir decentemente el cuerpo inanimado de aquella hermosa mujer. La gente del lugar empezó a cuchichear y dictaminaron de inmediato, ¡Milagro! ¡Renata está curada!

Jacinto reunió a sus compañeros de faena y decidieron hacerse a la mar. ¡Otro milagro!, regresaron con las embarcaciones a punto de zozobrar debido a la cantidad de peces que capturaron ese día.

Empezaba a oscurecer y no se decidía en qué lugar pasaría la noche aquella mujer, que recuperado el sentido se había refugiado en un mutismo inexpugnable. En casa de Pedro, Carmelo y Juan no era posible porque estaban solteros, el Tuerto era viudo y ya no confiaban mucho en él —por aquello de la gran erección— A la mujer de Tobías ni se lo preguntaron, no se trataba que fuera a recaer en sus males. Venancio vivía con una putita del mini burdel del lugar, tampoco era opción y Melitón de plano no quiso saber nada de eso. Decidieron que se quedara aquella noche en casa de Gertruditas la viuda y que otras mujeres velaran el sueño de la desconocida a quien empezaban a llamar Marina, por aquello de haber sido arrojada por el mar.

Con el nuevo día, muy temprano llegaron al poblado varios vehículos policiales y otros con periodistas, buscaban en la costa sobrevivientes de un naufragio que había sucedido mar adentro unos días antes. Al enterarse del rescate de la mujer desconocida acudieron de inmediato donde estaba recuperándose. Revisaron la lista de los desaparecidos en el accidente de mar, constataron las fotografías proporcionadas por los familiares de los ocupantes del yate siniestrado con aquella enigmática mujer, nada, ella no era parte de quienes viajaban en la embarcación accidentada.

Un periodista se interesó en el caso y siguió investigando en otros desastres ocurridos con anterioridad en aquella porción del Océano Pacífico, sus pesquisas continuaron mientras la hermosa mujer que llegó del mar se quedó a vivir entre aquella gente que la había rescatado y cuidado con tanto esmero.

Los pobladores estaban felices, había tanta pesca desde su llegada, que ahora era una flotilla de siete embarcaciones las que realizaban aquella labor. Habían conseguido financiamiento para establecer una pequeña empacadora y frigorífica. Marina, como decidió llamarla la gente del pueblo, se paseaba por sus playas y calles llenas de polvo, a su paso el trino de las aves se multiplicaba y por las noches cuando caminaba por la blanca arena que una vez fue su único ropaje, la luna llena la contemplaba y la seguía un enorme cortejo de luciérnagas y una gran cantidad de grillos que salían quien sabe de dónde y grillaban a su paso, luciérnagas y grillos seguían a la mujer a cierta distancia, cuando se acercaban demasiado a ella caían fulminados por una extraña fuerza sobrenatural.

El tiempo inexorable siguió su curso, había transcurrido casi un año desde la llegada de Marina al pueblo de pescadores. Los lugareños decidieron hacer un gran festejo para conmemorar tan especial acontecimiento, se organizaron, se distribuyeron comisiones de trabajo para tan magno evento y todos, sin excepción, aceptaron gustosos la tarea que les había sido encomendada. Hasta Renata, la mujer de Tobías, quien ya aceptaba de buena gana la presencia de Marina en los alrededores de su vivienda, siempre y cuando la hermosa mujer no se aproximara mucho a sus geranios y retamas, pues estos se marchitaban cuando Marina estaba muy cerca de ellos.

Mientras en una ciudad lejana de aquel poblado, un periodista persistente en su trabajo y confiado en su instinto profesional seguía investigando sobre aquel asunto de Marina y su origen. Faltaban tres días para el gran festejo, al que el periodista fue invitado por los lugareños, porque Marina nunca habló con nadie, desde su llegada se hacía entender por señas, siempre cobijada por su hermosa sonrisa.

Aquella madrugada, el periodista al revisar la hemeroteca de un diario que se publicaba a cientos de kilómetros del lugar donde arribó Marina, se encontró con una noticia de once años atrás que lo dejó helado por la sorpresa y con el ánimo acongojado. De prisa preparó el viaje y muy temprano se puso en marcha desoyendo su instinto de conservación, pues esa misma mañana los centros meteorológicos de varios países vecinos anunciaban la proximidad de un huracán de grandes proporciones que azotaría con fuerza descomunal las costas de varios países.

