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Mayordomo del edificio: -Se veía una chica normal. Delgada, linda de cara, alegre. No se lo que pudo pasar.
Vecina del condominio: -Venían hablando a grandes voces. Parecían contentos. La niña era algo baja, muy bonita y demostraba ser muy inteligente.
Vecino del condominio: Me gustaron sus ojos. Eran grandes y luminosos. Uno podía verse reflejado en ellos. ¿Dice usted que la chica era estudiante de arquitectura?

La deformación era evidente. Delante de una especie de cortinaje gris que se bamboleaba igual que en esas películas de video ya muy gastadas, contemplaba amagos de rostros, atisbos de sentimientos, gestos, simples gestos que se difuminaban y rompían con estrépito en su mente dolorida. Retazos, jirones y amargura, néctar de amargura aposentada muy dentro suyo.

Jóvenes: Nada hacía presumir que haría lo que hizo. Bromeaba con nosotros, reía. No se que sucedió, se lo juro…
Policía: Nada nuevo bajo el sol.

Las voces rebotaban en los rincones almenados, las risas salían de aquellas bocas deformes y al tomar contacto con la atmósfera alquitranada, se desgajaban y al hacerlo, se esparcían como aterradora metralla. Intentó taparse sus oídos para no ensordecer, pero fue un vano intento. Los ruidos se amplificaban en su cerebro palpitante Un ejército de hormigas plañideras se infiltraron en sus músculos fláccidos. El don de la vida era un fluido monocorde, un río de injurias que era necesario acallar. Un suspiro escapó de sus labios resecos, el aire algo enrarecido la hería, quería llorar a gritos, simplemente hacerlo y ojalá que en ese intento una solemne oscuridad la cubriera y la adormeciese. Suspiró y el suspiro escapó de su boca como un desgarrador sollozo.

Obrero de la construcción: -Era relinda la mina, compadrito. Nosotros tenemos ojito de águila -usted ya sabe eso- y catamos a lo lejos a las ricuritas. Incluso el pelao alcanzó a gritarle algo a la cabrita, un piropo, nada indecente, pero ella no pescó.
Capataz: -Parecía que estaba llorando. Me dio mala espina la cuestión, especialmente cuando se acercó al balcón.
Señor: La niña se veía demasiado deprimida. Yo tengo hijas y se como se ponen cuando les viene el período.

Necesitaba desprenderse de ese algo que como pesada mortaja la cubría y le impedía ser…o mejor dicho, no ser. Se levantó con esfuerzo, los lastres de la fatiga entorpecían sus movimientos. Y ese corazón insoportable bombeando, siempre bombeando ¿Para que? ¿Para que Dios mío?

Moría el invierno, el frío comenzaba a replegarse para dar paso a un airecillo tibio que, como espectro desafiante, acariciaba su rostro deslavado y alborotaba su sangre, enardeciéndola. ¡Basta! ¡Bastaaaa!

Sus compañeros de universidad alcanzaron a divisar como su cuerpo ascendía suavemente. Ya estaba de pie sobre el balcón y como poseída por un ser diabólico se balanceó en el precipicio. Las cúpulas de los edificios reflejaban las luces del sol moribundo, alcanzó a escuchar su nombre, quizás por última vez y ya decidida, escapó de esas manos agarrotadas que intentaron asirla. La vida, oscura maldición a punto de desplegar sus alas desoladas. Su cuerpo se desplomó con ansias, con hambre y sed de fuga, marioneta dislocada yerta sobre las baldosas. Ríos de sangre acudieron a la espeluznante cita, nimbando de púrpura la imagen desprotegida de la muerte. Catorce pisos más arriba, dos jóvenes sollozaban y se abrazaban. El sol desaparecía tras la montaña de la Costa…







Texto agregado el 30-08-2004, y leído por 282 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
30-08-2004 Muy bueno, por cierto. Saludos. guy
 
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