Por la tarde, el periodista conducía un automóvil alquilado rumbo al poblado donde estaba Marina, iba bajo la lluvia y con ráfagas de viento considerables que zarandeaban el vehículo, quería informar a todo el pueblo y a Marina el resultado de sus pesquisas. A medida que se aproximaba al lugar, la lluvia y el viento arreciaron considerablemente, a pesar del camino enlodado, del aguacero que se dejó venir y del huracán que estaba tocando tierra y de no ser conveniente conducir a alta velocidad, el periodista lejos de aminorar la marcha, pisó el acelerador y al tomar una pequeña curva vio venir por la parte lateral contraria a su trayecto a una hermosa mujer completamente desnuda que le sonreía con sensualidad, ante tal visión, el periodista desatendió por un instante el camino, perdió el control del vehículo y se precipitó al vacío para quedar muerto en el percance. No pudo llegar al poblado para dar la información tan valiosa que llevaba.

En el pueblo todo era como de locura, la fuerza de la naturaleza expresada en ráfagas de viento de gran intensidad levantaba los techos de las viviendas, lo mismo que enceres del hogar y animales de granja. La mayoría de los habitantes se refugiaron en la iglesia, otros se quedaron en sus casas confiando en la bondad del Creador. Tobías y su mujer Renata discutieron si quedarse en su casa o irse a la iglesia, la mujer fue contundente:

— Yo me quedo, no moriré en mucho tiempo, porque regalé mi propia mortaja—

Tobías fue práctico, en la iglesia Dios tendría que cuidar a muchas personas, quien protegía a Renata seguro no le molestaría cuidar a alguien más. Abrazó con ternura a su mujer y entonces escucharon en medio del estruendo de la tormenta y del viento, el canto de cientos de pájaros y el grillar lastimero de otros tantos grillos, se asomaron por un resquicio de la ventana y vieron a Marina completamente desnuda, encaminarse hacia la playa en medio de un cortejo de grillos y pájaros. El viento de pronto arrebataba del entorno de la mujer algunos de los animalitos que la acompañaban y los estrellaba con violencia contra las paredes de las casas o bien los levantaba a considerable altura y caían estrepitosamente sobre los techos de las viviendas de los pescadores.

Tobías, en un último intento quiso salir a proteger a Marina, su mujer lo sujetó con fuerza y él se dejó llevar. —Déjala, vuelve al lugar de donde vino—

—Marina ha cumplido su misión entre nosotros— Le dijo la mujer.

Tres días después, pasada la fuerza del meteoro, quienes rescataron el cuerpo destrozado del periodista no se percataron que a unos metros de donde yacía, se encontraba una fotocopia de la primera plana de un diario de once años atrás, en donde todavía se podía leer lo siguiente: “…las autoridades no encuentran explicación de la extraña desaparición de la acaudalada dama de sociedad Marina Sotomayor y Samperio, desaparecida durante la travesía que realizaba en uno de los yates de su propiedad, la principal línea de investigación apunta hacia el suicidio…”
Entre las ruinas que habían quedado del poblado, Tobías y Renata lloraron la desaparición de Marina, mientras en un periódico de algún país vecino, en su primera plana coincidían tres noticias que para los que conocieron la historia de la mujer que llegó del mar, no les parecieron fortuitas:

“Muere en forma trágica un connotado periodista en el cumplimiento de su noble profesión…”

“El huracán Milagros arrasa con una población completa en las costas del sureste mexicano, sólo hay dos sobrevivientes, un pescador y su mujer…”

“Después del huracán, milagroso rescate de una mujer desconocida en las playas de un pueblo pesquero de Centroamérica…”

Texto agregado el 26-08-2014, y leído por 558 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
27-08-2014 Que bello amigo,en realidad creo era una mujer que quizás su muerte sirvió para que se realizaran milagros. El mejor,la pesca que pudo ser tan exitosa. Y la vida de Renata que se recuperó. Buena la trama del cuento que siendo largo no suelta hasta que se termina***** Abrazo grande Victoria Me encantó todo 6236013
26-08-2014 Auuuuu !!! Que bien hermano. Toda una Odisea vivieron los pescadores con la bella Marina, Al principio me recordaste "la perla" de Steinbeck,. Luego me olvide de ello para imaginar una pelicula del "indio" Fernández. Cinco aullidos en cinemascope yar
26-08-2014 Hermoso. Me gusto. No soy de escribir ni poco ni mucho; pero este si me gusto. Saludos. talama
 
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